El coleccionista

Lo hace, pero aun así tampoco lo comprende.

—?Qué se supone que tengo que ver? ?Crees que también fue Riley quien se la llevó?

—Eso creo. Solo que las cosas no sucedieron del mismo modo que con Emma Green. ?No la reconoces?

—?Debería?

—Sí.

—Bueno, no te andes con más rodeos —dice—, simplemente dime lo que tengas que decirme.

Así que se lo digo. Cualquier color que haya podido recuperar su cara desde que ha visto las fotografías de Emma por primera vez vuelve a desaparecer repentinamente. Se acerca más para apreciar mejor la imagen y lentamente empieza a asentir. Le explico lo del profesor Mono, que Riley se ausentó del trabajo hace tres a?os por motivos de salud, en la misma época en la que su esposa lo abandonó, en la misma época en la que Natalie Flowers desapareció. Le cuento la cadena de acontecimientos por los que he solicitado el expediente.

—Dios —dice, y de momento es lo único que consigue articular—. ?Crees que Melissa X está implicada en esto de algún modo? ?Crees que es la que ha secuestrado a Cooper?

—No lo creo. Ninguna de sus víctimas recibió un disparo de Taser y no fue ella la que le prendió fuego a la casa.

Schroder se pone unos guantes de látex. Abre los cajones y empieza a registrarlos. Luego los saca completamente y los va dejando sobre la mesa. Mira detrás y debajo de los cajones para ver si hay algo pegado con cinta adhesiva, donde nadie pueda verlo. La gente siempre se cree más lista cuando esconde las cosas en ese tipo de sitios, bajo los cajones, bajo la alfombra, detrás de los libros, por encima de un falso techo o dentro de la cisterna del váter. Son lugares que un policía no habría registrado porque antes Cooper Riley no era más que un tipo que había desaparecido. No era un tipo que conoce a Melissa X ni era un hombre que había atado a Emma Green y la había fotografiado.

—?Y qué pasa con el coche? —pregunta—. La pintura del contenedor. El testigo dijo que salió del aparcamiento a toda prisa y la cronología de los hechos demuestra que lo vio después de que Emma terminara su jornada.

—No lo sé —admito.

—Tal vez no estén relacionados —sugiere.

—Sí, es posible, pero como ya has dicho tú mismo, sucedió más o menos a la misma hora. —Me pongo de pie sobre la mesa apoyando todo el peso en la pierna derecha y empujo una de las placas del techo.

—?Qué demonios haces, Tate? Deja que me encargue yo de eso —se ofrece Schroder.

Meto la mano por el hueco del falso techo y rezo para que no me muerda una rata. Busco con los dedos pero no encuentro nada. Mi rodilla se queja un poco cuando Schroder me ayuda a bajar. él sigue buscando por debajo de los cajones. Aparto el archivador de la pared. Hay una memoria USB pegada con cinta a la parte trasera. Pensaba que Cooper sería distinto porque imaginé que sabría dónde no hay que esconder las cosas, pero o bien pensó que la policía no llegaría a registrar este lugar, o bien creyó que este escondite sería más que suficiente. Se la muestro a Schroder y este deja de buscar. Se la doy y nos quedamos uno al lado del otro, mirándola fijamente. Es como si pudiéramos evitar que las malas noticias que puedan esperarnos ahí dentro sucedan si no la abrimos. Porque sabemos que serán malas noticias, los dos llevamos suficiente tiempo en esto para intuir lo que estamos a punto de descubrir. El horror no consiste en ver las imágenes, el horror está en la cantidad. ?A cuántas más debe de haber matado Cooper?

Schroder conecta el lápiz de memoria en el ordenador y pasamos por el mismo proceso que he pasado yo antes con la tarjeta de la cámara. Se carga la primera imagen, luego hace ?clic? en la flecha para acceder a la segunda y luego a la tercera. Hay treinta imágenes en total. Todas de la misma chica. Es horrible considerarlo una suerte, pero así es como lo vemos. Asustada y vestida al principio, desnuda y muerta al final. Las fotografías son una progresión de la última semana de vida de esa chica, según las marcas de fecha y hora de las fotos. Aparece tendida en el mismo suelo que Emma Green. Las fotos forman una secuencia, verlas es como leer una historia. La secuencia muestra a la chica cada vez más pálida a medida que transcurren los días. Pierde peso, le salen ampollas, un sarpullido en la cara y unas ronchas de muy mal aspecto en el resto de la piel, como si la hubieran golpeado. Siete días de infierno. Siete días sabiendo que vas a morir pero rezando para que todo se solucione. Tiene cinta americana en los ojos en todas las fotos excepto en la última. A Cooper le gustaba la idea de que no lo vieran, pero de poder conversar. Apuesto a que a ese cabrón le encantaba oírlas llorar o suplicar por sus vidas.

—Está viva —le digo.

—?Qué? —pregunta, perdido en sus cavilaciones.

—Digo que está viva. Emma Green. Si piensa hacerle lo mismo que le hizo a esta chica, entonces…

—Jane Tyrone —dice Schroder.