—?Prefieres contarme cómo te han ido los últimos cuatro meses?
Pasamos junto a un campo en el que dos granjeros están quemando rastrojos, básicamente restos de la poda de matorrales. El humo denso y negro se eleva hacia el cielo y queda suspendido como una nube cargada de lluvia, pero no hay ni la más mínima brisa que se lo lleve de allí. Los granjeros están junto a los tractores, contemplando la hoguera con las manos en la cintura, rodeados por un aire neblinoso a causa del calor. El olor entra por los conductos de ventilación, Schroder los cierra y en el interior del coche sube aún más la temperatura. Dejamos atrás un muro de ladrillos grises de unos dos metros de alto en el que hay escrito CHRISTCHURCH, sin un BIENVENIDOS A que preceda al topónimo. De hecho, alguien ha tachado la mitad del nombre con espray y a continuación ha escrito ?ayúdanos?. CRISTO, AYúDANOS. Los coches pasan rápido, da igual de dónde vienen o adónde van, todo el mundo parece tener prisa por llegar a alguna parte. Schroder vuelve a encender el aire acondicionado. Llegamos al primer gran cruce desde que hemos salido de la cárcel y esperamos frente a un semáforo. Al otro lado hay una estación de servicio donde un todoterreno ha dado marcha atrás y ha chocado con uno de los surtidores, por lo que el personal ha formado un corro alrededor y contempla la escena sin saber qué hacer. El rótulo me cuenta que la gasolina ha subido un diez por ciento desde que me encerraron. Calculo que la temperatura debe de haber subido un cuarenta por ciento y la tasa de delitos, un cincuenta. Christchurch funciona a base de estadísticas, un noventa por ciento de las cuales suelen ser erróneas. Uno de los laterales de la gasolinera está completamente cubierto de grafitos.
El semáforo se pone en verde y nadie se mueve durante unos diez segundos porque el tipo que está delante de todo discute con alguien por el móvil. Sigo esperando que los neumáticos se derritan de un momento a otro. Los dos seguimos perdidos en nuestras cavilaciones hasta que Schroder rompe el silencio.
—El caso, Tate, es que esta ciudad está cambiando. Pillamos a uno y dos más ocupan su lugar. Cada vez es peor, Tate, esto acabará por desmadrarse.
—Lleva tiempo desmadrado, Carl. Mucho antes de que yo dejara el cuerpo.
—Bueno, pues estos días parece aún peor.
—?Por qué me da mala espina todo esto? —pregunto.
—?A qué te refieres?
—A que vinieras a recogerme. Tú quieres algo, Carl. Suéltalo de una vez.
Carl tamborilea con los dedos sobre el volante y mira hacia el frente, con los ojos atentos al tráfico. La maldita luz blanca rebota en todas las superficies lisas y cada vez me resulta más difícil ver nada a mi alrededor. Me preocupa llegar a casa con los ojos licuados.
—Mira en el asiento de atrás —dice—. Hay un dossier. Deberías echarle un vistazo.
—Lo único que debería hacer es ponerme unas gafas de sol. ?No tendrás unas de sobra que pueda ponerme?
—No. Y échale un vistazo.
—Sea lo que sea lo que quieres, Carl, tiene que ser algo que yo no quiero.
—Quiero sacar de las calles a otro asesino. ?Me estás diciendo que tú no?
—Vaya mierda de pregunta.
—Mira, el hombre que yo conocía hace un a?o habría querido hacerlo. Me habría preguntado cómo podría ayudarme. Ese hombre, hace un a?o, habría intentado ayudarme incluso si yo no lo hubiera querido. ?Te acuerdas, Tate? ?Te acuerdas de ese hombre? ?O es que esos cuatro meses en chirona te han nublado la memoria?
—Lo recuerdo perfectamente. Recuerdo cómo me dejabas al margen cuando sabía más cosas que tú.
—Dios, Tate, tienes una percepción muy extra?a de la realidad. Te interpusiste en una investigación, robaste, me mentiste y te convertiste en un verdadero co?azo. La realidad es que te vieron matar a alguien, vieron cómo atropellabas a una adolescente y la mandabas al hospital.
El a?o pasado estuve siguiendo a un asesino en serie y hubo gente que murió en el hospital durante el proceso. Mala gente. En ese momento no sabía que uno de ellos fuera mala gente, lo maté por accidente. El sentimiento de culpa fue lo que me cambió. Me eché a la bebida y por culpa de la bebida tuve el accidente de coche que me hizo recuperar la sobriedad de nuevo.
—No hace falta que me sueltes un sermón sobre la realidad —digo mientras pienso en mi hija, muerta hace tres a?os. Pienso que no volveré a verla jamás y pienso en mi esposa, encerrada en la residencia. Pienso en su cuerpo, convertido en un caparazón en el que había vivido la mujer más perfecta del mundo.
—Tienes razón —dice—. Eres la última persona que merece una lección de realidad.
—En cualquier caso, ahora soy otro hombre.
—?Por qué? ?Has encontrado a Dios mientras estabas en la cárcel?
El coleccionista
Paul Cleave's books
- The Whitechapel Conspiracy
- Angels Demons
- Tell Me Your Dreams
- Ruthless: A Pretty Little Liars Novel
- True Lies: A Lying Game Novella
- The Dead Will Tell: A Kate Burkholder Novel
- Cut to the Bone: A Body Farm Novel
- The Bone Thief: A Body Farm Novel-5
- The Breaking Point: A Body Farm Novel
- El accidente
- Alert: (Michael Bennett 8)
- Guardian Angel
- The Paris Architect: A Novel
- ángeles en la nieve
- Helsinki White
- Love You More: A Novel