El coleccionista

—A Theodore Tate. Está intentando encontrarte.

—Me suena ese nombre —dice Cooper, y al cabo de un momento ya sabe por qué. Theodore Tate ha salido en los periódicos unas cuantas veces en los últimos a?os por diferentes casos. Formaba parte de un equipo que investigaba el asesinato de una prostituta, o de alguien que atracó una gasolinera a punta de pistola. Luego saltó a los titulares cuando perdió a su hija en un accidente. El tipo que la mató desapareció, en teoría huyó del país para no tener que enfrentarse a la cárcel. Posteriormente Tate apareció de nuevo en los periódicos el a?o pasado, después de atrapar y matar a un asesino en serie.

—Es poli —dice Adrian—. En cualquier caso, no encontrará nada porque no hay nada que encontrar.

—?Por qué tenía él el manuscrito? —pregunta Cooper, pero enseguida le sobreviene una pregunta aún más importante—. ?Cómo se lo has quitado?

—No sé por qué lo tenía —responde Adrian—. Pero lo encontré en su casa.

—?Lo has matado?

—No soy un asesino, ?recuerdas? Lo dejé como lo encontré.

—?Y qué hacías tú en su casa?

—No quiero hablar de ello —responde Adrian.

—Algo querrías hacer para llegar hasta allí. Está implicado de algún modo. Dime, ?cómo?

—No sé en qué está implicado.

—Entonces, ?por qué fuiste a su casa?

—Para conseguir esto —dice Adrian con la carpeta en la mano.

—?Qué hay ahí dentro?

—Es un caso en el que está trabajando Tate.

—?Qué caso?

—El caso Melissa X.

Cooper nota cómo un escalofrío le recorre el espinazo hasta llegarle a la entrepierna y se queda allí localizado. Se lleva la mano al testículo que le queda.

—?Tate está trabajando en eso? —pregunta Cooper.

—Eso parece —responde Adrian.

—?Puedo verlo?

—Para eso te lo he traído. Si eres amable conmigo, más tarde te lo dejaré leer.

—De acuerdo, Adrian, seguro. No hay problema. Pero recuerda que tienes que ir con cuidado, Adrian. ?Y si te hubiera atrapado? ?Qué habría sido de mí?

—No lo sé —responde Adrian—, no había pensado en ello. Yo no le habría contado nada acerca de ti a la policía, te lo prometo. No habrían venido a buscarte.

—Y me habría muerto de hambre aquí dentro —dice Cooper.

Entonces le viene a la cabeza Emma Green, encerrada en otra celda de otra clínica mental abandonada. Le dejó algo de agua, pero nada de comida. ?Cuánta agua le dejó? Dos botellas, cree. Tal vez dos litros, en total. Más que suficiente para un día. Pensaba volver a la noche siguiente. Pero resulta que no ha sido un día. Han sido tres y medio. Si se la ha racionado, estará bien. Si se la bebió toda el lunes por la noche, después de que él se marchara, ya debe de estar muerta. Cuando salga de aquí no va a ser precisamente divertido acercarse a ver a Emma Green.

—?Cuánto tiempo pasaste aquí, Adrian? —pregunta Cooper.

—Diecinueve a?os, ocho meses y cuatro días —responde Adrian con orgullo—. Lo conté.

—?Lo contaste?

—A veces no es que hubiera gran cosa que hacer.

—?Y por qué estuviste aquí?

—Por culpa de mi madre, mi madre de verdad; la obligaron a traerme aquí.

—?Tu madre de verdad? —repite Cooper. Demencias aparte, vuelve a sentir curiosidad. Si no han encontrado su cámara y su vida sigue esperándolo ahí fuera, en cuanto escape va a tener que escribir un libro sobre esto. Este seguro que sí interesará a los editores.

Se lleva el corte de la mano a la boca y lo sorbe ligeramente, prueba el sabor y nota una punzada de dolor que en realidad le hace sentir bastante bien.

—Tengo dos madres. La de verdad y la que tenía aquí.

—?Tu madre de aquí era una de las enfermeras?

—La enfermera Deans —dice Adrian—. Te vi hablar con ella más de una vez.

Cooper solía ir hasta allí para poder hablar con algunos de los pacientes y tenía que darle a la enfermera Deans doscientos dólares cada semana. Eso al principio, cuando realmente empezó a tomárselo en serio tenía que pasarle doscientos cincuenta. Ella le cedía un despacho vacío en el que podía hablar con quien quisiera siempre y cuando hubiera un camillero presente y siempre y cuando no le contara a nadie lo del dinero. Estaba escribiendo sobre asesinos. Si hubiese estado escribiendo sobre gente que sufría crisis nerviosas o que se pasaba el tiempo comiendo moscas no valdría la pena leer el libro.

Pero de Adrian podría salir un libro fabuloso. Cooper matará a ese hijo de puta en cuanto salga de aquí e interpretará el papel que más le convenga, saldrá de esta como un héroe y los editores no podrán rechazarlo de nuevo.

—?Y por qué obligaron a tu madre a traerte aquí? ?Por lo de los gatos?

—Sí —responde Adrian—. Por lo de los gatos.

—De verdad, ayer subí porque venía a buscarte —dice Cooper.

—Te creo. Bueno, bastante. ?Quieres que te deje tranquilo un rato para que puedas leer el periódico?