El coleccionista

Dieciséis minutos. Tal vez más.

La chica se pone de rodillas. Las tiene magulladas y se le magullan aún más cuando intenta ponerse de pie. Pierde el equilibrio, cae hacia delante y Cooper oye un crujido procedente de la mu?eca de la chica ante el que no puede evitar estremecerse. Ella empieza a llorar de nuevo. Otro minuto perdido.

—Por favor, ?puedes abrir la puerta? —pregunta—. ?Hay algún pestillo? ?O una cerradura?

Ella no lo mira. Se sostiene el brazo contra el pecho y se acurruca hasta quedar en posición fetal. Está perdiendo el tiempo y Cooper cada vez siente más frustración. Incluso rabia. Le gustaría poder salir de la celda para sacudirla. Esa chica echará a perder esa oportunidad y eso le costará la vida, y a él también; si como mínimo se centrara, si pudiera controlarse… ?Dios, ojalá pudiera pegarle un bofetón!

—Vamos a morir aquí dentro si no empiezas a ayudarme de una vez —le dice, pero ella no le escucha. Atendiendo a la necesidad desesperada de hacer algo, por instinto, Cooper se da la vuelta y contempla su celda para intentar encontrar algo que pueda servir de ayuda, pero por supuesto no hay nada, tan solo un colchón raído, una cama con somier de muelles y un cubo con sus vómitos y su orina que hoy huele aún peor que ayer. Vuelve a mirar por la ventanilla. Ella no se ha movido.

?Calma. Pasito a pasito.?

Cooper respira hondo.

—Me llamo Cooper —dice, mientras aprieta los pu?os por debajo de la ventanilla, donde ella no puede verlos. Intenta sonreír, pero el intento se queda en una mueca. Debe volver a los fundamentos, debe volver a primero de psicología—. Apuesto a que tu familia estará preocupada por ti —dice—. Mi familia está preocupada por mí. Ayúdame a ayudarte y podremos verlos de nuevo. ?Puedes abrir la puerta? Por favor, por favor, mira la puerta.

Ella levanta la mirada hacia él. Parece que finalmente se da cuenta de que si ella está prisionera allí dentro y él también, entonces están en el mismo lado. Tensa la mandíbula y su mirada se despeja y por primera vez desde que se ha despertado parece consciente de sí misma.

Quedan doce minutos.

—Debemos actuar rápidamente —dice él—, antes de que el tipo que nos encerró vuelva. Debes ayudarme, entonces podré ayudarte yo a ti. Te prometo que saldremos de aquí.

Ella observa la habitación en la que se encuentra y Cooper tiene la impresión de que la está viendo por primera vez. Da una vuelta sobre sí misma y se detiene mirando directamente hacia él.

—La puerta. ?Puedes abrirla?

Ella asiente, pero no se mueve.

—Debemos darnos prisa —a?ade—, y no podemos hacer mucho ruido.

Ella da un paso hacia él, luego otro, hasta que finalmente se encuentra justo al otro lado del cristal. Cooper sigue esperando que la chica se dé la vuelta en cualquier momento y caiga hecha un ovillo de nuevo, pero eso no llega a suceder. Ella lo mira a través de la ventana e intenta ver algo en la penumbra. él se aparta un poco para que pueda ver mejor la celda, pero la luz de la linterna no la ilumina lo suficiente. De cerca, Cooper ve que tiene la cara hundida, que parece exhausta y desnutrida y que tiene ampollas alrededor de la boca. Como mínimo le parece que son ampollas.

—Puedo encontrar algo para quitarte el pegamento —dice, intentando mantener un tono de voz bajo y calmado, sin indicios de pánico, sin se?ales que revelen que desea desesperadamente que ella se dé prisa de una puta vez—. No te dolerá, te lo prometo.

Ella vuelve a asentir y baja la mirada hacia la puerta. Sigue presionando la mu?eca herida bajo la axila opuesta mientras manipula algo con la mano que le queda libre. Se oye el chirrido de algo metálico que gira, un cerrojo, imagina Cooper. Se resiste, tiene que intentarlo unas cuantas veces hasta que finalmente consigue deslizarlo y abrirlo. La puerta se abre con un crujido. él apoya una mano y empuja mientras piensa que ha sido demasiado fácil, pero luego piensa que tiene que ser fácil cuando la persona que te ha encerrado tiene la capacidad mental de un mocoso.

Quedan diez minutos.

La puerta se abre. Cooper sale al sótano. El aire es igual de frío a este lado de la puerta. Ella intenta liberarse cuando él la toma entre sus brazos y la abraza.

—Gracias a Dios —susurra, y siente el impulso de ponerse a sollozar sobre el cuello de ella, pero decide apartarse—. No voy a hacerte da?o —dice, agarrándola por los hombros.