El coleccionista

Me siento a la sombra y sigo leyendo el manuscrito de Cooper. Ya he leído cosas parecidas anteriormente, escritas por profesionales de la elaboración de perfiles criminales del Reino Unido o de Estados Unidos, e imagino que eso es lo que Cooper intentaba hacer. El libro de Cooper parece un libro de texto. No tiene estilo, no transmite emoción con las palabras, a diferencia de otros libros que he leído en los que se ve a las claras que el autor está asqueado y alterado por los casos sobre los que escribe; ese tipo de autor que puedes llegar a creer que estuvo llorando sobre el teclado mientras describía detalladamente a cada una de las víctimas que había tenido que incluir. Algunos de los nombres que aparecen aquí los recuerdo de cuando yo aún estaba en el cuerpo, incluso hay uno al que arresté personalmente, un hombre llamado Jesse Cartman que violó, asesinó y digirió trozos de su hermana, no necesariamente por ese orden. Cooper intenta explicar la mente criminal. Intenta meterse dentro de sus cabezas. Eso funciona cuando lo hacen los profesionales que elaboran perfiles de criminales porque tratan con gente que en la mayoría de los casos está cuerda. Muchas de las personas recluidas en Grover Hills y los otros centros que Cooper visitó eran un puro enga?o, por lo que los datos de Cooper resultan ser sesgados. No está estudiando la mente criminal, está estudiando una mente en la que dos más dos son diecinueve. Se esfuerza en establecer relaciones entre un paciente y el siguiente. Algunos proceden de contextos desestructurados, otros de buenas familias, otros se inventan las cosas. Expone una idea y luego la contradice en el capítulo siguiente. Eso podría explicar por qué el libro ni siquiera ha pasado por el proceso de edición en lugar de encontrarse a la venta en las librerías. O tal vez dejó de intentarlo. La versión que conseguí en la universidad no se había modificado en tres a?os. ?Acaso Cooper dejó de escribir después de que lo atacaran?

Apunto todos los nombres que encuentro y pienso en ellos como en potenciales sospechosos. Hago una lista y los ordeno por las clínicas en las que estuvieron encerrados y me centro principalmente en Grover Hills. Al final acabo con una lista de cuarenta y un nombres. Es posible que una de esas personas secuestrara a Cooper Riley y matara a Pamela Deans, y es igualmente posible que no fuera ninguno de ellos. Es posible que las dos cosas no estén relacionadas, o que lo estén pero de otro modo.

Cuarenta y un nombres. Empiezo por internet, utilizo la página web de un periódico en línea e introduzco sus nombres en el buscador. Descarto a seis de ellos que se suicidaron. Otros seis están actualmente en la cárcel por delitos que van desde el allanamiento de morada hasta la violación, uno por haber defecado repetidamente en medio de un centro comercial, otro por haber matado a su madre. Encuentro poca información acerca de unos cuantos más y nada en absoluto sobre el resto. Jesse Cartman, el tipo que se comió parcialmente a su hermana hace doce a?os, fue liberado junto con los demás después de haber permanecido encerrado el tiempo equivalente al que habría pasado si hubiera ido a la cárcel, los días que se acuerda se toma la medicación correspondiente y trabaja como jardinero en el jardín botánico.

Aparte de Pamela Deans, Cooper no nombra a ningún otro miembro del personal y en la red no encuentro menciones a otras enfermeras, como tampoco a médicos o camilleros. Conseguir historiales médicos será imposible. Schroder debe de haberles mostrado el retrato robot a algunos de los médicos y enfermeras que trabajaron en Grover Hills. Tal vez ya tenga un nombre.

Grover Hills.

Está en el centro de todo esto y ni siquiera sé qué aspecto tiene.

?Es posible que sea donde se encuentra Cooper ahora mismo? Es un edificio abandonado que serviría perfectamente como escondite.

?Es posible que algún antiguo paciente haya vuelto porque considere que Grover Hills es su hogar?

Cargo el mapa de la ciudad en el ordenador y escribo las indicaciones para llegar al centro psiquiátrico abandonado. Cojo la pistola y subo al coche.





33


—Acabarán viniendo —dice Cooper.

—?Qué? ?A quién te refieres?

—La policía. Acabará viniendo hasta aquí. Tienes que dejarme salir. Debemos escondernos —dice Cooper.

—Ya estamos escondidos —responde Adrian, decepcionado. No quiere seguir jugando a esos juegos. ?Por qué no consigue caerle bien a Cooper? Todo sería mucho más fácil si le cayera bien. Para ser sincero, está empezando a sentirse frustrado al respecto. Hasta ahora ha tenido un buen día: ha desenterrado el gato de Theodore Tate, ha comprado un periódico, ha desayunado bien y pronto saldrá a sentarse fuera a la sombra y empezará a leer el libro de Cooper. ?Por qué tiene que estropear las cosas con más mentiras?

Cooper sostiene el periódico en alto. Ver su rostro al otro lado de la ventana de cristal es como mirar un televisor peque?o. De hecho, es más bien como ver las noticias en la tele, una historia tras otra, a cual peor.

—La policía no vendrá hasta aquí —dice Adrian—. No tienen ningún motivo para hacerlo.

—Tienen muchos motivos —replica Cooper mientras agita el periódico adelante y atrás—. Les has dado muchos motivos.

—Mientes.

—No, Adrian, maldita sea, no miento. No puedo seguir atrapado aquí dentro cubierto de sangre. Y tú tampoco.

—Pero…

—Escúchame. ?Has visto el periódico? —pregunta mientras lo agita de nuevo—. Sales en portada.

Adrian niega con la cabeza. No, si saliera en portada se habría visto.

—échale un vistazo —dice mientras sostiene el periódico frente a la ventana.

Adrian lo mira. El retrato robot que ha visto antes lo mira desde el otro lado, pero no se parece a él en nada. Bueno, quizá un poco.

—Y eso no es todo —dice Cooper después de retirarlo.

—Tranquilo, nadie va a…

—?Cállate, joder! —grita Cooper a la vez que golpea la puerta con la palma de la mano y Adrian reacciona con un respingo. Cooper se tranquiliza, no sabe muy bien qué hacer—. Debes escucharme —dice Cooper antes de continuar—. No nos queda mucho tiempo.

—Yo …

Cooper vuelve a golpear la puerta.

—Te pido que escuches lo que tengo que decir.

Adrian ha empezado a tener miedo. Antes solían hablarle siempre de esa manera y no le está gustando nada, como tampoco solía gustarle antes, pero obedece de todos modos.

—Es muy sencillo, si te paras a pensarlo. Solo hay que unir los puntos —dice Cooper.

—?Qué puntos? —responde Adrian, tan confuso como asustado.

—Los puntos que tú has trazado.

—Yo no trazo puntos —dice mientras niega con la cabeza.

—Me has secuestrado. Has incendiado mi casa. Alguien te vio y alguien de Grover Hills te reconocerá. Y has incendiado la casa de la enfermera Deans.