Sin una palabra

—Creía que tenías que quedarte como mínimo hasta el final del a?o escolar.

 

—Sí, pero ?y si lo mando todo al diablo? Entonces tendrían que darse prisa en encontrar a alguien, ?no? Sólo perderé un porcentaje mínimo de la pensión, y ya estoy preparado para irme, Terry. Dirigir una escuela, trabajar en una escuela… ya no es lo que era, ?sabes? Ya sé que siempre ha habido chicos difíciles, pero ahora es peor. Van armados, y a sus padres no les importa una mierda. Le he entregado cuarenta a?os al sistema, y ahora quiero irme. Si Millicent y yo vendemos la casa, metemos algo de dinero en el banco y nos vamos a Bradenton, tal vez mi presión sanguínea empiece a bajar un poco.

 

—Sí que pareces un poco tenso hoy. Quizá deberías marcharte a casa.

 

—Estoy bien. —Hizo una pausa. Rolly no fumaba, pero tenía el aspecto desesperado de un fumador empedernido que necesitara desesperadamente encender un cigarrillo—. Millicent ya está jubilada. No hay nada que me retenga. Ninguno de los dos vamos a rejuvenecer, ?verdad? Uno nunca sabe cuánto tiempo le queda. Ahora estás aquí, y al minuto siguiente estás muerto.

 

—Oh —dije—. Eso me recuerda algo.

 

—?El qué?

 

—Tess.

 

Rolly parpadeó.

 

—?Qué ocurre?

 

—Por lo visto, se va a poner bien.

 

—?Qué?

 

—Le hicieron otra prueba y resultó que el primer diagnóstico era erróneo. No se está muriendo; se va a curar.

 

Rolly se quedó de piedra.

 

—?De qué estás hablando?

 

—Te estoy diciendo que se va a poner bien.

 

—Pero —replicó lentamente, como si no lo entendiera del todo—, los doctores le dijeron que se estaba muriendo. Y ahora, ?qué? ?Dicen que se equivocaron?

 

—Bueno —dije—, yo diría que no son precisamente malas noticias.

 

Rolly parpadeó de nuevo.

 

—No, claro que no. Son maravillosas. Mejor que recibir primero una buena noticia y luego una mala, supongo.

 

—Cierto.

 

Rolly miró su reloj.

 

—Oye, tengo que irme.

 

Yo también me fui; mi clase de escritura creativa estaba a punto de empezar. La última tarea que les había puesto era escribir una carta a alguien que no conocieran y contarle a esta persona, real o imaginaria, algo que sintieran que no le podían contar a nadie más.

 

—A veces —les dije— resulta más fácil explicar algo muy íntimo a un extra?o. Es como si hubiera menos riesgo en abrirte a alguien que no te conoce.

 

Para mi sorpresa, cuando pedí un voluntario para empezar, Bruno, el graciosillo de la clase, levantó el brazo.

 

—?Bruno?

 

—Sí, se?or.

 

Era muy raro que Bruno se ofreciera, incluso que hubiera hecho los deberes. No me fiaba del todo, pero al mismo tiempo me sentía intrigado.

 

—Muy bien, Bruno. Vamos allá.

 

él abrió su cuaderno y empezó.

 

—?Querido Penthouse…?

 

—Un momento —interrumpí. Toda la clase se estaba riendo ya—. Se supone que debe ser una carta dirigida a alguien que no conoces.

 

—Yo no conozco a nadie de Penthouse —replicó Bruno—. Y he hecho exactamente lo que usted pidió: les he contado algo que no le explicaría a nadie más. Bueno, al menos no a mi madre.

 

—?Pero si tu madre lleva un piercing en el ombligo! —soltó alguien.

 

—Ya te gustaría a ti que la tuya se pareciera a ella —respondió Bruno—, y no a la fotocopia del culo de cualquiera.

 

—?Alguien más? —pregunté.

 

—No, espere —continuó Bruno—. ?Querido Penthouse: Me gustaría explicarte una experiencia en la que se ha visto involucrado un muy buen amigo mío, a quien llamaré Mr. Jonson?.

 

Un chico llamado Ryan casi se cae de la silla de la risa.

 

Como siempre, Jane Scavullo estaba sentada al final de la clase, mirando por la ventana, aburrida, con actitud de estar por encima de todo lo que sucedía en el aula. Aquel día quizás estaba en lo cierto. Su expresión mostraba que habría preferido estar en cualquier lugar antes que allí, y si yo hubiera podido mirarme en un espejo en ese momento, seguro que habría descubierto la misma expresión en mi rostro.

 

Una chica que se sentaba a su lado, Valerie Swindon, una verdadera pelota, alzó la mano.

 

—?Querido presidente Lincoln: Creo que fue usted uno de los mayores presidentes de la historia porque luchó por liberar a los esclavos y por que hubiera igualdad de oportunidades para todos?.

 

La carta continuaba en la misma línea. Los chicos bostezaban, entrecerraban los párpados. Pensé que las cosas estaban muy mal si uno no podía hablar en serio de Abraham Lincoln sin parecer tonto, Pero mientras ella leía, incluso yo me descubrí pensando en el número de Bob Newart[4], la conversación telefónica entre el tipo espabilado de Madison Avenue y el presidente, y cómo el primero le dice a Abe que debería relajarse, ir al teatro.

 

Pedí a un par de alumnos más que leyeran lo que habían escrito, y luego lo intenté con Jane.

 

—Paso —fue su respuesta.