El coleccionista

El coleccionista

Paul Cleave




Prólogo


Emma Green espera que el anciano no esté muerto. Es uno de esos momentos que llegan en la vida en los que piensas una cosa y rezas para que pase otra. Lo que sin duda está muerto es la cafetería. Solo han entrado dos clientes en la última hora y ninguno de ellos ha pedido más que café, pero su jefe no es de los que dejan que sus empleados se marchen a casa temprano, ni siquiera un lunes por la noche poco animado como ese, del mismo modo que tampoco es de los que se toman este tipo de situaciones con buen humor. En el aparcamiento de la parte trasera está su coche, el de su jefe y un par de coches más. Hay un contenedor en uno de los lados con unas cuantas cajas de leche apiladas encima y el aire huele a col. No es que haya mucha luz, pero algo sí. La suficiente para poder ver al anciano desplomado en el asiento del conductor, con la boca abierta, los ojos cerrados y la cabeza ladeada, exactamente igual que como habían encontrado a su abuelo un par de a?os atrás, cuando habían tenido que derribar la puerta del ba?o al ver que no salía.

Ella se acerca al coche y observa al anciano del interior. Del labio inferior le cuelga un hilillo de saliva que le llega hasta el pecho. Tiene entradas, tantas como pueda tener un hombre antes de que se le considere calvo. La chica lo reconoce. Ha estado dentro hace un par de horas. Ha pedido un café y un bollo y se ha sentado en la esquina con un periódico mientras intentaba resolver el crucigrama. ?El diablo vive aquí?, susurraba una y otra vez mientras daba golpecitos con el bolígrafo en la mesa. Ella ha mirado por encima del hombro del tipo porque pensaba que sabía la respuesta y ha visto que solo había espacio para cinco letras. Christchurch tiene doce. ?Hades?, le ha dicho la chica. él le ha sonreído y le ha dado las gracias, ha sido bastante simpático.

La chica quiere dar unos golpecitos en la ventanilla con la esperanza de que esté dormido, aunque si lo está podría sobresaltarse y asustarse, lo que resultaría muy embarazoso. Pero si no está durmiendo, puede que su corazón haya dejado de latir tan solo hace unos segundos, por lo que habría bastantes probabilidades de reanimarlo. Pero hay algo que no le cuadra. Porque, de hecho, ha salido de la cafetería hace más de una hora. No tiene sentido que haya pasado una hora aquí sentado antes de morirse, a menos que haya estado intentando resolver el resto del crucigrama. Bueno, tal vez se lo haya llevado el diablo. La chica mira a través de la ventanilla y alarga la mano sin llegar a tocarla. Podría dejar que fuera otra persona la que lo descubriera. El anciano estaría igual de muerto por la ma?ana, solo que ya no tendría ni dinero ni equipo de música en el coche.

Si fuera ella la que estuviera recién muerta en un aparcamiento, ?le gustaría que la gente siguiera pasando de largo?

Da unos golpecitos en la ventanilla. El tipo no se mueve. Vuelve a golpear el cristal. Nada. El estómago se le encoge cuando agarra la manija de la puerta. El seguro no está puesto, la abre y le pone dos dedos en el cuello. Con la mu?eca rompe el hilillo de baba, que queda colgando de su brazo como el hilo de una telara?a. Aún está caliente, pero no tiene pulso, al menos donde ella lo está buscando, desplaza un poco los dedos y…

El anciano lanza un grito ahogado y se echa hacia atrás.

—?Qué co?o…? —exclama mientras parpadea vigorosamente para aclararse la vista—. ?Eh, tú! ?Qué co?o haces? —grita el tipo.

—Yo …

—Ladrona de mierda —dice con una voz que no podría sonar más distinta que la de su abuelo, al menos antes de que el Alzheimer se apoderara de él. El anciano le agarra la mano y tira de ella para impedir que se aparte—. Estabas intentando…

—Yo… pensaba…

—?Zorra! —grita, y le escupe en la cara.

Ella nota el olor a sudor de viejo y a comida de viejo, el olor a viejo que desprende la ropa de ese anciano huesudo que la tiene tan bien agarrada. Se le revuelve el estómago y le duele la espalda de tanto tenerla inclinada. De hecho la espalda le duele bastante desde el accidente de coche que sufrió hace un a?o. Intenta alargar la otra la mano para liberarse.

—Intentabas robarme —dice él.

—No, no, trabajo en… en… —intenta explicar ella, pero las palabras quedan atrapadas entre sus lágrimas—, café y… un bollo, pensé que…

Nota tan cerca el aliento caliente y húmedo del tipo que piensa que se le correrá el maquillaje de un momento a otro. No consigue terminar la frase.