El coleccionista

Los precios aumentan con el tama?o de las casas, viviendas de dos plantas con columnas que nacen en el porche y suben hasta el piso superior, columnas que en otro tiempo y otro país habrían sido de mármol. Aquí, sin embargo, el noventa por ciento de las casas son de planchas de poliestireno recubierto de yeso, una gran idea hasta que llega un ni?o y te agujerea la pared con un balón de fútbol, la humedad alcanza el armazón de madera y la casa entera empieza a pudrirse por dentro. Es un problema tan caro como frecuente en todo el país. Aquí la gente paga por la zona, por las vistas y por una calidad ilusoria. Hay una moto de agua enorme aparcada sobre un remolque en la calle contigua a la de la casa de Cooper, ocupa casi todo el carril. Parece cara, supongo que el vecino en cuestión no tenía suficiente con aquella bonita casa para demostrar a los vecinos que está forrado. Paso junto a la moto de agua, veo dos coches al otro lado y estoy prácticamente seguro de que ninguno pertenece a un policía. El coche más peque?o, que está aparcado delante, es de color amarillo y no encaja demasiado en este vecindario, porque no es europeo. Si lo dejaran aquí aparcado más de veinticuatro horas se lo acabaría llevando el departamento de sanidad. El segundo coche, un BMW, está estacionado frente al garaje. Aparco delante del vehículo más barato y me doy cuenta de que ya lo he visto antes. Tengo el expediente de Emma Green al lado, sobre el asiento del pasajero. Lo abro y veo una foto en la que aparece de pie junto a su coche, la foto fue tomada hace cuatro meses. Me fijo en la matrícula del coche de la foto, la comparo con la del que tengo delante y veo que son idénticas. Llevan desde el martes buscando ese coche, el problema es que en esta ciudad hay más vehículos que policías y estos solo se fijan en lo que entra dentro de la órbita del coche patrulla. Es el vehículo que le dio la compa?ía de seguros después de que yo le destrozara el que tenía. En la foto Emma aparece muy sonriente. En la foto piensa que lo peor ya ha pasado, no tiene ni idea de que se encuentra en medio de dos tragedias, una que casi le cuesta la vida y la otra que probablemente se la haya quitado ya. Cierro la carpeta del expediente y salgo del coche, conservo su sonrisa en mi mente, su sonrisa me hace avanzar, es lo que me hace buscar desesperadamente al tipo que se la ha arrebatado.

Camino hasta la casa con cuidado porque los cristales de mis gafas están a punto de desprenderse de la montura. A estas alturas Schroder ya debe de haber hecho una llamada y alguien debe de estar en camino para hablar con Cooper Riley. Eso significa que muy pronto llegará un coche de policía con un agente dentro. Pero aquí hay algo que no encaja. La puerta de la casa está entreabierta y las llaves, en la cerradura. La puerta del BMW está cerrada, pero no tiene el seguro puesto. La luz interior no funciona, por lo que, o bien se ha fundido la bombilla, o bien está desconectada, o la puerta ha permanecido abierta toda la noche y la batería ha pasado a mejor vida. El BMW es de color azul marino, debe de tener unos diez a?os y no puede haber sido el coche que chocó contra el contenedor que hay detrás de la cafetería.

Tomo aire, abro el maletero y respiro aliviado al ver que Emma Green no está allí dentro. Y en cualquier caso, si alguna vez llegó a estar aquí no hay rastros que lo demuestren. Si fue Cooper quien se la llevó podría haberla envuelto en algo. Doy una vuelta alrededor del coche y encuentro algo de plástico junto a uno de los neumáticos. Me agacho. Es una cámara. La pantalla está agrietada y le falta la tapa del compartimiento de la batería. Abro el peque?o compartimiento que cubre la tarjeta de memoria, la saco y vuelvo a dejar la cámara en el suelo, debajo del coche. Hay un par de folios, un horario de clases, un bocadillo envuelto en film transparente y una manzana arrugada y pocha. Junto a los flancos de los neumáticos veo que hay unos papelitos redondos con un número de serie impreso. Hay unos cuantos más debajo del coche y cuando vuelvo a ponerme de pie me doy cuenta de que también los hay al borde del césped. Han salido de una pistola Taser. Me meto la tarjeta de memoria en el bolsillo, vuelvo al maletero y saco la palanca que sirve para desmontar las ruedas.

No llamo a la puerta. En lugar de eso, cojo las llaves, me las guardo en el bolsillo y acabo de abrir la puerta con el pie. Huele a gasolina. Me lloran los ojos a medida que avanzo. Hay dos bidones de gasolina vacíos en el recibidor. Me froto los ojos mientras contengo el aliento. El suelo alicatado del recibidor está mojado y resbaladizo. A la izquierda hay unas puertas acristaladas abiertas y tras ellas un salón, con unas enormes manchas oscuras de gasolina en la moqueta. Veo más puertas acristaladas, otra sala, un comedor y una cocina. A mi derecha hay unas escaleras que suben hasta el segundo piso con un quiebro de noventa grados en un rellano intermedio, todo bordeado por una baranda de hierro forjado rematada por un pasamano de madera.

Retrocedo para volver a salir y aspiro una bocanada de aire limpio. Alguien ha recibido un disparo de Taser y alguien está a punto de incendiar la casa. Con tanta gasolina arderá en un abrir y cerrar de ojos y puede ocurrir en cualquier momento. Si Emma Green está dentro, acabará calcinada con la misma rapidez.

No tengo elección. Vuelvo a entrar y subo por las escaleras, paso rápidamente junto a las láminas y fotografías colgadas, chapoteando sobre la gasolina de la moqueta. Si me doy prisa podré entrar y volver a salir antes de que este sitio empiece a arder, o tal vez pueda incluso evitar que eso suceda. Busco en las habitaciones del piso superior. Hay un estudio en el extremo izquierdo, un cuarto de invitados, dos ba?os y dos dormitorios más. Me duelen el pecho y las piernas, la falta de ejercicio de los últimos meses se hace evidente. Los vapores son más concentrados aquí arriba. No cuadra: prenderle fuego a tu casa no parece una actuación lógica para un catedrático de criminología y psiquiatría que intenta esconder un cadáver. Un tipo como Cooper no habría traído a una víctima hasta aquí para luego desesperarse e incendiar su propia casa para ocultar las pruebas. Tampoco sería tan estúpido como para dejar su coche aparcado frente a su domicilio. Cooper Riley acaba de pasar rápidamente de sospechoso a víctima. Algo malo debe de haberle ocurrido, o como mínimo está a punto de sucederle si este lugar se incendia, y pienso que es lo mismo que podría ocurrirle a Emma Green.