El coleccionista

Cojeo hasta el departamento de psicología lamentando no tener unas muletas. Subir las escaleras me cuesta mucho, tengo que apoyarme en el pasamano. Un par de personas pasan de largo y se me quedan mirando fijamente, aunque intentan disimular. Me doy cuenta de que en parte quieren ofrecerme su ayuda, pero tampoco quieren sugerir con ello que la necesite y el miedo a que me ofenda por eso acaba imponiéndose. Es como cuando le abres una puerta a alguien que va en silla de ruedas y no sabes si te lo agradecerá o te mandará a la mierda . Llego al segundo piso, donde están todos los despachos, uno al lado del otro. Hay un montaje fotográfico en la pared con imágenes de miembros de la facultad, de los que suelen utilizarse para recordar a los que ya han muerto, peque?os retratos del tama?o de una mano dispuestos en una cuadrícula. Busco en ellos al tipo que prendió el fuego y llego a la conclusión de que podrían ser la mitad de los que aparecen en las fotos. Cooper Riley está entre ellos, aunque en la imagen aparece con más pelo y menos canas. Me dirijo hacia el pasillo. Aquí arriba todo parece más antiguo incluso que la propia psicología como disciplina. Las puertas de los despachos son de color azul y tienen el nombre de su ocupante escrito en un peque?o rótulo, igual que el de Cooper, aunque se diferencia de los demás porque la puerta está precintada con cinta policial. Entre las puertas de dos de los despachos hay un póster con la leyenda ESTUDIO DE PERSONALIDAD, con diagramas y palabras largas y complicadas que me provocan dolor de cabeza. No veo a nadie. Intento abrir la puerta, pero está cerrada. Saco las llaves que encontré colgadas en la cerradura de la puerta de la casa de Cooper. Una de ellas encaja. Despego la cinta y la tiro al suelo. Les echaré la culpa a los alumnos.

Dentro de la oficina el aire es denso y viciado. Hay una mesa de madera de pino con la superficie llena de muescas y ara?azos, y nada de lo que hay encima está ordenado. Los cajones del escritorio están abiertos, igual que el archivador; el ordenador está encendido y hay polvo del que se usa para revelar las huellas dactilares en muchas superficies planas. La policía ha entrado aquí buscando alguna pista que les permitiera descubrir qué le ha ocurrido a Cooper Riley. Imagino a Cooper como ese tipo de personas a las que les gusta tenerlo todo bien ordenado y perfectamente alineado; si entrara en su despacho ahora mismo seguramente se enfadaría bastante. Me suena el móvil, es Schroder.

—?Dónde estás? —pregunta—. El retratista está esperando frente a tu casa.

—Mierda, lo olvidé. Dile que ahora mismo voy.

—Oye, no tenemos constancia de que Cooper denunciara ningún crimen —dice—. ?Por qué querías saberlo?

—?Significa eso que estás trabajando en el caso?

—Dos incendios en dos días. Podría haber una conexión, o sea que sí, estoy trabajando en el caso. Espero que el cuerpo de bomberos nos dirá algo al respecto más tarde.

Le cuento lo que me ha dicho el vecino.

—?Crees que lo hizo nuestra Melissa X?

—Eso creo.

—?Y por qué Riley no lo denunció?

—Esa es la cuestión. ?Por qué una víctima podría no denunciar un da?o del que ha sido víctima?

—Ocurre todos los días, Tate —dice Schroder—. Y lo sabes. Solo una de cada siete violaciones acaba en denuncia. Podría ser que haya ocurrido lo mismo en el caso de Riley, siempre y cuando lo que dice el vecino sea cierto.

—?Tienes acceso a su historial médico?

—Intentaré conseguir una orden judicial.

—?Cómo ha ido el registro en el despacho de Riley?

—No han hallado nada. Esperemos que los forenses encuentren algo en la casa o en el coche de Cooper cuando puedan acceder a lo que queda de ellos, pero no tenemos muchas esperanzas al respecto.

—Estoy pensando en pasarme por su despacho —digo, mientras me apoyo sobre la mesa—. Para ver si me fijo en algo que os haya pasado por alto.

—?Estás intentando ofenderme? —pregunta.

—No. Es lo que tú has dicho, tengo ojo para este tipo de cosas. ?Bueno, qué? ?Te parece bien?

—Depende, Tate. ?Ya estás allí?

—?Qué pasaría si te dijera que sí?

—Pues que habrías entrado en un lugar en el que se ha cometido un crimen, lo que puede tener graves consecuencias para el desarrollo del caso que intentamos resolver.

—Técnicamente no es el lugar del crimen —le digo—. Vamos, Carl, ?qué da?o puede hacer que le eche un vistazo?

—Te veo allí dentro de veinte minutos —dice—. No quiero que lo estropees todo.

Cuelga. Me pongo a hojear los expedientes que hay encima de la mesa de Cooper del mismo modo que otra persona debe de haberlo hecho hace un rato. Deben de haber revisado todos los expedientes de alumnos y del personal porque hasta ahora esa es la única conexión que relaciona a Cooper Riley con Emma Green. Tal vez un antiguo estudiante de psiquiatría enfadado por un suspenso haya querido vengarse. Tal vez tuviera algún motivo para culpar también a Emma Green.

Reviso el archivador y veo que todas las carpetas están apiladas en una dirección, es evidente que ya los han hojeado. Solo hay los expedientes de los alumnos de este curso y del curso pasado, nada más. Pienso en Melissa y en si debe de haber sido la causa de que los vecinos de Cooper Riley lo llamen profesor Mono. Si lo fuera, podría haber estudiado aquí. Tuvo que interactuar con ella de algún modo.

Salgo al pasillo y me planto frente al despacho siguiente. Según la placa de la puerta es el despacho del profesor Collins. La puerta está entreabierta y acaba de abrirse del todo cuando llamo con los nudillos. Un tipo sentado tras una mesa levanta la mirada hacia mí. Tiene el pelo áspero y canoso, los ojos demasiado grandes para el tama?o de su cara y las orejas de soplillo forman un ángulo de noventa grados respecto al cráneo. El despacho tiene la misma disposición y las mismas vistas que el de Cooper, pero no está ni mucho menos tan desordenado.

—?En qué puedo ayudarle? —pregunta.

—?Profesor Collins?

—Eso dice en la puerta —responde con una sonrisa mientras se recuesta sobre la silla—. Usted no es estudiante —dice—, o sea que debe de ser o periodista o poli. Yo diría que es policía. ?Me equivoco? ?Ha venido a hacerme preguntas sobre Cooper Riley? Me han dicho que esta tarde su casa se ha incendiado y sus compa?eros han estado registrando su despacho hace una hora.

—Premio, se?or —respondo mientras entro.

—Por favor, siéntese —dice, y me siento frente a él extendiendo la pierna hacia delante—. ?Qué? ?Se sabe algo de Cooper?

—Todavía no. ?Cuánto tiempo hace que trabaja usted aquí?

—Unos quince a?os —responde.

—?Conoce bien a Cooper?