Cuando se marchó de Grove y fue al centro de reinserción, perdió de vista a todas esas personas que tanto lo inspiraban y eso afectó a su obra. Se dio cuenta de que no conseguía dibujar bien las formas, que no le salían los sombreados y los detalles habían desaparecido de las caras. Los personajes ya no querían estar allí. Después de intentarlo durante seis meses, abandonó. Los recuerdos se habían desvanecido del mismo modo que las personas que le habían contado todas aquellas historias habían desaparecido de su vida.
Ahora tiene sus libros, pero los libros no son lo mismo. A esas personas que pasaron por allí durante esos a?os les contaría también él su propia historia. Era gracias a esas personas que Grove le parecía un hogar, pero no puedes contarle una historia a un libro.
Lo recuerda todo sobre Cooper Riley desde que este empezó a venir haciendo preguntas. Al principio, en parte se sintió celoso, porque Cooper de algún modo le robaba las historias que hasta entonces habían sido solo para él, pero por supuesto eso era una tontería y finalmente se dio cuenta de ello. Cooper solía presentarse una vez a la semana durante el último a?o que Grove estuvo abierto y entrevistaba a unos cuantos pacientes imputados por algún asesinato. Adrian encontraba fascinante aquel proceso y no veía la hora de que saliera el libro para leerlo, tan solo esperaba que también tuviera imágenes. Cuando cerraron Grove, Adrian lo buscó, pero jamás llegó a encontrar ni un solo ejemplar. En las librerías, nadie había oído hablar de ese libro. Eso significaba que Cooper no había terminado de escribirlo.
La semana pasada buscó información sobre Cooper Riley. Era profesor en la Universidad de Canterbury, donde ense?aba psicología a unos estudiantes y criminología a otros. Adrian comenzó a seguirlo. Empezó a pensar que, si bien ya no podía tener como amigos a los que le contaban todas aquellas historias, tipos que estaban de paso, podría tener al tipo que los había grabado, al tipo que guardaba todas aquellas historias además de escribirlas.
Tener a Cooper era mucho más.
Porque hace unas noches se dio cuenta de que Cooper formaba parte de aquellas historias. Mientras lo seguía, Adrian vio cómo Cooper golpeaba a la chica detrás de la cafetería. Cooper la metió en el maletero de su coche y escapó.
Adrian lo siguió.
Cuando todo hubo acabado, Adrian volvió al aparcamiento. Quería el coche de aquella chica. No sabía por qué, pero quería tenerlo. Quería coleccionarlo. Es más, quería coleccionar a Cooper. Había estado utilizando un coche que había pertenecido a uno de los Gemelos. Lo dejó unas manzanas más abajo y volvió andando hasta la cafetería. Tuvo suerte: encontró las llaves del coche de la chica en el suelo. Lo que había empezado como una simple idea se había convertido ya en algo imprescindible. Volvería a traer a Cooper a Grover Hills. Lo guardaría en la Sala de los Gritos y, con el tiempo, Cooper acabaría confiando en él, se harían amigos y le contaría una historia tras otra.
Sabía que mantener a Cooper supondría mucho trabajo. Tenía unos ahorros y aún cobraba un subsidio de enfermedad. El gobierno le pagaba dinero y no necesitaba trabajar para conseguirlo, lo único que tenía que hacer era decirle al médico con el que se visitaba cada seis meses que se tomaba las pastillas, incluso si no era verdad. Sabía que, una vez en la Sala de los Gritos, el profesor se aburriría. La solución era traer a casa a una víctima, por lo que salió del aparcamiento de la cafetería con su coche nuevo en dirección al centro y aparcó cerca de la esquina en la que la mujer lo había rechazado unos meses atrás, cuando la ciudad estaba decorada con las luces navide?as. Aquello había ocurrido la semana previa a la Navidad y él sabía desde hacía meses lo que quería. Quería gastarse algo de dinero para pasar un rato con la mujer de la esquina, la que le recordaba a la chica que le había cambiado la vida. La había visto muchas veces a lo largo del último a?o y cada vez que la veía tenía la impresión de que se parecía más a Katie que la última vez, hasta que finalmente se convenció de que era ella. Debería haber sabido que no lo era… al fin y al cabo, Katie habría tenido su edad y esa chica de la esquina no tenía más de veinte a?os. Todavía se siente mal al recordarlo, casi le da vergüenza contar la verdad. Se le había acercado, le había preguntado cuánto costaba su compa?ía y ella le había respondido con varios precios por cosas que Adrian no comprendió.
Habían ido andando hasta una callejuela a menos de veinte segundos de allí. Ella lo había mirado, luego le había pedido el dinero por adelantado y él se lo había dado. Luego ella le había desabrochado los pantalones. él no había estado jamás con una mujer hasta entonces y no sabía qué hacer, pero ella parecía saberlo de sobra.
—No seas tímido —le había dicho, pero él era tímido y el corazón le latía como un tambor, estaba tan nervioso que cuando notó la náusea ya fue demasiado tarde para avisarla, abrió la boca y un chorro de vómito fue a parar sobre el pecho de la chica.
—Ah, mierda, maldito retrasado —gritó ella mientras se apartaba de él.
—Lo siento, Katie.
Ella levantó la mirada y de repente dejó de limpiarse el vómito con la mano.
—?Qué has dicho?
—He dicho que lo siento.
—Me has llamado Katie.
—Lo he hecho sin querer.
—?Cuánto dinero llevas encima?
El coleccionista
Paul Cleave's books
- The Whitechapel Conspiracy
- Angels Demons
- Tell Me Your Dreams
- Ruthless: A Pretty Little Liars Novel
- True Lies: A Lying Game Novella
- The Dead Will Tell: A Kate Burkholder Novel
- Cut to the Bone: A Body Farm Novel
- The Bone Thief: A Body Farm Novel-5
- The Breaking Point: A Body Farm Novel
- El accidente
- Alert: (Michael Bennett 8)
- Guardian Angel
- The Paris Architect: A Novel
- ángeles en la nieve
- Helsinki White
- Love You More: A Novel