—Ahora soy inspector —le digo. Supongo que, puestos a mentir, no tengo por qué negarme un ascenso—. ?Cómo te va, Jesse? —pregunto.
—Bien. Ahora las cosas me van bien —dice, y realmente así parece que sea. La oscuridad que tenía en la mirada cuando lo arrestamos ha desaparecido y ha quedado sustituida por la luz que le proporcionan las pastillas que se toma—. Ya sabe, estoy en forma gracias a la medicación. El problema es que cuanto mejor me hacen sentir, peor me siento por lo que le hice a mi hermana y eso me da ganas de dejar de tomarlas.
Antes de que yo pueda decir una palabra, levanta la mano llena de callos y tierra incrustada en las arrugas y los surcos de la piel.
—Pero no se preocupe, sé que suena fatal, pero las sigo tomando, se lo debo a ella y a toda mi familia, merezco sentirme mal por lo que hice. En aquel entonces las cosas eran muy distintas. Oía tantas voces que no podía dormir ni concentrarme en lo que me decían. Ahora la única voz que oigo es la mía. ?Para qué ha venido? ?Mi terapeuta le ha pedido que compruebe que estoy bien? Me salté la cita que teníamos concertada porque era el cumplea?os de mi hermana y tuve que, bueno, ya sabe, ir a visitar su tumba.
—He venido para hablar contigo sobre Grover Hills.
—?Por qué? —pregunta. Por primera vez su voz suena a la defensiva.
—?Reconoces a este tipo? —pregunto mientras le muestro el retrato robot del periódico.
—Es mi padre —dice, asintiendo—. Murió hace unos a?os. ?De dónde ha sacado la foto?
—No es tu padre —le digo—, es un retrato robot de un tipo que ando buscando.
—No, no. Sin duda es mi padre. Lo reconozco.
Vuelvo a plegar el retrato robot para guardármelo en el bolsillo.
—Jesse, quiero que me cuentes lo que ocurría en Grover Hills.
—Yo estaba enfermo cuando me mandaron allí. Los médicos me ayudaron a mejorar.
—?Y qué me dices del sótano?
Vuelve a activar la manguera y se pone a regar unas plantas. El agua rebota en los helechos y le salpica la ropa. Empapa las plantas y el suelo y un reguero de agua retrocede desde la boca de la manguera hasta su mano y sigue por su brazo. Cartman intenta silbar, pero no sabe, lo único que consigue es soplar aire con fuerza entre los labios fruncidos. Me guardo el recorte plegado en el bolsillo, agarro un trozo de la manguera y la doblo sobre sí misma para cortar el chorro. Se vuelve hacia mí con aspecto derrotado y la mirada gacha.
—El sótano, Jesse.
—?Qué… qué sótano? —pregunta—. No recuerdo ningún sótano.
—Había una celda ahí abajo.
—No quiero hablar de ello —dice sin levantar la mirada.
—?Es ahí donde te encerraban cuando no te podían controlar?
—El… el sótano no era para eso.
—Entonces, ?para qué era?
—No quiero hablar de ello.
—?Recuerdas haber hablado con Cooper Riley?
Asiente.
—Quería que le contara lo de mi hermana y por qué le hice da?o. Quería saber qué sentía a medida que me hacía mayor. Me hacía muchas preguntas acerca de mis padres, ese tipo de preguntas en las que según él estaba parte de mi problema. No me caía muy bien.
—?Llegaste a contarle algo sobre el sótano?
—Por supuesto que no. Nos tenían prohibido hablar sobre ello. Y nadie me habría creído, de todos modos. Si le hubiera contado algo me habrían mandado allí abajo de nuevo.
Sigo presionándolo.
—?Qué sucedía en esa sala? Te obligaban a dormir allí, ?verdad?
—A veces. Pero a mí, solo en un par de ocasiones. —Se limpia unas lágrimas acumuladas en las comisuras de los ojos y se sorbe la nariz ruidosamente.
—?Os pegaban, allí abajo?
—Más o menos.
—?Qué más os hacían?
—?Usted qué cree? —pregunta—. Algunos nos lo merecíamos, supongo, por lo que habíamos hecho. Lo que ocurría allí abajo era el tipo de cosas que nosotros les habíamos hecho a otras personas.
—Por favor, Jesse, es importante que me lo cuentes todo.
—He estado leyendo las noticias y sé lo que quiere. Está buscando a Cooper Riley, él no sabía nada de la Sala de los Gritos, y… —Se detiene cuando se da cuenta de lo que acaba de decir—. Mierda —dice—. Por favor, se lo ruego, no le cuente a nadie que se lo he dicho.
—?La Sala de los Gritos?
—Tengo que seguir trabajando —dice.
—Jesse, es muy importante. Si has leído los periódicos, sabrás que estoy buscando a una chica que ha desaparecido.
—Lo sé —dice—. Así es como la llamábamos. A la sala. La llamábamos la Sala de los Gritos.
—?Os mandaban allí abajo y os torturaban?
—A veces nos mandaban allí solo para castigarnos. La sala servía para mantenernos a raya. Pero otras veces los Gemelos también nos llevaban ahí abajo.
El coleccionista
Paul Cleave's books
- The Whitechapel Conspiracy
- Angels Demons
- Tell Me Your Dreams
- Ruthless: A Pretty Little Liars Novel
- True Lies: A Lying Game Novella
- The Dead Will Tell: A Kate Burkholder Novel
- Cut to the Bone: A Body Farm Novel
- The Bone Thief: A Body Farm Novel-5
- The Breaking Point: A Body Farm Novel
- El accidente
- Alert: (Michael Bennett 8)
- Guardian Angel
- The Paris Architect: A Novel
- ángeles en la nieve
- Helsinki White
- Love You More: A Novel