El coleccionista

—?Qué cree que puede haberle ocurrido? ?Cree que estará bien?

—Lo estamos investigando —le digo—. Por favor, cualquier cosa que pueda contarme sobre él podría ayudarnos.

—Claro que lo conocía bien. Somos vecinos de despacho. Los dos llevamos el mismo tiempo trabajando aquí. Asistimos a las respectivas bodas y a veces aún cenamos juntos.

—?Cuánto tiempo lleva divorciado? —pregunto, consciente de que son cosas que Schroder ya sabe.

—Veamos, déjeme pensar. Tres a?os, más o menos. Fue ella quien lo dejó. Quiero decir que conoció a otra persona. Me han dicho que se conocieron en la red. Estas cosas ocurren cada vez con más frecuencia últimamente. Es un fenómeno psicológico realmente interesante, cómo la gente tiende a relacionarse en la red para encontrar una conexión fuera de la red. De hecho me estoy planteando escribir una ponencia al respecto.

—?Ella aún vive por aquí?

Niega con la cabeza.

—Australia, eso fue lo último que me dijeron, pero Cooper nunca habla sobre ella. Salió de su vida de un día para otro. Es una pena. Los dos son buena gente, pero no funcionó. A veces ocurren estas cosas —a?ade, aunque no continúa diciendo que se esté planteando escribir una ponencia al respecto—. Fue un golpe duro para Cooper.

—?Sabría decirme cuándo tuvo el accidente?

Me mira confuso.

—?Accidente? ?Qué tipo de accidente? ?Un accidente de coche?

—No exactamente.

—Entonces, ?de qué tipo exactamente?

—?Recuerda alguna temporada en la que se haya ausentado del trabajo, pongamos que un mes, más o menos? ?Repentinamente? Le hablo de hace unos tres a?os, más o menos en la época en la que se divorció.

Sus ojos se desvían hacia la izquierda mientras intenta recordar, luego niega con la cabeza lentamente mientras su boca se convierte en una sonrisa vuelta del revés.

—Que yo recuerde, no.

—?No ha enfermado nunca de repente, algo que le impidiera venir?

—Seguro que sí. Nos pasa a todos en algún momento. La vida se interpone en nuestro trabajo, agente. ?Por qué? ?Qué relación puede tener el hecho de que haya estado enfermo con su desaparición?

—No estoy seguro —le digo.

—Pregunte en el despacho de administración —me dice—. Allí tienen documentadas ese tipo de cosas.

Sigo las indicaciones de Collins hasta un edificio más moderno que el resto, con grandes fachadas de cristal tintado, frente a una fuente de hormigón que una docena de palomas utilizan como cuarto de ba?o. El vestíbulo del edificio parece la sala de espera de un médico, con estudiantes sentados en sillas, leyendo libros de texto o revistas mientras esperan para poder hablar con alguien. La mujer del mostrador debe de tener casi cincuenta a?os, lleva el pelo recogido en un mo?o y las gafas colgadas al cuello por una cadeneta. Su perfume es tan intenso que ya empiezo a notar un ataque de alergia inminente. Lleva una blusa con pelos de gato pegados en los botones.

—?Puedo ayudarle en algo? —me dice, con una sonrisa.

—Sabe que hemos registrado el despacho de Cooper Riley hace un rato, ?verdad? —pregunto, con la esperanza de que cometa el mismo error que el profesor Collins y, efectivamente, lo comete.

—Sí, por supuesto. Todo el mundo lo sabe.

—Hay algo más en lo que tal vez podría ayudarnos —le digo—. Hubo una época en la que Riley estuvo cosa de un mes ausente del trabajo. Posiblemente hace unos tres a?os. ?Podría confirmármelo?

No me responde. En lugar de eso, se pone las gafas y ajusta la distancia entre las lentes y sus ojos mientras mira la pantalla del ordenador y luego sus dedos vuelan sobre el teclado.

—Será un minuto —dice, pero no tarda ni diez segundos en encontrarlo—. Aquí está. Tiene razón. Hace casi tres a?os. Abril y mayo, cinco semanas en total.

—Necesito ver los nombres y las fotografías de los alumnos que tuvo ese a?o.

—?Por qué?

—Por favor, es importante. Estamos intentando salvar la vida de Cooper —le digo.

—?Es cierto que su casa se ha incendiado?

—Sí, es cierto.

—Hace tres a?os había cientos de estudiantes —protesta.

Necesito revisarlos todos para ver si reconozco al pirómano, pero eso puede esperar hasta que llegue Schroder.

—Solo necesito las mujeres.

—Supongo que puedo imprimírselo —accede al fin—. Tardaré una hora, a menos que pueda restringir más la búsqueda.

—?Qué le parece las alumnas que dejaron el curso durante el a?o, más o menos durante la misma época en la que el profesor Riley se ausentó del trabajo?

—?Por qué? ?Cree que eso puede significar algo?

—Por favor —le digo—, debemos darnos prisa.

—Mmm… Déjeme ver. —Vuelve a repiquetear el teclado—. Cuatro alumnas dejaron el curso durante esa época.

—?Alguna que se llame Melissa?

—?Melissa? No, ninguna.