El coleccionista

El instituto había terminado para él. Incluso si hubiera podido volver, él no habría querido. ?Qué iba a hacer? ?Estudiar para convertirse en astronauta? Lo peor de todo era que no podía verter su orina en las taquillas de los chicos que le habían pegado.

Lo mejor de todo era que pasó a tener más tiempo para pensar en lo que les haría algún día. Desde entonces, se ha esforzado en hacer amigos y, al parecer, ahora tendrá que seguir esforzándose con Cooper. Antes de la paliza no era un chico popular, pero había un par de chicos igual de impopulares que él que como mínimo le dirigían la palabra en alguna ocasión. Si su madre estuviera allí, como mínimo tendría a alguien que lo consolara, que lo tranquilizara, que se preocupara por el disgusto que había sufrido. Al menos, esa era su fantasía. En realidad, su madre no habría hecho nada de eso. Antes sí, hace mucho tiempo, hasta que él empezó a esperar frente al instituto para seguir a los chicos que lo habían pegado. Entonces las cosas empeoraron. Fue poco después de eso cuando su primera madre lo mandó a Grove y dejó de ser su madre.

No es justo, pero es que las cosas nunca lo son. Se supone que coleccionar a Cooper es lo más emocionante que ha hecho en su vida, y todas esas ideas, junto con la reacción de Cooper, lo están decepcionando. Tiene que encontrar la manera de caerle bien a Cooper. A Cooper le caen bien otras personas, lo que significa que es posible. Debería bajar y preguntarle a Cooper si alguien le ha demostrado tanto respeto alguna vez, hasta el punto de considerarlo una colección. ?Qué otra persona piensa tanto en la obra de Cooper? ?Nadie!

Intenta convencerse a sí mismo de que Cooper solo necesita algo de tiempo para acostumbrarse y recuerda cómo lo pasó él cuando lo llevaron allí por primera vez, qué sintió al encontrarse en un entorno tan desconocido. Aunque en su caso fue peor, porque lo tuvieron encerrado con muchos más pacientes, algunos de ellos absolutamente locos; otros, mezquinos; otros, locos y mezquinos. En cualquier caso, los soltaron a todos hace tres a?os, cuando cerraron Grover Hills. Se recuerda a sí mismo que ya sabía que la rabia de Cooper siempre sería una posibilidad.

Ma?ana su regalo contribuirá, y mucho, a solucionar los problemas entre ellos. De momento, debería descansar lo que queda del día y después consultarlo con la almohada. Igual que su madre —no su verdadera madre, la que lo había abandonado, sino su segunda madre, la que cuidó de él y de los demás que eran distintos— solía decir: ?Un problema está solucionado si lo afrontas descansado?. No está muy seguro de que su madre tuviera razón en ese caso.

Camina por su dormitorio, contando los pasos, intentando encontrar consuelo en ese entorno conocido. Solía caminar mucho por esa habitación durante su paso de la adolescencia a la edad adulta. En ocasiones tenía la habitación para él solo, pero a veces había tenido que compartirla y entonces le quedaba menos espacio para caminar. Cuantos más pasos da, más se tranquiliza. Prefiere los números pares a los impares y se asegura de terminar siempre en un número múltiplo de diez, con lo que a veces tiene que acortar o alargar los pasos para que coincida. Lo aparta todo de su mente hasta que llega a mil. Mil es un buen número, el doble de bueno que quinientos, la mitad de bueno que dos mil. Es un buen número, sólido, múltiplo de diez, y también de cien, que a su vez es múltiplo de diez. Se sienta. Piensa en las segundas impresiones. Piensa en cómo puede hacer feliz a Cooper y decide que darle a un asesino en serie unos cuantos libros para leer podría ser de ayuda. Es una idea genial.

Con la misma rapidez con la que se ha entusiasmado vuelve a descorazonarse y le queda un sentimiento de profunda inutilidad, un sentimiento que le ha acompa?ado desde que llegó a la edad adulta. Darle a Cooper cosas para leer es una idea de la que podría sentirse orgulloso, pero de lo que no está orgulloso es del hecho de que tardara tanto en llegar a tener la idea. Debería haber sabido desde el principio que un tipo como Cooper necesita mantener la mente activa, estimulada, para no estancarse. Se supone que los objetos de coleccionista no son aburridos.

—Cooper estará contento —dice, y sabe que cuando comparta esa idea con él empezará a formarse un vínculo entre los dos. Durante los últimos tres a?os ha estado coleccionando libros acerca de asesinos en serie. Le encanta leerlos. Le fascinan. Coge unos cuantos libros de su habitación y se los lleva al sótano. Cooper lo mira mientras baja por las escaleras. Adrian puede ver su rostro inmóvil a través de la ventanilla; parece gris, apagado, como un fantasma que se ha movido de sitio.

—Te he traído algo para leer —dice Adrian mientras le muestra los libros.

—Gracias. Eres muy amable —dice Cooper, y a Adrian le gusta comprobar que lo trata con tanta cortesía—. ?Me dejarás la linterna?

—Es la única que tengo —responde Adrian—, y la necesitaré cuando oscurezca.