El coleccionista

Dios, su madre… debe de estar deshecha. Su madre cumplirá ochenta a?os en julio, la familia ya está planeando celebrar una gran fiesta en su honor. Su hermana regresará desde el Reino Unido para la ocasión, aunque sospecha que ahora podría estar volviendo ya debido a lo que ha sucedido. Eso si la gente se ha dado cuenta de que ha desaparecido, pero si realmente Adrian ha incendiado su casa, ya deben de saberlo. Tiene la esperanza de que su madre esté bien. Es una mujer fuerte. Siempre lo ha sido, desde que el padre de Cooper los abandonara cuando él tenía doce a?os. Desde entonces, no ha vuelto a verlo. No tiene ni idea de si sigue vivo, pero tampoco le importa. Pero su madre… a ella se lo debe todo. De haber tenido una madre más débil, su vida habría seguido un camino completamente distinto. Cuando tenía catorce a?os, robó un coche. él y sus amigos se emborracharon y lo estrellaron. Nadie salió herido, pero su madre fue a recogerlo a comisaría y no le dirigió la palabra durante el camino de vuelta a casa, no le dijo una palabra hasta la ma?ana siguiente, cuando le preparó el desayuno.

él se disculpó, y ella le dijo que no era con ella con quien debía disculparse, sino consigo mismo en el futuro, porque era su propio futuro lo que había perjudicado. A él no le importó. En aquella época no le importaba casi nada, excepto el hecho de que su padre los hubiera abandonado y lo bien que sabía la cerveza cuando se escapaba por la noche para encontrarse con sus amigos. Ella lo obligó a escribirse a sí mismo una carta para el futuro, en la que debía contarse lo mucho que lo sentía y lo estúpido que había sido. Lo obligó a escribir lo mucho que había disgustado a su madre. Eso también lo escribió. Luego ella se encerró en su habitación y lloró. Cuando volvió a salir, se sentó con él a desayunar y le dijo que sentía lástima por el hombre que recibiría esa carta diez a?os después. Ella jamás llegó a darle la carta. En lugar de eso, las cosas cambiaron. Cada día le planteaba a su hijo si su yo futuro estaría contento o decepcionado con sus acciones. Fue entonces cuando a Cooper empezó a importarle ese yo futuro. No quería crecer y convertirse en alguien como su padre, por lo que comenzó a esforzarse en sus estudios y a sacar buenas notas.

Cuando tenía veinte a?os, tuvo un idilio con la vecina de al lado, quince a?os mayor que él. Pensaba que la amaba. Un día, el marido de la vecina volvió a casa con una pistola y disparó a su mujer antes de dispararse también a sí mismo. Nadie habría podido adivinar que sucedería algo así. Cooper nunca supo con seguridad si el marido sabía que lo habían estado enga?ando. Sospechaba que de haberlo sabido y de haber sabido con quién, habría reservado una bala también para él. El marido respondía al estereotipo, un hombre tranquilo y poco hablador, Cooper no entendía cómo no había visto venir lo que acabó ocurriendo. Y eso lo dejó fascinado. Las personas eran distintas, reaccionaban de modos distintos y deseaba comprenderlas. Sintió la pérdida de su amante, pero no tuvo ningún tipo de sentimiento de culpabilidad y eso también le interesó.

En este momento necesita comprender a Adrian y, si consigue que esa chica se despierte, debe conseguir que ella entienda lo que está ocurriendo.

—Eh —dice, lo suficientemente alto para ser oído, pero no para que ella lo oiga. Golpea la puerta pero el resultado es el mismo. Adrian ha dicho que tardaría media hora. El tiempo apremia. Durante veinte minutos intentará ser precavido. Cooper golpea la ventana. Necesita que la chica se despierte y que lo haga ahora.

Y se despierta.

Lentamente.

Mantiene los ojos cerrados, pero poco a poco se lleva las manos a la cara para palpársela. Parece despertar de un sue?o muy profundo, probablemente una pesadilla. Tiene la piel llena de rojeces y la cara colorada, excepto por las manchas grisáceas que tiene bajo los ojos. Sus manos exploran la pajita que le sale por la boca. Tira de ella suavemente pero no consigue sacarla. Por primera vez se da cuenta de que tiene los labios sellados con pegamento. La llama de nuevo, pero no responde. De hecho, le parece que la chica ha vuelto a perder el conocimiento. Ya no mueve los dedos y ha dejado caer las manos sobre el suelo. Tarda dos minutos que a Cooper le parecen una hora en volver a moverse. Se frota los ojos lentamente y luego los abre. él se da cuenta de que la chica mira a su alrededor pero que no consigue fijarse en nada. Cooper golpea el cristal y ella mira en dirección a él, pero no repara en su presencia.

Le quedan dieciocho minutos.

—Se?orita, eh, se?orita, despierte, despierte. Por favor, tiene que despertarse.

Cooper ve cómo mueve la mandíbula para intentar hablar. A continuación es testigo de cómo la chica vuelve a recordarlo todo y se ve sobrecogida por las emociones. Se le tensan los músculos de la cara, abre más los ojos, las manos se palpan el rostro más rápido que antes e insisten sobre todo en los labios cuando finalmente se echa a llorar. Se incorpora hasta quedar sentada en el suelo y echa una ojeada a la habitación antes de agarrar el borde del vestido y tensarlo para contemplarlo durante unos segundos. Al cabo se fija en él. Su mandíbula vuelve a moverse y a Cooper le da la impresión de que intenta gritar. Aparta la mirada de él y su cabeza se detiene en dirección a la librería, la linterna proyecta su sombra sobre los libros y trofeos y Cooper está seguro de que estaría a punto de gritar de nuevo, si pudiera hacerlo.

—Tranquila, tranquila —dice Cooper con las manos en alto, a pesar de que ella no puede verlas—. Todo irá bien. Voy a ayudarte.

Ella apoya las palmas de la mano contra el suelo y empuja para alejarse más de él. Viendo a través de la ventanilla de la celda a esa chica con los labios pegados con cola, Cooper tiene la sensación de estar viendo una película muda.

—Por favor, por favor, no pretendo hacerte da?o —dice—. Estoy de tu lado, estoy en la misma situación que tú.