El coleccionista

Y estoy de acuerdo con él. Los dos agentes echan un vistazo por el jardín trasero, como es de rigor. Les digo que alguien ha entrado en la casa. Intercambian miradas ente sí constantemente, como si estuvieran confirmando sospechas previas acerca de mí o como si sintieran algún tipo de atracción mutua. Uno de ellos sale a la calle mientras el otro registra la casa durante unos minutos, antes de reunirse con él y peinar, los dos juntos, el vecindario. Me dejan con el técnico de la policía científica. Se llama Brody y ya he trabajado con él en alguna ocasión, aunque al parecer me ha borrado de su memoria completamente. Tiene los antebrazos enrojecidos por el sol, se le está pelando la nariz, se le está quemando la calva y no para de sorberse la nariz, probablemente tenga alergia a los gatos. Prosigue con su trabajo sin hacerme caso, entra en la casa, vuelve a salir, saca moldes de yeso de las huellas y espolvorea la pala en busca de huellas dactilares.

—Hay un par de huellas distintas aquí —dice—, necesitamos compararlas con las tuyas.

—Probablemente con las de mis padres, también —apunto—. Han estado cuidando el jardín por mí.

—Bueno, hay unas cuantas manos distintas aquí, espero que podamos encontrar unas que coincidan. ?Ves eso? —dice mientras se?ala la base de la verja—. Esa tierra no corresponde a este lugar. El asesino de tu gato se marchó por allí y es de suponer que llegó por allí también. Yo diría que debió de estar observándote mientras lo enterrabas y dio la vuelta a la manzana con el coche hasta llegar a la puerta. Además, hay muchas huellas. Intentaremos compararlas, pero habrá como unos mil zapatos idénticos. Las suelas están tan gastadas y raídas que sin duda coincidirían con cualquier par de zapatos que me traigan.

—?Qué más?

—Hemos encontrado huellas dactilares dentro. Sobre la mesa del ordenador. Al final igual resulta que todas son tuyas, pero lo comprobaremos de todos modos. Tal vez tengamos suerte. Entre el estudio y la pala, puede que consigamos algo, siempre y cuando ese tipo esté fichado.

—Nada —dice uno de los agentes mientras cruza la casa de regreso—. Hemos preguntado por toda la calle y nadie vio nada.

—Sí, eso me parece normal. —Aparte del fumeta que vivía frente a la casa de Cooper Riley, la última vez que alguien admitió haber sido testigo de un crimen en este país fue alrededor de 1950.

—Compararemos las huellas dactilares y le haremos una autopsia al gato. Deberías volver a rellenar la tumba y pasar la noche despierto por si vuelve —me aconseja Brody.

Lo recogen todo para llevárselo. Daxter está dentro de una gruesa bolsa de plástico negro. Los acompa?o hasta la calle.

—Quiero que me lo devolváis cuando hayáis acabado —digo se?alando la bolsa con la barbilla.

—Me aseguraré de que te lo devuelvan —dice Brody.

Compruebo que las puertas estén bien cerradas antes de volver a sacar la pistola. Empieza a dolerme de nuevo la rodilla. Vuelvo a llenar el hueco de la tumba y tengo una profunda sensación de déjà vu. Tengo la esperanza de que encontrarán algo entre las huellas dactilares. Si se trata de alguien de Grover Hills tal vez tenga antecedentes penales. Podríamos saber su nombre en menos de una hora. Podríamos encontrar a Emma Green antes de que terminara el día. O quizá coincidan con las huellas dactilares de Melissa, las que encontraron en superficies que había tocado cuando mató al inspector Calhoun. Si realmente son suyas, ?cómo ha sabido que estaba trabajando en su caso? Solo lo sabía Schroder. No, no puede haber sido ella.