El coleccionista

—Oiga, no soy yo quien… para… ?Eso son dos mil dólares?

—Exacto. Y no busco nada ilegal —digo, aunque evidentemente es mentira—. Mira, lo único que necesito es que accedas a los ficheros de Cooper Riley.

—Pensé que solo quería que contestara a unas preguntas.

—Es un poco más complicado que eso —le digo.

—La policía ya me ha pedido acceso a ellos.

—Entonces no te costará volver a hacerlo, ?no?

—No… no lo sé.

—Estoy buscando algo concreto. Necesito saber si hizo una copia de seguridad de algo en especial. Si le echas un vistazo, te llevas esto —le digo mientras le muestro el dinero.

—?Solo por echarle un vistazo?

—Solo por echarle un vistazo.

—Bueno, de acuerdo, eso no me parece muy ilegal —dice para justificarse a sí mismo mientras extiende la mano.

Le doy el dinero.

Se acerca a uno de los terminales. Tarda no más de treinta segundos en introducir la información que necesita después de haber accedido ayer mismo. En la pantalla aparece una lista de ficheros y carpetas.

—Estaba escribiendo un libro —le digo.

—?Qué tipo de libro?

—Sobre criminales.

—Espere —dice mientras busca entre los ficheros—. Sí, hay un documento de texto que parece bastante grande, los polis se llevaron una copia ayer. Déjeme ver —dice, y pulsa dos veces sobre el icono. Aparece la primera página de un manuscrito—. Creo que podría ser esto —dice, y cuando se da la vuelta ve que tengo mil dólares más en la mano vendada.

—Lo necesito impreso —digo.

—No sé si…

—Nadie se enterará.

—Pero si sale a la luz que lo he hecho…

—No saldrá. Confía en mí. Nadie sabrá que yo lo tengo y no creo que Cooper Riley esté en posición de quejarse porque alguien haya impreso su libro… eso si llegara a enterarse. De todos modos, la policía también tiene una copia, o sea que solo es cuestión de tiempo hasta que salga a la luz públicamente. Lo único que necesito es la ventaja de tenerlo desde el principio.

—No sé… —duda, pero no aparta los ojos del dinero.

—Tú imprímelo y me voy.

—?Sin que nadie se entere?

—Por mi parte, no.

Vuelve a dirigir la mirada al ordenador. Se mete la mano en el bolsillo, saca un lápiz de memoria y lo introduce en un puerto USB.

—Si lo imprimo, quedará constancia de ello —me explica—. Además, tardará demasiado. Son unas trescientas páginas. Tardaríamos casi un cuarto de hora en tenerlo.

El tipo copia el fichero en cosa de dos segundos y me da el lápiz de memoria. Ya casi estoy llegando a la puerta cuando me vuelvo hacia él de nuevo.

—Una cosa más —le digo—. ?Sabrías decirme cuándo accedió al fichero por última vez?

—Solo puedo decirle cuándo hizo esta copia de seguridad. Puede que lo haya seguido modificando en casa, o que tenga una versión diferente grabada en alguna parte. Pero esta la grabó por última vez hace tres a?os.

Hace tres a?os. Cuando desapareció Natalie. Cuando Cooper se divorció.