El coleccionista

—Suena horrible —dice Cooper, aunque por dentro lamenta que aquellos chicos no hubieran terminado el trabajo.

—Sí, fue horrible. Quería vengarme de ellos, pero todos eran más fuertes que yo, por lo que no tenía nada que hacer. Quería matarlos. Los seguí a casa, pero… pero… bueno, ya te he dicho que todos eran más fuertes que yo.

—?Y entonces empezaste a matar animales?

—Mascotas. Me dediqué a matar a sus mascotas. Fueron ocho chicos los que me pegaron la paliza, y todos tenían animales en casa. Perros o gatos. Por la noche salía de casa sin que nadie me viera y merodeaba cerca de donde vivían. Solo necesité unos días para saber qué tipo de mascotas tenían. No creía que todos tuvieran animales en casa, pero resultó que sí. —Adrian vuelve a la mesita de centro. Empieza a alinear de nuevo los libros—. Ocho gatos y dos perros, porque algunos tenían varios animales en casa. Empecé por los gatos porque era más sencillo atraparlos. Me llevaba un paquete de comida para gatos y cuando cogía alguno, lo sujetaba, lo envolvía en una manta para no tener que verlo y simplemente saltaba encima. Iban de un lado para otro como si les hubieran conectado a un enchufe de mil voltios hasta que dejaban de moverse. Cuando los desenvolvía, los gatos siempre estaban calientes y desmadejados, como si estuvieran casi dormidos. Entonces dejaba el animal frente a la entrada de la casa en cuestión. Puesto que ya no iba al instituto, podía estar merodeando cerca de sus casas durante la mayor parte del día. Me fijaba en el lugar en el que enterraban al animal y luego por la noche volvía a visitar la tumba.

Cooper no dice nada. Se da cuenta de que está escuchando boquiabierto. La habitación huele a vómito y está seguro de que volverá a sentir náuseas muy pronto. Respira hondo y piensa en lo que acaba de escuchar.

—?Volvías a las casas para regodearte? —pregunta. Sabe perfectamente que es muy habitual que los asesinos en serie visiten las tumbas de sus víctimas. Al principio existían teorías según las cuales los asesinos lo hacían por un sentimiento de culpa o porque tenían remordimientos, pero más adelante se supo que los asesinos en serie lo hacen para revivir la sensación vivida, para regodearse. Pero no cuando las víctimas eran animales.

—No. Para regodearme no —dice Adrian.

—?Te sentías culpable?

—No.

Cooper no lo entiende. Siempre es por uno de esos dos motivos.

—Entonces, ?por qué?

—Solía desenterrarlos.

—?Qué?

—No me costaba mucho, porque la tierra siempre estaba tierna. Los desenterraba y los colgaba frente a la puerta de la entrada. Cuando la gente salía por la ma?ana siempre soltaba un grito y yo esperaba unas casas más allá para contemplar la escena. Eso implicaba tener que esperar mucho, pero la recompensa… la recompensa siempre valía la pena. Me encantaba ver sus caras. Quería matar hasta el último de los animales que tuvieran esos chicos. Me atraparon mientras saltaba sobre el quinto gato. Llegó la policía y todos se pusieron de acuerdo en que lo mejor sería echarme de allí, no solo por su seguridad, sino también por la mía. Y entonces me mandaron a Grove.

—?Grove?

—Así es como lo llamábamos nosotros.

No se parece a nada de lo que Cooper haya oído hablar o haya podido leer, para él es uno de esos momentos extra?os de la vida en los que no sabe qué decir a continuación. Se hace a la idea de que habrá muchos más momentos como ese al día siguiente. La conducta de Adrian en esa época no está descrita en ningún libro.

Incluso en esas circunstancias, una parte de él sigue pensando que debe de haber algún estudio al respecto. Puede que incluso aparezca en un libro. Tiene que salir de allí como sea.

—?Puedo preguntarte algo más, Adrian?

—Me toca a mí preguntar —responde Adrian—. ?Cómo te sientes cuando matas a alguien?

?Como si tú no lo supieras ya.?

Puede decirle a Adrian que no siente nada, ni éxtasis ni remordimientos, pero decide intentarlo por otro camino.

—Me gusta oír cómo suplican por sus vidas. ?Es por eso que me has traído aquí? —pregunta—. ?Porque quieres ser como yo?

—A ti no te gustaría ser como yo —dice Adrian—. Soy demasiado mediocre para que alguien desee ser como yo.

Adrian tiene razón. Ser como él es la última cosa que desea en el mundo.

—Dudo que seas mediocre, Adrian. Nada de todo esto me parece mediocre.

Adrian no responde, se limita a encogerse de hombros como lo haría cualquier persona en un momento en el que se siente incapaz de tomar una decisión.

—?Cómo te ganas la vida? ?Tienes trabajo? —pregunta Cooper. Ojalá pudiera estar tomando notas.