El coleccionista

Ella, al parecer, no le cree.

—Tenemos que encontrar algo que podamos utilizar como arma —dice Cooper mientras se dirige hacia la librería. No había podido verla bien desde la ventana de la celda, pero hay una larga historia en esos estantes, incluyendo un par de cuchillos que proceden de su casa. Coge el más grande, es una faca tosca que hace cuarenta a?os perteneció a un tipo que apu?aló a sus propios padres, una faca tosca que compró en una subasta por poco menos de doscientos dólares. Ahora mismo esa faca no tiene precio para él. Le hace sentir tan poderoso como debió de sentirse su anterior propietario. Ve su maletín en el suelo. Se arrodilla, hace saltar el cierre, que funciona, y lo abre. El interior está completamente revuelto. Hurga entre el contenido con los dedos.

Falta la cámara.

Si se le cayó cuando soltó el maletín y si la tiene Adrian…

Eso lo cambia todo.

Vuelve a cerrar el maletín. Recoge la linterna y se dirige hacia las escaleras. Aunque hace unos minutos estaba golpeando la puerta, ahora se desespera por hacer tan poco ruido como sea posible. En un mundo lejos de este, su casa se ha convertido en cenizas, su vida ha quedado arruinada, pero no habría nada peor que quedarse encerrado aquí dentro para siempre. La puerta del sótano probablemente estará cerrada con llave, pero comparado con la celda incluso en ese sótano se siente libre. Si está cerrada con llave, se limitará a esperar a ese lado de la puerta hasta que Adrian vuelva. No ve otra salida, se ve obligado a matar a su captor. Tiene que hacerlo. Si no lo hace, el riesgo será demasiado grande. Matará a Adrian y la policía lo tratará con severidad. Lo único que sabe con toda seguridad es que la policía muestra un celo excesivo con los detenidos, sean cuales sean las circunstancias. Ya lo ha visto otras veces. Ha visto cómo encierran a hombres sabiendo que eran inocentes e incluso se han demostrado casos en los que se habían ama?ado pruebas para conseguir una detención.

Matará a Adrian, le salvará la vida a esa mujer y acabará en la cárcel.

Se detiene antes de acabar de subir las escaleras.

La policía será un problema.

Y la cámara, un problema aún mayor.

Sigue subiendo las escaleras. Se agacha y acerca la cabeza a la puerta, pero no oye nada al otro lado. Hay tantas posibilidades esperándole ahí fuera…

La chica se halla dos escalones por detrás de él. Parece no estar segura de lo que está a punto de ocurrir.

En última instancia es el hecho de que le falte la cámara lo que le hace decantarse por sí mismo. Si la hubiera encontrado en su maletín, las cosas podrían haber seguido otro cauce. Es una lástima, porque realmente le estaba muy agradecido a la chica por la ayuda que le había brindado.

Aún le quedan ocho minutos. Eso es mucho tiempo.

—Debería contarte algo antes de que abra esta puerta —dice—, porque hasta ahora no he sido completamente sincero contigo.





23


Estoy fuera del despacho de Cooper, repasando el expediente de Melissa mientras espero a que llegue Schroder. Aunque ya no es Melissa X. Es Natalie Flowers. Tenía diecinueve a?os cuando se matriculó en la Universidad de Canterbury. Pasó dos a?os estudiando aquí antes de decidirse por la psicología, disciplina que estudió durante tres a?os antes de especializarse en psicología criminal, momento en el que empezó a asistir a las clases de Cooper Riley. Cuando solo llevaba un mes y medio asistiendo a sus clases, las dejó. En esa misma época, Cooper Riley se ausentó cinco semanas del trabajo. Hago las cuentas. En el vídeo que vi, Melissa X tendría unos veintiséis a?os. Parecía algo mayor, pero puede que aparente más a?os de los que tiene.