Cooper Riley no ha matado a seis personas como le había contado a Adrian, pero seis sonaba mucho mejor que la verdad: una. Aunque no se trata de decir la verdad, sino de escapar de un tipo que vive en un mundo irreal. Técnicamente, haber matado a una sola persona no lo convierte en un asesino en serie, a pesar de que tiene a la segunda víctima preparada, esperándolo, por lo que en ese sentido no le había mentido a Adrian cuando al principio le había dicho que no era un asesino en serie. Supone que ahora lo es, porque pronto llevará dos.
Realmente quería ayudar a la chica que lo ha rescatado, pero la cámara que ha perdido podría estar en manos de la policía, puede que hayan visto sus fotos con Emma Green, puede que hayan registrado su despacho y hayan encontrado sus fotos con Jane Tyrone. Debe descubrirlo antes de acudir a la policía. Pero si saliera de allí con la chica, ?qué podría contarle para que no dijera nada hasta que se hubiera asegurado de que la policía no sabe que es un asesino? En cuanto escaparan, ella se pondría a pedir ayuda. Por desgracia, no podía llevársela con él. Era demasiado arriesgado.
Ha hundido la hoja del cuchillo en la barriga de la chica, hasta el fondo. Ella tiene los ojos muy abiertos y Cooper se da cuenta de que tras ellos pasan todo tipo de pensamientos, pero por encima de todo la chica se arrepiente de haber abierto la puerta. Ya no forcejea. La sangre fluye por los lados de la hoja del cuchillo y le calienta la mano a Cooper. Al asestarle el cuchillazo, sin querer se ha hecho un corte en la mano, porque esta le ha resbalado y la piel que une su pulgar a la mano ha ido a parar sobre el filo. Suelta el mango y vuelve a agarrarlo mejor. Cada vez resbala más.
Quedan siete minutos.
Cooper apoya todo su peso sobre la chica, que queda atrapada entre él y la pared. Ella tiene los ojos llenos de lágrimas y la cara enrojecida, está perdiendo una batalla y ni siquiera tiene fuerzas para combatir. Con la mano que tiene libre, él le pellizca la nariz y arruga el extremo de la pajita para que no pueda respirar. Ella abre aún más los ojos, se sonroja aún más y se le hinchan las venas del cuello y de la frente. Cooper realmente tiene la sensación de que a la chica están a punto de salirle los ojos de las órbitas. Es algo que le gustaría ver cómo ocurre, siente curiosidad, pero al mismo tiempo piensa que le daría asco. Se oye un chasquido dentro de la nariz de la chica y de repente abre la boca, se le desgarran los labios, la piel encolada cuelga de ellos como diminutas hojas y la pajita queda colgando del labio inferior como un cigarrillo mientras la sangre le brota abundantemente por la barbilla. Aspira aire ruidosamente, pero antes de que sus pulmones lleguen a llenarse, él retuerce el cuchillo y el aire que pudiera haber atrapado vuelve a salir de inmediato.
Cooper no quiere que esto se alargue demasiado y, efectivamente, termina enseguida. Los ojos de la chica preguntan lo que sus labios no pueden articular.
—Porque yo soy así —dice él, y luego, al ver que no es suficiente, continúa. Siente la necesidad de hacerlo—. Lo siento —a?ade, convencido de que así es.
El coleccionista
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