El coleccionista

Abro el resto de los armarios y cajones y lo único que encuentro en ellos es un ratón muerto. Me dirijo de nuevo hacia las escaleras. No están empapadas en gasolina, por lo que decido subir. En el piso superior encuentro más o menos lo mismo que en la planta baja: la misma distribución y el mismo tipo de zona comunitaria, aunque no hay cocina. Hay muchas telara?as en los rincones, pero no veo a nadie atado por ninguna parte, solo excrementos de ratón cerca de las paredes. La luz del sol entra de soslayo por las ventanas e ilumina el polvo que levantan mis pasos. En la mayoría de las habitaciones quedan algunos muebles, camas individuales con viejos colchones de espuma, cajoneras marcadas con ara?azos y manchas. Los ba?os están repletos de bordes esmaltados y de ca?erías vistas que recorren las paredes. Uno de los dormitorios está más limpio que los demás y no hay polvo en los cajones. Mientras camino por el lugar, es imposible sentir que haya llegado a pasar alguna vez algo bueno aquí dentro. Resulta imposible saber si aquellos que tanta ayuda necesitaban llegaron a obtenerla tras ingresar en este centro.

En los dormitorios de la parte norte del edificio hace calor, entra el suficiente sol por las estrechas ventanas como para calentar las habitaciones, pero en la parte sur las habitaciones son más frescas a pesar de que fuera nos acercamos ya a los cuarenta y dos grados. Hay más habitaciones, dos de ellas cuyas puertas tienen pestillos por la parte de fuera. Las abro y veo que tanto las paredes como el suelo están acolchados.

Bajo por las escaleras y recorro el pasillo en dirección opuesta a la de antes. Más dormitorios. Más ba?os. Abro una puerta que conduce a un sótano. Las escaleras apenas están iluminadas, por lo que extiendo la mano y le doy al interruptor que hay en un lateral de la pared de ladrillos, más por hábito que por esperanza, y no ocurre nada. Parece como si las escaleras llevaran a un foso, la única luz que penetra es la que hay detrás de mí y proyecta la sombra de mi cuerpo. Empiezo a bajar los escalones, pendiente de que mis pies desaparezcan en la penumbra, pero en lugar de eso mis ojos se acostumbran a la oscuridad.

Sigo por las escaleras hasta llegar al suelo de cemento. Hay otra habitación por delante de mí, pero está cerrada por una puerta de hierro. Es una especie de celda. En la puerta hay una peque?a ventana y aunque miro a través de ella, no consigo ver gran cosa. Golpeo la puerta con los nudillos y el sonido resuena por la estancia. Hay un pestillo en este lado y está abierto. Abro la puerta y al otro lado aún hay menos luz. Hay un bulto oscuro junto a la pared que resulta ser una cama y dentro huele fatal, tal vez a fluidos corporales podridos. Me aparto de la puerta y dejo que entre más luz en la estancia. En la cama hay un colchón viejo y una almohada que parece contener unos mil tipos de gérmenes distintos. Y nada más. Retrocedo hasta la sala principal. Hay una estantería vacía a este lado de la celda, un sofá viejo y una mesita de centro. Intento imaginar cómo vivía la gente a la que traían aquí abajo, a los que encerraban en esta sala y los mantenían alejados de la luz del sol. ?Estas habitaciones debieron de preceder a las habitaciones acolchadas que he visto arriba? ?O utilizaban este sótano para los peores pacientes? ?Y por qué hay un sofá? ?Acaso alguien se sentaba aquí para relajarse mientras otros permanecían encerrados? ?Cuánto tiempo pasaba la gente encerrada aquí dentro, y cuánta gente sabía de la existencia de este lugar? ?Es una práctica estándar? No puedo imaginar que lo sea. Una habitación como esta puede que fuera necesaria. Jesse Cartman, el tipo que devoró pedazos de carne de su hermana, probablemente pasó algún tiempo aquí abajo. Puede que fuera el único modo posible de mantener seguros a los demás. Por mala que sea esta celda, si las habitaciones acolchadas de arriba estaban llenas, no habría otro lugar para encerrar a ese tipo de gente en esos momentos. Pero si era para eso, ?por qué no estaba también acolchada?

La persona que mató a Pamela Deans… ?Cuánto tiempo debió de pasar aquí abajo?

Más que nunca, tengo la sensación de que alguien me vigila. Mientras vuelvo a subir veo las manchas oscuras en los escalones. Parecen de aceite. Me agacho y las toco con un dedo. Sea lo que sea, está seco, pero la yema de mi dedo queda recubierta de una película polvorienta rojiza. Podría ser sangre. Podría ser salsa de tomate. Hay muchas manchas.

Salgo y agradezco el calor del sol. Me apoyo en el coche y contemplo el edificio. Ni rastro de Cooper. Ni rastro de Emma Green. Ni rastro de quien mató a mi gato. Solo muebles y mesas con espacios en los que no se ha posado el polvo y algo que podría ser sangre seca en los escalones del sótano, quién sabe si seca desde ayer o desde hace cinco a?os.