El ruido de mi coche de alquiler es lo único que se oye. No hay brisa, no hay pájaros, solo los espasmos metálicos del motor del coche mientras se enfría. Es algo inquietante. Es como si me hubiera salido del mapa y hubiese entrado en un mundo distinto, como si durante el trayecto hubiera cruzado una especie de frontera de realidad alternativa tipo Star Trek. En la cárcel siempre se oía algún sonido. El zumbido de las luces fluorescentes. La cisterna de un váter. Ronquidos, toses, gritos, risas, pasos, peleas y el aire acondicionado. Llegó a un punto en el que se convirtió en un murmullo neutro, un sonido cancelaba al otro. Pero aquí fuera no se oye nada. Avanzo unos pasos con la esperanza de no hacer ruido, pero lo hago, mis pasos golpean el suelo y hacen el mismo ruido que esperaría que hicieran en cualquier otra parte y se rompe el hechizo mágico de sentirse transportado a otro lugar.
Empiezo rodeando el perímetro, con la pistola bien agarrada. En la parte delantera el suelo es sobre todo de piedra, tierra polvorienta y algunas áreas de arena. Lo único que crece ahí son malas hierbas que sobresalen de vez en cuando; hay un camino interrumpido por la naturaleza y por el tiempo, con el cemento roto en las esquinas y los extremos levantados como cuando dos placas tectónicas confluyen en un mismo punto. No hay nada que sugiera que llovió anoche. Salgo del camino y piso con cuidado, no quiero meter el pie en la madriguera de un conejo y desaparecer o romperme un tobillo. La hierba se vuelve más tupida y me ara?a las piernas. Rodeo la casa. En la parte de atrás la vegetación es aún más abundante que en la parte delantera. Hay mucho musgo en las paredes. La tierra es más blanda. Regreso al punto de inicio sin haber visto nada interesante. Ni personas, ni coches, ni tumbas, solo dos líneas de tierra y piedras compactadas en el camino de entrada por el que los coches han ido y venido, aunque no hay manera de saber cuándo estuvo aquí el último. A unos cien metros de distancia hay una arboleda que no es más que el principio de un bosque.
Mantengo la pistola apuntando hacia el suelo mientras camino. Grover Hills parece vacío. Me acompa?a aquella sensación que se tiene cuando llamas a una puerta y sabes que no responderá nadie. Pero no por eso guardo la pistola. La puerta principal es doble y amplia. Subo al porche de madera e intento abrir las puertas. La de la izquierda se abre ruidosamente, las bisagras suenan como las de un ataúd desenterrado. El sol está en lo más alto, tanto que el ángulo y la veranda le impiden entrar por las puertas. El interior es oscuro. No es una oscuridad nocturna, pero sí ese tipo de oscuridad que encontrarías en una iglesia con las puertas selladas con tablones. Dentro el aire es seco y un poco más fresco a medida que avanzo hacia el interior, aunque no mucho más. No tengo la sensación de que haya nadie, pero el edificio tampoco tiene aspecto de estar muy abandonado. Parece como si hubiera ?algo? en lugar de ?alguien?.
No daba la impresión de ser ese tipo de edificios que esperarías que fuera un centro psiquiátrico. No tiene largos pasillos de color blanco divididos por puertas cada quince metros. En lugar de eso parece una granja gigantesca, con mucha madera por todas partes, una versión muy neozelandesa del aspecto que debían de tener los centros psiquiátricos por aquel entonces. Las ventanas están enrejadas. Hay muchas habitaciones y veo que todas las puertas tienen cerrojo. Observo unas escaleras que suben hasta el piso superior. últimamente no he tenido mucha suerte con las escaleras, por lo que decido empezar por la planta baja. Recorro el pasillo abriendo puertas y mirando dentro de los dormitorios mientras me dirijo a una gran zona comunitaria en la que probablemente había un televisor y una mesa de ping-pong. Todavía quedan unos sofás, todos en malas condiciones, algunos de ellos dispuestos frente a las ventanas que dan a los campos. Hay una puerta que lleva a una cocina. No hay signos de vida, pero tengo la sensación de que alguien me está vigilando. Es escalofriante. No puedo quitarme de encima la sensación de que todos los pensamientos oscuros de los pacientes que estuvieron encerrados aquí han formado alguna entidad malévola que ronda por el edificio y que si esa entidad se me apareciera, la pistola no me serviría de nada. En la cocina hay un gran frigorífico que parece tener más de cien a?os. Lo abro y compruebo que está vacío excepto por las capas de moho. La luz no se enciende. Acciono uno de los interruptores de la cocina pero tampoco se enciende nada. No hay corriente. Hay una gran mesa de acero inoxidable con dos fregaderos, y claramente marcados en el polvo hay círculos y líneas donde objetos que llevaban mucho tiempo allí han sido quitados recientemente.
El coleccionista
Paul Cleave's books
- The Whitechapel Conspiracy
- Angels Demons
- Tell Me Your Dreams
- Ruthless: A Pretty Little Liars Novel
- True Lies: A Lying Game Novella
- The Dead Will Tell: A Kate Burkholder Novel
- Cut to the Bone: A Body Farm Novel
- The Bone Thief: A Body Farm Novel-5
- The Breaking Point: A Body Farm Novel
- El accidente
- Alert: (Michael Bennett 8)
- Guardian Angel
- The Paris Architect: A Novel
- ángeles en la nieve
- Helsinki White
- Love You More: A Novel