El coleccionista

—Es para ti —dice.

Adrian deja a la chica en el suelo con cuidado para que los brazos y las piernas no le queden de cualquier manera bajo el cuerpo y enciende la linterna. Cooper está de pie frente a la puerta, mirándolo, con una expresión en el rostro que Adrian ya ha visto antes en otras personas, concretamente en el rostro de su madre cuando empezó a empaparla con gasolina ayer por la ma?ana.

—?Qué…? —dice Cooper, pero no consigue acabar la pregunta. Adrian espera que Cooper no pierda el interés por culpa del vestido. Le habría gustado dejarla algo más sexy, pero lo único que tenía era un vestido que había encontrado en casa de su madre. Esa ma?ana se llevó más cosas. Comida, sobre todo. Y dinero.

—La encontré en el centro —dice—. ?Verdad que es perfecta?

Cooper presiona la cara contra el cristal.

—Dios, Adrian, Dios… esto es de locos. Es una locura.

—La encontré el lunes por la noche —dice—. ?Verdad que es perfecta?

—Yo … —murmura Cooper, pero no consigue articular nada más.

—Te has quedado sin palabras —dice Adrian—. Sé lo que se siente. ?Lo ves? Ya te dije que me ocuparía de ti. Ya me he ocupado de tu casa. La he incendiado.

—Dios mío, mi casa —se lamenta Cooper—. Y esta chica… Adrian, Adrian…

—Quería tener un detalle contigo —dice—. Sé que te gustan las mujeres, por lo que pensé que te gustaría esta mujer y tomé la iniciativa. Quiero ayudarte, Cooper. Me gusta ayudar a mis amigos —a?ade, con la intención de que Cooper piense que tiene otros amigos. Cooper no dice nada. Adrian se siente incomodado ante tanto silencio. Ha pasado muchos días y noches aquí abajo en silencio, por aquel entonces se acostumbró a ello, pero ahora lo está pasando mal—. Dijiste que lo que más me gustaba de ti era lo que no puedes hacer encerrado aquí dentro. Pero te equivocabas, Cooper. ?Lo ves? Puedo traértelas. Las que necesites —dice, con la esperanza de que Cooper no querrá muchas, o con la esperanza de que, si efectivamente quiere muchas, traer chicas le resulte cada vez más fácil.

—No… no sé qué decir —responde Cooper—. ?Es mía?

—Sí.

—Muy bien, muy bien. Bueno, eso está muy bien —dice Cooper—. Entonces… entonces puedo hacer con ella lo que quiera, ?no?

—Por supuesto —responde Adrian sonriendo, contento de ver que Cooper lo ha entendido—. ?Vas a tener relaciones sexuales con ella?

—?Eso es lo que hice con las demás?

—Creo que sí.

—Entonces sí, claro, me encantaría tener relaciones sexuales con ella. Es solo que… bueno, no importa.

—?Qué es lo que no importa? —pregunta Adrian, confundido.

Cooper suspira.

—Me veo obligado a decir que no, Adrian. Vas a tener que devolverla donde la encontraste o matarla tú mismo. Lo siento.

—?Por qué? —pregunta, su voz un tono más aguda.

—Por ningún motivo. Pero aprecio realmente el gesto que has tenido, de verdad. Si pudiera… bueno, nada.

—Si pudieras ?qué? Por favor, dímelo —le pide, desesperado por saberlo.

—Es una estupidez —dice Cooper—. Es solo que para tener relaciones sexuales con ella no puede haber nadie delante. No puedo hacerlo con público. Voy a necesitar intimidad.

—?Intimidad?

—?Lo ves? Ya te he dicho que era una estupidez, probablemente me odias por esto y piensas que soy un desagradecido y un mal amigo. —Cooper se da la vuelta.

Adrian se acerca a la puerta.

—No te odio —dice, intentando desesperadamente que Cooper lo crea—. Creo que te entiendo —continúa—. Crees que no podrás… —busca la palabra correcta y se queda con ?cumplir?— . Crees que no podrás cumplir si te estoy mirando, ?no?

—Exacto.

—O sea que si no miro, ?podrás hacerlo?

—Y matarla, si es eso lo que quieres, Adrian.

—?Es lo que tú quieres?

—Por supuesto.

—Entonces también es lo que yo quiero —dice Adrian, sonriendo.

—Hay una cosa más.

—?Qué?

—Vaya, me siento muy tonto, porque además sé que me dirás que no.

—Adelante, tú pregunta —dice Adrian. Tiene los ojos muy abiertos y no parpadea ni una vez mientras mira a Cooper, pendiente de cada una de sus palabras. Precisamente quería tener allí a Cooper para eso. Para escuchar historias. Para sentir emociones. Para su colección.

—Estaba pensando que estaría bien tener sexo con ella a solas, pero que estuvieras aquí conmigo para ayudarme a matarla cuando haya terminado.

—?Quieres que la mate yo?

—Solo que me ayudes. Tú aún no has matado a nadie, ?verdad?

—Verdad —dice, aunque no es cierto.

—Bueno, pues estaba pensando que para devolverte el favor de habérmela traído hasta aquí y para asegurarme de que me traerás más, me gustaría que también participaras. Solo para matarla, en lo otro no.

—No sé.

—Realmente me apetece matarla, Adrian, de verdad. Cada vez tengo más necesidad de hacerlo. Y… bueno, hay más. Necesitaré un cuchillo.