El coleccionista

Lo preguntó con voz tranquila. Sin poner énfasis en ninguna palabra en especial. Era como si le preguntara si podía traerle algo de beber.

él no podía responder. Ella levantó una mano en la que llevaba unos alicates. Los alicates de Cooper. Debió de haberlos encontrado en el garaje, no ha vuelto a verlos desde entonces. Ella no dijo nada. Le agarró un testículo con los alicates y presionó. No dudó siquiera un momento. él oyó cómo algo estallaba. Notó que le ardía hasta el último nervio del cuerpo. Chilló con el trapo en la boca hasta perder el conocimiento, y cuando volvió en sí estaba solo, desatado y sangrando sobre la moqueta. Acudió al hospital. Estuvo esperando a que acudiera la policía a buscarle, pero eso no llegó a suceder.

Al cabo de un mes dieron por desaparecida a la alumna. Nadie sabía dónde estaba. Cooper sabía que él era el motivo por el que había desaparecido. Pensó que se habría suicidado. Se sentía en parte culpable y a la vez aliviado; y la parte que había perdido el testículo estaba furiosa por no haber tenido la oportunidad de matarla él mismo. Durante ese primer a?o pensó en ella en todo momento. Luego, cada vez menos. Dos a?os después del ataque, seguía odiándola, pero la rabia había remitido, ya no pensaba en ella constantemente. Tres a?os después del ataque apenas aparecía en sus pensamientos y fue entonces, el a?o pasado, cuando empezó a aparecer en los periódicos. La llamaban Melissa. Apareció en portada y Cooper estaba seguro de que era ella. Había cambiado, por supuesto que había cambiado, una persona puede cambiar mucho físicamente en tres a?os si lo desea, pero era ella y estaba haciendo cosas terribles. Cooper no podía comprender la psicología de su caso. Tenía que haber algo más que el hecho de que él la hubiera violado. Y quería saber qué era. Necesitaba comprenderlo. Quería matarla. Lo que esa mujer les estaba haciendo a otras personas era culpa suya. Y lo sabía. La había convertido en un monstruo. Quería sentirse mal por ello, pero no podía.

Había sido un accidente. Había sido culpa de su esposa. Si no lo hubiera enga?ado, nada de eso habría sucedido.

Quería descubrir el paradero de la chica, pero era imposible. él no era detective. Cuando la vio en los periódicos, la rabia regresó. Se obsesionó con ella de nuevo. No había vuelto a beber desde hacía tres a?os, pero eso terminó con su abstinencia. Quería venganza. Quería volver a vivir aquella noche para hacer las cosas de otro modo. Quería que empezara igual, pero que terminara con sus manos alrededor del cuello de ella.

No podía volver atrás. Se sentaba en el salón, con la mirada perdida en la pared, mientras la botella de whisky se vaciaba ante sus ojos. So?aba en lo que le haría si llegaba a encontrarla. Al día siguiente iba a trabajar disimulando la resaca y nadie llegó a saber jamás qué le pasaba por la cabeza.

Entonces fue cuando conoció a Jane Tyrone.

En algunas cosas le recordaba a Natalie Flowers. El mismo pelo, joven y atractiva, la misma sonrisa. Trabajaba en su sucursal bancaria habitual. él había acudido a ingresar un cheque. Ella lo recibió con una amplia sonrisa que formaba parte del protocolo del trato a los clientes. él deseó que el trato a los clientes incluyera verla desnuda. Lo deseó tanto que la siguió después del trabajo hasta un edificio de aparcamientos del centro de la ciudad. Fue un acto impulsivo, pero también muy simple. En realidad solo era cuestión de controlar el tiempo, siempre y cuando no hubiera nadie más allí, y estaban solos. él se le acercó mientras ella abría la puerta de su coche. Le sonrió y ella le respondió con otra sonrisa, pero no lo reconoció. Entonces él la agarró por detrás y le golpeó la cabeza contra el techo del coche, una vez, dos, y hasta tres, por si acaso. Ella se quedó inconsciente. Cooper la metió en el maletero del coche y la dejó allí quince minutos, hasta que volvió con el suyo. Tuvo que aparcar unas plazas más allá y mató el tiempo durante cinco minutos leyendo el periódico hasta que volvió a quedarse solo en el aparcamiento y entonces hizo el cambio.

La mantuvo con vida durante una semana. Ese no había sido el plan. De hecho, no había planeado nada, en realidad. Ese día se había levantado sin intención de hacerle da?o a nadie y había acabado encerrándola en una habitación acolchada de la clínica psiquiátrica. Pensó que la utilizaría y se desharía de ella como debería haber hecho con aquella zorra tres a?os atrás.