El coleccionista

Pero las cosas tomaron otro rumbo. Se dio cuenta de que había empezado a gustarle aquella chica. Pero una parte de él, aunque pueda sonar a broma, una parte de él quería gustarle a ella también. A veces, después de utilizarla sexualmente, le decía que lo sentía y le contaba que todo iría bien. Al principio pensaba que lo decía sinceramente. Al final supo que no era así.

La mantuvo viva, la utilizaba una y otra vez, y se dio cuenta de que cada vez le importaba menos que la última. No estaba seguro de cuánto tiempo quería mantenerla con vida, pero siete días después ella acabó muriendo. Estuvo bien, porque después de siete días ya no le resultaba atractiva, no había nada que no le hubiera hecho ya una docena de veces y que le apeteciera repetir. Había llegado el momento de pasar a otra cosa. Para los dos. Estaba escrito que sucedería. Las personas acaban separándose tarde o temprano.

Todo el mundo sabe que a los asesinos les gusta guardar recuerdos y su caso no era distinto de los demás. Tenía una cámara digital en el maletín. La utilizaba cada día para tomarle fotos a la chica. Le tomó una foto, luego otra, y resultó que disfrutaba fotografiándola. Estaba bien, porque también le gustaba pasar el rato mirando las fotos que había hecho. Era toda una semana que había resultado especialmente divertida, comprimida en un microchip más peque?o que la u?a de un dedo. Lo irónico es que se había planteado la posibilidad de llevársela a Grover Hills. Necesitaba un edificio abandonado y ese se ajustaba perfectamente a sus necesidades. Sin embargo, había dos más que le servían igual, dos clínicas psiquiátricas más que solía visitar para hablar con los pacientes cuando estaba escribiendo su libro, las dos clausuradas pocos meses después de que cerraran esta. Finalmente se decidió por una de las clínicas para llevarse a las chicas, un lugar llamado Sunnyview Shelter.

Si consigue salir de aquí con vida, ?hasta qué punto podrá recuperar la vida que había llevado? La cámara ha quedado destruida, pero ?qué pasa con las fotografías que hay en el lápiz de memoria que había escondido detrás del archivador? Había otro, escondido en el despacho de su casa, pero seguro que ha quedado calcinado, como todo lo demás que guardaba en casa. Sabía que era una mala idea ocultarlo en el trabajo, pero necesitaba poder mirarlas en cualquier momento que le apeteciera.

El día que secuestró a Emma Green había sido pésimo. En el periódico del sábado anterior había aparecido otro artículo acerca de Melissa X, es decir, acerca de Natalie Flowers. Era un artículo de tres páginas con imágenes suyas, tomadas de una grabación de vídeo que había conseguido la policía. Había pasado todo el fin de semana leyendo el artículo una y otra vez, cada vez más y más borracho. El lunes acudió al trabajo con una resaca de muerte que le costó disimular en la universidad, pero afortunadamente se habían cancelado algunas clases debido a la ola de calor. Había una chica en su clase que le recordaba un poco a Natalie. Trabajaba en una cafetería a la que solía ir de vez en cuando. Acudía solamente para verla, nada más, para poder echarle un vistazo y fantasear acerca de lo que sentiría haciéndole da?o. Luego ese anciano la atacó en el aparcamiento. Primero se acercó a ella para ayudarla, de esto está seguro, porque no pretendía hacerle da?o a otra de sus alumnas, temía que la policía pudiera empezar a hacerle demasiadas preguntas al respecto. Así pues, se le acercó para ayudarla y en el último momento cambió de idea. Así de simple. Su proceso mental pasó de intentar ayudarla a desear hacerle da?o en menos de un segundo, y fue un error. En ese momento se dio cuenta de que lo era, pero no pudo evitarlo de todos modos.