El coleccionista

—?Puedo hacerte unas preguntas? —dice Adrian.

—Claro, claro que sí, Adrian. Pregunta lo que quieras, pero a mí también me gustaría hacerte preguntas a ti. ?Te parece bien? Me interesa lo que puedas contarme.

—?De verdad?

—Por supuesto.

Adrian no está seguro. Nunca nadie se ha interesado antes en lo que pueda decir él. Los asesinos en serie son personas listas, son… ?cómo es esa palabra? Mani-pula-dores. Sí, lo son, eso es, de repente no está tan seguro de que realmente le caiga bien a Cooper. Debe ir con cuidado.

—?Qué despertó tu interés por los asesinos en serie? ?Qué te hizo desear convertirte en uno de ellos? —pregunta mientras se sienta en el sofá y espera a que Cooper empiece a contarle cosas.





13


El piso de Emma Green es el típico piso alquilado por estudiantes universitarios: el césped de la entrada descuidado, las ventanas cubiertas de polvo y suciedad, el cubo de la basura lleno de latas de cerveza y una larga hilera de botellas de vino vacías flanqueando la entrada. Está en uno de esos barrios de estudiantes en los que el consumo de alcohol puede equipararse al estatus social, donde cuanto más bebes más popular eres y más amigos tienes. Donovan Green me ha allanado el camino para que pueda hablar con la compa?era de piso de Emma y finalmente lo consigo, junto a su novio y un par de amigos de su novio, que están pasando el rato bebiendo en el salón en lugar de estudiar, con la esperanza de que sus temores acerca de lo que le ha sucedido a Emma no se cumplan. El mobiliario está formado por todo tipo de cosas que podrías encontrar en un contenedor o al borde de una carretera con un cartel que diga GRATIS. Me quedo de pie. El piso huele a humo de cigarrillo. Los chicos apilan las latas de cerveza recién vaciadas sobre una mesilla de centro como si construyeran un castillo de naipes. La compa?era de piso es una chica guapa, con el pelo rubio y un peinado sacado de alguna reciente serie de televisión. Se pasa el rato toqueteándose las u?as, arrancándose los trocitos de piel de los lados y tirándolos al suelo, sobre la alfombra raída.

Se limpia los ojos mientras hablamos, tiene manchas de maquillaje debajo, mi esposa las llamaba ?ojos de panda?, a ella le salían siempre que discutíamos, algo que por suerte no ocurría muy a menudo. Me cuenta algo parecido a lo que ya me había dicho el padre de Emma, que es una chica inteligente y que es capaz de arreglárselas en cualquier situación.

—Hace una semana incluso consiguió convencer a un poli para que no le pusiera una multa por exceso de velocidad —dice—. Le contó al agente que tenía prisa por llegar al hospital porque estaban sometiendo a su madre a un tratamiento contra el cáncer.

—No lo sabía.

La chica niega con la cabeza.

—De eso se trata. Es que su madre no tiene cáncer. Emma sabe que todo el mundo conoce a alguien que padece o ha muerto de cáncer y que puede recurrir a ello para convencer a la gente de cualquier cosa, porque se identifican con la situación y se muestran comprensivos. Ha estado leyendo sobre psicología durante el último a?o a pesar de que apenas había empezado los estudios hace unas semanas. Enseguida sabe detectar cómo funciona la gente, ?sabe?

Hablo con todos ellos pero no consigo ninguna información que no tuviera ya de antemano. Los chicos están más interesados en dispararse mutuamente en la enorme pantalla del televisor, sus pulgares vuelan sobre los mandos de la consola mientras sus ojos no pierden de vista la acción. Han bajado el volumen para que al menos podamos hablar. Hace dos días, Emma Green se levantó por la ma?ana y salió para ir a la universidad. Al acabar las clases, comió con una o dos de sus amigas. Acudió al trabajo, cubría un turno de media jornada de cuatro horas en la cafetería. Y luego alguien la secuestró.