El coleccionista



Adrian conduce solo dos manzanas. Aparca el coche, cierra la puerta con llave y regresa con calma al lugar del incendio. La gente no aparta los ojos del espectáculo. La multitud es cada vez más numerosa, entre tanta gente pasará desapercibido. Debería haber seguido conduciendo, pero hay algo en el fuego que reclamaba su atención y lo ha hecho volver. Cuando era peque?o, antes de convertirse en el Orinador, le encantaba provocar incendios. Nada importante, incendios peque?os, hogueras controladas, normalmente en cubos de basura de la calle. A veces tiraba una cerilla encendida sobre montones de cartón o de papel de periódico que esperaban a ser recogidos para el reciclaje. Menos de diez fuegos en total, la adicción terminó para él cuando uno de los vecinos le contó a su madre que había visto a su hijo intentando prenderle fuego a un buzón. Desde la paliza solo ha provocado dos incendios. Uno ayer con su madre y el otro hoy. Los dos, incendios a gran escala de los que no ha podido alejarse sin contemplar antes el espectáculo. Ver cómo ardía su madre ha sido mucho mejor que intentar prenderle fuego a un buzón de madera, y contemplar cómo ardía la casa de Cooper es mejor todavía. Las gigantescas llamas de color naranja y amarillo trepando por las casas, el humo que se apodera del aire, el poder salvaje de un peque?o infierno. Cuánta belleza.

En el grupo de mirones hay ya casi veinte personas. No sabe de dónde vienen. La mayoría son mujeres, algunas seguramente son madres hogare?as. No hay muchos ni?os y le parece genial, porque no le gustan los ni?os. La mayoría de la gente parece que tiene al menos cuarenta a?os y piensa que se debe a que los jóvenes no pueden permitirse vivir en ese barrio. Le sorprende que toda esa gente prefiera estar al sol, expuesta a un aire aún más cálido debido a las llamas. Hay coches aparcados por toda la calle y siguen llegando más. Hay una moto de agua estacionada junto a la casa de Cooper y la pintura de uno de sus costados se está derritiendo, mientras que las ruedas del remolque ya están todas pinchadas. No hay coches de policía ni camiones de bomberos, pero ya oye las sirenas a lo lejos. Se mezcla con la multitud pero no le pregunta a nadie qué ocurre. En el jardín de la casa de Cooper hay tres hombres, un colchón y una manta. El colchón no estaba allí hace un rato, parece que lo han tirado desde el cuarto del primer piso. Uno de los hombres recibe la ayuda de los otros dos. Cojea. Lleva la ropa chamuscada y tiene sangre en las manos. ?Estaba dentro de la casa? ?Y quién es? ?Un vecino? ?Un poli?

Sí. Un poli. Eso parece. Pero ?por qué estaba allí? ?Buscaba a Cooper porque ha desaparecido? ?O buscaba a Cooper porque ha matado a seis personas? Y además lo reconoce, le suena de algo, le suena pero no sabe de qué.