El coleccionista

Vuelve a coger el expediente.

—?Quieres que me vaya para demostrarte lo equivocado que estás?

—Lo que no quiero es que te quejes cuando haya cruzado una línea que sabías desde el principio que cruzaría. —Extiendo la mano hacia el expediente—. Estamos en el mismo lado, Carl. Déjame encontrar a esa chica y luego te prometo que te ayudaré a encontrar a Melissa.

Aparta las manos del expediente.

—Todo esto no me hace sentir precisamente cómodo —dice.

—No se trata de sentirse cómodo —le digo—. Se trata de conseguir que Emma vuelva. Su padre la cree capaz de convencer a cualquiera de cualquier cosa. Al parecer piensa que ella sabe cómo funciona la gente, que si alguien puede sobrevivir, esa es ella.

—Todos los padres dicen lo mismo de sus hijos.

Asiento. Tiene razón.

—Es estudiante de psicología —comento.

—Sí, lleva casi dos semanas de curso. Pero dudo que haya aprendido lo suficiente para convencer a un lunático que probablemente lo que quiere es violarla y matarla antes de soltarla.

Asiento de nuevo. Eso también es cierto.

—Recuerda, Tate, si encuentras algo vienes a verme primero a mí, ?de acuerdo? Me estás ayudando a mí, no a Donovan Green. Vienes a verme a mí primero. Y aclaras las cosas conmigo.

—Por supuesto —le digo.

él no me cree, pero no a?ade nada más. Se levanta y lo sigo hasta la puerta.

—Mira, Tate, hay algo de información nueva. Esta tarde han estado investigando en el aparcamiento que hay detrás de la cafetería en la que trabajaba Emma.

—Lo sé. Estuve allí hace un rato.

—Bueno pues, realmente espero que su padre tenga razón cuando dice que la chica sabe cuidarse sola, porque ahora esto no tiene buena pinta.

—?La ha tenido en algún momento?

—Buena suerte, Tate —dice—. Y esta vez, hazme un favor.

—Claro, ?de qué se trata?

—Intenta no matar a nadie.





12


A Adrian le había costado encontrar la felicidad cuando era ni?o. La halló en su música y en sus cómics, y también en una colección de coches de juguete que tenía y que le gustaba más que cualquier otra cosa. Eran maquetas metálicas de coches a escala con partes móviles, y cada vez que conseguía uno so?aba que cuando se hiciera mayor podría permitirse tener el coche de verdad. Daba igual lo que le ocurriera en la escuela, esos coches estarían esperándolo en casa, igual que sus cintas y sus cómics, y eso no se lo podría quitar nadie. Solía disponer los coches en un estante de su habitación, medía los espacios para que todos estuvieran separados por la misma distancia y cada semana les quitaba el polvo. La colección de música la tenía ordenada por colores, de manera que los lomos de las cintas crearan una gradación. Respecto a los cómics, jamás doblaba las tapas, jamás. Con eso era feliz.