El coleccionista

Cooper se da la vuelta para mirarlo. Está encima de la cama, pero no puede distinguir ni una letra.

—Solo un par de minutos.

—Después podemos hablar sobre mis amigos —dice Adrian—, y tú puedes contarme historias sobre otros asesinos a los que hayas conocido. Podemos compararlos con tus historias sobre matanzas cuando me haya leído tu libro.

—Te encantan esas historias, ?verdad?

—Sí —responde Adrian.

—Muy bien, Adrian. Dame un poco de tiempo para leer el periódico y hacer memoria.

—Eso sería genial.

—Pero tiene que ser como antes, quid pro quo.

—Per… perdona, pero no entiendo el francés —dice Adrian.

—Es latín.

—?No es lo mismo? —pregunta Adrian.

?Cómo es posible que un tipo tan imbécil como Adrian todavía lo tenga preso? Es como perder al ajedrez contra un ni?o de seis a?os.

—Otra cosa. Tengo hambre, necesito comer algo.

—Muy bien.

—Y necesito que vacíes el cubo. Aquí dentro apesta.

—Más tarde —dice Adrian—. Te lo prometo.

—Entonces déjame leer el periódico y dentro de un rato hablamos. Vuelve con un bocadillo o algo. Y deja la puerta de arriba abierta para que pueda ver algo.

Adrian se marcha a toda prisa para que Cooper pueda leer el periódico en paz.





30


Ayer tuve la necesidad de abrazar el cadáver de Daxter, como si así pudiera expresarle mi pesar, como si estrechándolo contra mi pecho pudiera hacerle saber lo mucho que lo quería. Hoy, apenas puedo mirarlo.

Levanto los pu?os y me doy la vuelta rápidamente, de repente estoy seguro que quien lo ha hecho está detrás de mí, aunque solo veo la puerta por la que he salido y el salón. Me siento violado. Me entran ganas de ducharme, de reducir mi casa a cenizas, incluso de coger la manguera y lavar a mi gato muerto. Algo sombrío y repulsivo acaba de tocarme la vida. Hay huellas alrededor de la tumba, en la tierra suelta, y quiero que se mantengan intactas. ?La misma persona que ha hecho esto mató también a Daxter? Seguro que sí, por supuesto. No lo atropellaron por accidente. Lo mataron para luego desenterrarlo, para que forme parte de un mensaje. Pero no tengo ni idea de cuál es ese mensaje. ?Que deje de buscar a Cooper Riley? ?Que deje de buscar a Emma Green? ?Que deje de buscar a Natalie Flowers? ?O es un mensaje procedente del pasado, tal vez de alguien a quien arresté hace a?os?

Hay otra posibilidad que tiene más sentido. Llamo a Schroder.

—Alguien ha matado a mi gato —le digo, y me doy cuenta de que si no relajo la mano acabaré triturando el teléfono. Aunque lo que me gustaría es triturar a la persona que mató a Daxter.

—Ya me lo dijiste ayer.

—Lo que quiero decir es que lo mataron a propósito —digo, y le cuento que me lo he encontrado colgando del tejado.

—Dios —exclama—. ?Crees que es algún tipo de mensaje?

—Creo que podría ser alguien de Grover Hills.

No dice nada, pero casi me parece oír lo que está pensando. Casi me parece oír cómo crujen los huesos de su mano a medida que se tensa alrededor del móvil. Respira hondo unas cuantas veces antes de responder.

—?Cómo lo sabes?

—Google.

—?Solo por eso?

—No, Carl, en realidad me crié allí.

—Bueno, si eso fuera cierto eso explicaría muchas cosas.

—Oye, Carl, es posible que uno de los pacientes a los que soltaron hace tres a?os tenga una obsesión con Cooper Riley y Pamela Deans, y ahora también conmigo.

—Lo dices por tu gato.

—Sí. Lo digo por mi gato. Solo un chalado podría hacer ese tipo de cosas —aventuro—. ?Hay que ser un puto loco de mierda para ir por ahí desenterrándole el gato a la gente!

—Cálmate, Tate.

—Estoy calmado —digo, mientras acelero mis pasos por el jardín—. Quiero que me mandes un coche patrulla y a algún forense —le pido—. Manda a unos agentes para que pregunten por el vecindario. Alguien debe de haber visto algo. Tiene que haber dejado un montón de pistas; para empezar, hay huellas alrededor de la tumba.

—Podría haberlo hecho cualquiera, Tate. No hace falta que sea un demente. Solo alguien que esté muy cabreado contigo.

—No, realmente pienso que hay que ser un demente para hacerlo, Carl. Si pudiera haberlo hecho alguien que simplemente estuviera cabreado conmigo, tú serías el primero en mi lista de sospechosos.

—Te estoy escuchando —dice—, pero sigo pensando que lo más probable es que sea alguien a quien mandaste a la cárcel y aún te guarda rencor. —Y es cierto. He arrestado a mucha gente a lo largo de los a?os. Schroder insiste—: Sé que estás pensando que es demasiada coincidencia —dice—, pero ?qué sentido habría tenido que lo hicieran mientras estabas en la cárcel? Ninguno.

—Entonces, ?por qué no lo habían hecho antes?

—No lo sé. Tal vez también estuvieran en la cárcel.

—?Le has mostrado el retrato robot a alguien que hubiera trabajado en Grover Hills? Tal vez alguien lo reconozca.