El coleccionista

Llega el primer camión de bomberos. Es de color rojo chillón, lleva muchos cromados y de él salen tipos enormes, vestidos con uniformes amarillos manchados por el humo, y se mueven rápidamente a pesar de su tama?o, trasegando grandes mangueras y tomando posiciones. Han llegado a tiempo para apagar el incendio, pero ya no podrán salvar nada. La casa se desploma sobre sí misma con un violento crujido que le duele en los oídos y un montón de chispas caen sobre el jardín, donde los arbustos secos y las plantas empiezan a arder. El coche de Cooper también está ardiendo. Llega otro camión de bomberos. Más uniformes amarillos. A continuación aparecen los coches patrulla: primero dos y luego oye la sirena de un tercero unas manzanas más allá. Cada vez hay más gente. Debe de haber por lo menos cuarenta personas, ya. Más bomberos se acumulan en la calle. Los agentes de policía intentan infructuosamente hacer retroceder a los espectadores. El incendio gana en virulencia. Las llamas son más grandes y más bellas. Adrian no sabe si mirarlas a ellas o al tipo. No para de darle vueltas a la cabeza, intentando recordar.

Las mangueras se hinchan y se tensan, la presión las desplaza por el suelo y convierte los pliegues en líneas rectas. De sus bocas salen arcos de agua que van a parar al infierno en llamas que hasta hace poco era una casa, los bomberos se apuntalan para resistir la presión. La gente se grita por encima del ruido. Hay más sirenas de otros coches que se acercan al lugar. Ya son unas cincuenta personas las que gritan para ser oídas por encima del estruendo. A Adrian no paran de empujarlo a medida que va llegando más gente que presiona desde atrás para poder contemplar el espectáculo. Si se cayera al suelo podría morir arrollado. No es justo, ese incendio es suyo y todos los demás pueden verlo mejor que él. Camina un poco calle abajo para poder conseguir otro ángulo de visión, aunque se vea más peque?o, e incluso desde allí puede notar el calor abrasador en el rostro. Sigue concentrándose en aquel tipo. Los dos hombres que lo han ayudado a salir de las llamas se han ido. El tipo se apoya en un coche mientras discute con alguien. Es el inspector de policía Schroder. Adrian lo ha visto en la tele, sale mucho en las noticias. De hecho, empieza a pensar que es precisamente de eso de lo que conoce al otro tipo. Por lo que sabe, Schroder jamás ha matado a nadie. Schroder no sería digno de formar parte de su colección.

La multitud se dispersa un poco a medida que la gente llega y se marcha. Adrian vuelve al coche. Por un momento tiene miedo de que haya desaparecido y luego, cuando entra en él, se da cuenta de que podría ser una trampa y de que la policía podría estar vigilándolo. Sin embargo, al final todo queda en nada y se aleja de allí sin más.

Adrian mira las noticias, aunque no de forma obsesiva y solo si hay asesinos en serie implicados, lo que no ocurre muy a menudo. No ha vuelto a verlas desde que dejó el centro de reinserción social en el que lo han obligado a vivir durante los últimos tres a?os, desde que cerró la institución. Mientras conduce, piensa en el tipo del jardín y se ve obligado a detenerse. A veces le resulta difícil concentrarse en dos cosas al mismo tiempo, especialmente si una de ellas es conducir. Permanece sentado con la cara entre las manos, cierra los ojos y piensa en los asesinos en serie que ha dado esta ciudad, los imagina tal como los ha visto en las noticias y poco después ya es capaz de ponerle nombre a la cara que acaba de ver. Theodore Tate. Ahora se acuerda. Theodore Tate había sido poli, se hizo investigador privado y el a?o pasado apareció en las noticias porque atrapó y mató a un asesino en serie. Adrian quedó fascinado por el caso. Recuerda que había deseado poder descubrir al asesino antes que la policía para poder conocerlo.

?Significa eso que Theodore Tate también ha descubierto que Cooper Riley es un asesino en serie? Todavía con el rostro hundido entre las manos, Adrian llega a la conclusión de que así es. Theodore Tate está buscando a Cooper Riley. No sabe cómo Tate lo ha descubierto, lo único que sabe es que lo ha conseguido.

No solo está intentando arruinarle la vida a Cooper Riley, Theodore Tate también intentará llevarse la colección de Adrian. No es justo. Cuando aparta las manos de la cara, el sol le da de lleno en los ojos y se ve obligado a cerrarlos de nuevo y a abrirlos poco a poco hasta que vuelve a acostumbrarse a la luz. Conduce hasta una gasolinera. Vuelve a llenar los dos recipientes de plástico que hasta hace una hora contenían gasolina y que han quedado vacíos. Llena también el depósito del coche.

Paga en efectivo. Le pregunta a la mujer que hay tras el mostrador si puede prestarle un listín telefónico y ella le responde que sí, por lo que inmediatamente pasa a caerle bien. Las mujeres suelen evitar hablar con él. Pide prestado también un bolígrafo para anotar la dirección de Tate. Pasa cinco minutos examinando el mapa que tiene extendido en el asiento del pasajero, intentando descifrar la mejor manera de llegar a la casa de Tate. No reconoce las calles porque no conoce la zona. Traza una línea con el dedo mientras decide el mejor camino para llegar hasta allí.





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