El coleccionista

Theodore Tate, asesino y cazador de asesinos. La pieza de coleccionista perfecta. También podrá contarme historias, y de las buenas.

La habitación de donde procede el ruido es un estudio. Hay una impresora de la que no paran de salir páginas expulsadas por una ranura, como un sobre cuando lo echas en el buzón. Las páginas caen en una bandeja. Ya hay muchas, como también hay un montón de papeles y fotografías esparcidos por el suelo y encima de la mesa. Adrian recoge la última página que sale de la impresora. Le echa una ojeada y luego recoge otras páginas de la bandeja y también las lee por encima.

Dios mío, ?es el libro en el que estaba trabajando Cooper? Reconoce algunos de los nombres. ?Lo es! ?Sí, lo es! No puede creerlo, está tan entusiasmado que las manos empiezan a temblarle aún más. Van saliendo más páginas de la impresora. Las recoge también. ?Cómo habrá conseguido una copia? ?Y para qué la quiere? Mira a su alrededor, como si tuviera que encontrar ahí la respuesta. Aunque se fija en el resto de papeles y fotografías y se da cuenta de que tienen que ver con otro caso, uno sobre el que ha estado leyendo últimamente. Tate no solo está buscando a Cooper, sino también a la mujer que ha estado matando a tipos uniformados.

No puede creer la suerte que ha tenido de venir a parar aquí.

?No piensa que la sonrisa pueda desaparecerle del rostro hasta dentro de unas horas!

Sale de nuevo al vestíbulo. Oye cómo Tate habla con alguien y de inmediato el corazón empieza a latirle más fuerte dentro del pecho y pierde la sonrisa. ?Hay dos personas aquí dentro! Vuelve a entrar en el estudio, recoge el manuscrito y los papeles que hay esparcidos por la habitación y lo mete todo dentro de una carpeta vacía. No se los lleva todos, y no puede esperar a que acabe de salir el resto de la impresora. A Cooper le encantará conseguir esta información sobre Melissa X. ?Así sí que se pondrá contento! Tiene la sensación de estar llevándose un tesoro. Y de que en cualquier momento Tate y su amigo entrarán de repente en el estudio y lo atraparán. Eso lo pone nervioso y lo angustia.

Vuelve a salir de la casa y va corriendo hasta el coche. Su corazón se calma un poco, pero sigue sudando copiosamente. Arranca el coche y está a punto de marcharse cuando se da cuenta de que tal vez no es que Tate estuviera con alguien, podía ser simplemente que estuviera hablando por teléfono. Se siente idiota. Apuesta a que era eso, Tate estaba llamando a alguien. Probablemente a la policía. Aún tiene tiempo de volver atrás e intentar a?adirlo a su colección.

Pero está nervioso, demasiado nervioso, y ya ha tenido suficiente suerte por esta ma?ana: ha entrado y salido de la casa sin que nadie le viera, ha conseguido toda esa información y ha desenterrado el gato. Ya volverá en otro momento. Puede volver esta misma noche, o ma?ana, o la semana que viene. Se pone en marcha y se aleja de la calle. Los nervios que sentía se convierten en entusiasmo. De hecho, está tan entusiasmado que durante el camino de vuelta se detiene cinco minutos para echarle un vistazo al libro. Ver los nombres de toda esa gente a la que conocía es como arrancarle la costra a un viejo recuerdo, solo que esos recuerdos le hacen sonreír. Sigue conduciendo hasta una tienda de esas que abren las veinticuatro horas y se detiene a comprar un periódico, y cuando finalmente llega a casa, entra corriendo y deja el libro de Cooper en el suelo, junto a la puerta del sótano, antes de bajar a verlo.





29


—Tengo algo para ti —anuncia Adrian.

Cooper está de pie al otro lado de la puerta. Ha permanecido mucho rato durmiendo, dos disparos de Taser en dos días lo han dejado agotado. Ha sido una larga ma?ana a oscuras seguida de una larga noche a oscuras. Este sótano es como un agujero negro en lo que al tiempo se refiere. Además, no está bien ventilado. El hedor a vómito y orina está haciendo mella en él y hace unos minutos ha tenido que ir de vientre nada más levantarse, con lo que el aire de la celda apesta. Y le duele la mano. Tiene un corte limpio en el tejido que une el pulgar a la mano, de manera que parece como si pudiera arrancárselo sin demasiado esfuerzo. No tiene nada con que vendárselo. Lo único que puede hacer para evitar una infección es esperar que eso no suceda.

—Yo también tengo algo para ti —dice Cooper—. Una disculpa. Sé que anoche pensaste que estaba intentando escapar y siento que pienses de ese modo, pero no lo intentaba, de verdad que no. Estaba subiendo para venir a buscarte.

—?De verdad?

—Por supuesto —dice, aunque no sabe si Adrian está muy convencido de que esté diciendo la verdad—. Yo no te mentiría, Adrian. Al fin y al cabo, solo te tengo a ti.

—A mí me pasa lo mismo, solo te tengo a ti —dice Adrian—. Por eso te he traído algo. Dos cosas, de hecho.