El coleccionista

—?Y crees que sigue viva?

Jonas parece apesadumbrado, pero se las arregla para mostrar su dentadura de todos modos. Es una mirada que debe de haber ensayado mucho delante del espejo, seguramente cuando aún vendía coches de segunda mano y les contaba a los clientes que no era su problema si había fallado la bomba de agua del coche que acababan de comprar. Hay ejemplares de su libro sobre una mesita, entre él y la presentadora, y tras ellos hay un ramo de flores.

—Desgraciadamente, no —dice él, jugando a los porcentajes.

Eso es lo que hacen los adivinos. Analizan la situación y tiran de estadísticas. Una joven desaparece en Christchurch, luego las estadísticas dicen que la han secuestrado. Dicen que está muerta. Y llegan los gilipollas como Jonas Jones y lo utilizan para promocionar su nuevo libro. El plano de conciencia en el que se encuentra durante esas lecturas de sintonías que hace es el mismo en el que está el saldo de su cuenta. Apago el televisor antes de que pueda decir una sola palabra más.

Vuelvo a sentarme frente al ordenador y reviso la misma información que encontré ayer por la noche. Pamela Deans tenía cincuenta y ocho a?os y durante los últimos tres había trabajado en el Hospital Público de Christchurch. Antes de eso, había pasado veinticinco a?os trabajando en Grover Hills, una clínica psiquiátrica construida a las afueras de Christchurch durante la Primera Guerra Mundial. Joshua Grover fue un hombre de negocios que consiguió la mayor parte de su fortuna importando material de minería durante la época en la que la gente acudía en masa a la Isla del Sur en busca de oro. Grover tuvo tres hijos. El mayor tenía diecinueve a?os cuando mató a otro chico. El problema era que el hijo de Grover tenía la capacidad intelectual de un ni?o de cinco a?os. Por aquel entonces no había lugar para la compasión en el sistema judicial; Grover luchó por salvar la vida de su hijo pero al final no lo consiguió y, por primera vez después de haber conseguido acumular su fortuna, Grover se dio cuenta de que había cosas que el dinero simplemente no podía comprar. Entonces decidió hacer algo distinto. Unos meses después de que colgaran a su hijo, solicitó y finalmente consiguió el derecho a construir una clínica psiquiátrica para alojar a personas como él. Se le concedió el derecho a hacerlo, siempre y cuando la clínica quedara fuera de los límites de la ciudad, de manera que los enfermos mentales no fueran visibles para el resto de los ciudadanos. A lo largo de los a?os, fue una más de unas cuantas clínicas, todas ellas muy prósperas hasta que, durante los últimos a?os, fueron cerrando una a una. Los costes eran demasiado elevados y el consistorio municipal asignó los fondos destinados a mantenerlas a otros menesteres: a plantar árboles, construir carreteras, reciclar basuras o intentar resolver la epidemia en la que se había convertido el consumo de alcohol entre los adolescentes; cualquier cosa menos mantener a raya a los enfermos mentales peligrosos. Dejaron a los pacientes en la estacada, los obligaron a buscarse la vida, a pesar de que muchos de ellos no tenían a donde ir y todos tenían instrucciones de que, pasara lo que pasase, debían seguir tomando la medicación. Volvieron a integrarlos en la sociedad; a los que seguían matando los metían en la cárcel, pero cuando eso ocurría, por supuesto ya era demasiado tarde, el da?o ya estaba hecho.

Durante un cuarto de siglo Pamela Deans trabajó con esa gente, hasta que hace tres a?os clausuraron Grover Hills y colgaron el cartel de CERRADO AL PúBLICO.

Desde hace casi treinta a?os, Cooper Riley ha estado estudiando a asesinos en serie. Junto a la psicología, ha estado impartiendo clases acerca de ellos en la Universidad de Canterbury durante quince a?os. Algunos de los casos sobre los que habla ocurrieron aquí, en Christchurch. Estudiaba a enfermos mentales, mientras que Pamela Deans cuidaba a enfermos mentales.

Esta ma?ana, la relación es tan vaga como ayer por la noche, pero es lo que hay.

Llamo al novio de Emma Green, le digo que aún no tengo novedades que contarle sobre Emma, pero le pregunto si sabe algo acerca de Grover Hills.

—?Algo como qué?

—?Has oído hablar del lugar?

—Sí, lo clausuraron hace unos a?os, ?verdad?

—Exacto. ?El profesor Riley lo ha mencionado alguna vez?

—Pues no. Creo que forma parte del temario de los últimos a?os si decides pasar de psicología a criminología.

—?Sabes si alguna de las clases incluía salidas de estudios? ?O algo parecido?

—Lo dudo —dice, y yo también lo dudo. Nadie se iría de excursión con la clase a una clínica mental—. Ha desaparecido, ?verdad? El profesor Riley, quiero decir. Alguien se lo llevó e incendió su casa.

—Sí.

—?Tiene algo que ver con Emma?

—Sí.

—?La ha matado?

Pienso en las fotografías en las que aparece Emma Green desnuda y atada a una silla, pero aún con vida.