El coleccionista

—De acuerdo, dalo por hecho, Tate. Te mandaré a alguien para que eche un vistazo por los alrededores de tu casa y recoja tu gato.

Cuelga. Yo recojo los papeles y vuelvo a entrar en casa. Hay leves rectángulos de tierra que van desde la puerta hasta mi estudio, es tierra que ha caído de las suelas de los zapatos de alguien. Dejo los papeles, entro en el dormitorio y saco la pistola de Donovan Green que guardo bajo el colchón. Me dirijo con ella al estudio. El ordenador sigue en marcha. Allí no hay nadie. Me falta casi todo el manuscrito, en la impresora solo quedan las últimas diez o doce páginas. Se han llevado toda la información que Schroder me dio sobre Melissa X. Lo de Daxter ha sido bien una distracción, bien un mensaje. En cualquier caso, alguien no quiere que descubra lo que le ha ocurrido a Cooper Riley.





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Control de da?os.

El artículo del periódico es malo, pero podría haber sido peor. Podría haber empezado con un gran titular, con unas bonitas letras, muy negras, que dijeran ?Incendio en la casa de un asesino en serie?. Hace diez a?os había unas reglas. Hace diez a?os, si algo no era cierto los periódicos se mostraban reacios a publicarlo. Pero las cosas han cambiado desde entonces. La mayoría de los medios de comunicación están en internet, los canales de noticias emiten las veinticuatro horas del día, el negocio es más salvaje que nunca y los periodistas no tienen tiempo para verificar los hechos. Las noticias no consisten en hacerle saber a la gente lo que ocurre, sino en determinar cuál es la orden del día y en hacer dinero, y el dinero está por encima del bien y del mal. Los rumores se han convertido en hechos. Un tío que vende perritos calientes frente a la comisaría de policía es una fuente interna fiable. Las fronteras de la ética cambiaron y luego cambiaron un poco más, hasta que han acabado por erosionarse y desaparecer. Por consiguiente, si hubiera habido alguna sospecha de que Cooper pudiera ser un asesino, lo habrían publicado.

El artículo relata su desaparición. Cooper Riley, de cincuenta y dos a?os de edad, catedrático en la Universidad de Canterbury, secuestrado en su propia casa. Su coche quedó frente a la puerta, no hay pistas de su paradero, su casa quedó arrasada por un incendio al día siguiente. Hay una fotografía del incendio y una de Cooper frente a una clase de estudiantes, se?alando una pantalla. La fotografía fue tomada hace a?os, era una foto hecha especialmente para incluirla en una revista de promoción de la universidad. Por aquel entonces tenía más pelo en los lados, algo más oscuro y aún le quedaba un poco en la parte superior de la cabeza. Todavía no había pasado por el estrés que le causaría el divorcio. Cinco a?os después de esa fotografía ha ganado unos diez kilos y está encerrado en un maldito sótano. ?Qué más debe de saber la policía?

Si tuvieran más sospechas, alguien las habría filtrado a la prensa. Pero nada podría haber sobrevivido a ese fuego. La fotografía la han tomado desde la calle, en ella se ve también su coche en llamas, incluso medio jardín está ardiendo. Solo era necesario que la cámara estuviera en algún lugar de la finca para que hubiera quedado calcinada y la tarjeta de memoria, inutilizada. Es decir, que en ese sentido, todo bien. Las dos víctimas estuvieron en el maletero de su coche en algún momento y las dos veces las envolvió en una lona. Sabe que no hay ni rastro de pruebas en el coche y aunque las hubiera habido, el fuego habría dado buena cuenta de ellas.

Su casa.

Le encantaba esa casa.

Le encantaba su colección.

Dios… si alguna vez llega a salir de ese sótano no volverá a coleccionar nada en su vida. En caso de hacerlo tendría algo en común con Adrian y siente náuseas solo de pensar que puedan tener algo en común, ni siquiera el hecho de que ambos respiren. Aunque pronto se asegurará de marcar la diferencia incluso en ese sentido.