El coleccionista

—?Qué?

—Que no podrás. Robaba material médico y medicinas, de las que no se venden sin receta. Se lo vendía todo a un paciente que acabó muriendo. La pillaron y se suicidó porque no quería ir a la cárcel. Fue muy triste, colega, muy triste. Tenía unas peras impresionantes —dice, y se lleva las manos al pecho con expresión triste.

—?Y eso fue…? ?Cuándo tuvo el accidente? ?Hace tres a?os? ?Cuatro?

—?Qué importa?

Importa porque Schroder dijo que Cooper se divorció hace tres a?os y podría haber alguna relación entre los dos hechos.

—?Ves a ese tipo de ahí? —digo, y se?alo a Schroder.

—?Otro poli?

—Ve y cuéntale lo mismo que me has contado a mí. Resultará útil.

—Vale, tío. Ahora voy —dice, pero se marcha en dirección opuesta y se aleja de Schroder.

Consigo doblar la rodilla lo suficiente para sentarme frente al volante. Por suerte, el coche es automático. Cuando arranco el coche, la casa sigue humeando. Pienso en la enfermera que robaba píldoras, en cómo la pillaron y decidió quitarse la vida y me pregunto si algo de lo que me acaban de contar es cierto. La pierna me duele horrores, pero es demasiado pronto para tomarme otro de los calmantes que me ha dado el tipo de la ambulancia. El a?o pasado estuve enganchado a la bebida; no llevo tanto tiempo fuera de la cárcel para engancharme ya a otra cosa. El tráfico en las calles alrededor del incendio es muy denso, y también hay bastantes coches aparcados, pero cuando consigo salir de allí la conducción se vuelve mucho más sencilla. Paso junto a una gasolinera y veo que el encargado está encaramado a una escalera, cambiando los precios del rótulo, subiendo cinco céntimos más el litro de gasolina. Llamo a Schroder al móvil.

—Has buscado los antecedentes penales de Riley, ?verdad?

—Correcto.

—?Has visto si ha denunciado alguna vez algún delito?

—?Qué?

—?Ha sido víctima de algún delito?

—?Qué tipo de delito?

—Búscalo. Si sale en los registros encontrarás los detalles. Si no lo encuentras, llámame y te lo contaré yo. Y otra cosa. La casa de Riley estaba empapada de gasolina. Tal vez deberías preguntar en las gasolineras. Quién sabe si alguno de los encargados recuerda haber ayudado a alguien a llenar unos recipientes con gasolina.

Es demasiado temprano para encontrar tráfico de hora punta, la mayoría de los que están en la carretera son padres que van a buscar a sus hijos a la escuela. Hay grupos de ni?os circulando en bici con las mochilas a la espalda y las camisas por fuera de los pantalones, gritándose, insultándose y riendo. Otros van andando, arrastrando los pies por la acera. Encienden cigarrillos y practican lo que se supone que está de moda hoy en día. Llego a casa, aparco frente a la puerta y apoyo el peso en mi pierna buena. Ya casi he llegado a la puerta cuando veo a Daxter. Está echado frente a la puerta.

—Eh, Dax —digo, pero Daxter no responde—. ?Dax?

No se mueve. Cuanto más me acerco, más se me rompe el corazón y más despacio camino.

—?Estás bien, compa?ero? —pregunto, aunque sé que no es así.