—Debería volver a casa.
—Solo una —dijo él—. Te prometo que no te retendré. Soy profesor de criminología —dijo—, y te aseguro que es un crimen dejar que un hombre que está a punto de cumplir los cincuenta beba solo.
Entonces ella se vio obligada a decir que sí y tres a?os más tarde Cooper no sabe por qué accedió ni cómo se sucedieron exactamente los acontecimientos para que él acabara insinuándose a una alumna. Le dolió que lo rechazara, de hecho le dolió tanto que deseó que a ella también le doliera. Así es como empezó, con la necesidad de hacerle da?o, de hacer sufrir a su esposa, aunque esa chica no era su esposa, tan solo un sucedáneo. Los libros de texto dirían que todo sumado se convirtió en un ?detonante?. En ese momento, él lo sabía. Empezó dejando que lo llevara a casa y acabo arrastrándola hasta su dormitorio, arrancándole la ropa y forzándola sexualmente, con la mano tensa sobre la cara de ella durante todo el tiempo, cubriéndole los ojos para que no pudiera verlo, y cuando hubo acabado se quedó tendido, jadeando, sobre el cuerpo de ella. Entonces, de repente, se dio cuenta de lo que había hecho.
—Lo siento, lo siento mucho —dijo él mientras se apartaba hacia un lado. La cabeza le daba vueltas debido al alcohol y tenía ganas de vomitar.
Ella no dijo nada. Se quedó mirando fijamente el techo y… Dios, pasó mucho rato sin pesta?ear. Las lágrimas habían formado peque?os arroyuelos en sus mejillas.
—No… no sé qué me ha pasado —dijo—. Perdóname… perdóname, por favor.
él le tocó el hombro. Ella ni siquiera lo rehuyó. Ni siquiera se movió.
—?Estás… estás bien?
Pero ella no respondía. No lo miraba. No se movía.
él se dejó llevar por el pánico. Ella le contaría a la policía lo que había ocurrido. Perdería su trabajo. Iría a la cárcel. Nadie querría publicarle el libro. Y no le cabía ninguna duda de que sería imposible recuperar a su esposa. Y cuando saliera, ?qué sería de él? Nadie volvería a respetarlo jamás. Nadie lo contrataría. Su yo futuro estaría perdido.
La solución más sencilla era matarla. ?Podría cruzar esa línea? Ya había cruzado una, podría cruzar otra perfectamente. Pensó en atarla al coche y lanzarla desde algún lugar elevado. Eso podía hacerlo, pero no se veía capaz de estrangularla o apu?alarla.
—Tengo dinero —le dijo, a pesar de que no era cierto. Era el propietario de la casa junto a su esposa y la hipoteca era reducida, pero ahora que ella se había marchado tendría que comprarle su mitad. Al ver que no se movía, Cooper se sentó en el borde de la cama y se subió los pantalones—. Es tuyo. Todo tuyo. —Y lo decía de verdad. Vendería la casa y, si le quedaba algo, también se lo daría. Sentía un peso en el pecho, le costaba respirar. Se echó hacia delante y vomitó en el suelo. Inmediatamente, se sintió mejor. Incluso la borrachera se le había medio pasado.
—Te llevaré a casa —dijo él tras limpiarse la boca con los faldones de la camisa, aunque por supuesto no estaba en condiciones de conducir—. Déjame que te ayude a vestirte —se ofreció, y la ayudó. De hecho la vistió él, ella no hizo nada, se limitó a quedarse allí tendida, dejando que él la moviera, y la ropa no le quedó bien puesta porque había quedado destrozada—. Ma?ana podemos ir al banco —dijo él—. ?Cuánto quieres? Oh, Dios, por favor. Dime, ?cuánto quieres?
Ella no respondía a ningún estímulo y él necesitaba otra copa, una copa le ayudaría a pensar, por lo que volvió al salón y pasó junto a unos mechones de pelo de ella que habían quedado en el pasillo, rastros del forcejeo que habían mantenido mientras la obligaba a entrar en el dormitorio. Cooper se apoyó sobre la mesa y se tomó un buen trago de whisky y luego otro, más lentamente. Le temblaban las manos y tenía manchas de sangre en las palmas. El vaso de cristal le repiqueteaba contra los dientes.
Hasta el día de hoy, aún no ha descubierto qué utilizó ella para golpearle. En un momento pasó de estar apoyado a ver cómo el suelo del salón se acercaba vertiginosamente y su cara se aplastaba contra él. Cuando volvió en sí estaba atado, con los brazos en cruz y las piernas atadas al sofá. Tenía los brazos por encima de la cabeza, atados al mueble del televisor. Le había metido algo en la boca. Lo veía todo borroso.
—?Quieres saber lo que he sentido? —preguntó—. ?Quieres saber por qué tipo de tortura he pasado?
El coleccionista
Paul Cleave's books
- The Whitechapel Conspiracy
- Angels Demons
- Tell Me Your Dreams
- Ruthless: A Pretty Little Liars Novel
- True Lies: A Lying Game Novella
- The Dead Will Tell: A Kate Burkholder Novel
- Cut to the Bone: A Body Farm Novel
- The Bone Thief: A Body Farm Novel-5
- The Breaking Point: A Body Farm Novel
- El accidente
- Alert: (Michael Bennett 8)
- Guardian Angel
- The Paris Architect: A Novel
- ángeles en la nieve
- Helsinki White
- Love You More: A Novel