Katie no dijo nada.
—Porque si resulta que es tu novio, quizá deberías estar en el suelo con él —a?adió la chica—. Ese es el futuro que te espera. —Fueron palabras muy profundas para una chica de trece a?os.
Todo el mundo guardó silencio mientras Katie pensaba acerca de su futuro.
—No… no es mi novio —respondió finalmente.
—Entonces, ?quién es?
—No lo sé. No es más que… un perdedor de mi clase —dijo Katie. Tenía los ojos llenos de lágrimas, pero no llegó a derramarlas.
—?Un qué? —preguntó la chica.
—Un perdedor. Un perdedor —repitió Katie.
Adrian aún lo recuerda, palabra por palabra. No tiene problemas con esos recuerdos, solo con los que le han quedado de los a?os siguientes. Ese día se desenamoró con la misma facilidad con la que se había enamorado, o al menos eso fue lo que pensó en ese momento. Su vida en la escuela empeoró. Las chicas empezaron a burlarse de él tanto como los chicos. Katie ganó cierta popularidad. A su favor hay que decir que nunca se burló de él directamente. En ocasiones Adrian volvía a casa sangrando por la nariz y con rasgu?os en los codos y las rodillas. Entonces su madre llamaba a la escuela para quejarse y al día siguiente se metían aún más con él. Es lo que tiene el acoso escolar, cuanto más te quejas, mayor se vuelve el problema y no hay nada que los profesores puedan hacer al respecto. Cada vez que tenía la oportunidad de ganar algo de seguridad en sí mismo como estudiante, aparecían sus compa?eros de clase y se encargaban de evitarlo a base de zurras. Fue unos meses después de que Katie lo llamara perdedor cuando aprendió que la única manera de encontrar la felicidad era robándosela a otra persona.
Y además sabía cómo hacerlo.
Por la ma?ana, mientras su madre le preparaba el desayuno, Adrian se encerraba en el ba?o y orinaba dentro de una botella de plástico de medio litro. Luego la cerraba herméticamente. El líquido de la botella aún estaba caliente cuando la guardaba en su bolsa, pero cuando llegaba a la escuela ya se había enfriado. Aprovechaba uno de los muchos momentos de soledad de los que gozaba entre burlas y palizas para entrar en los vestuarios, abrir la botella de plástico y verter el contenido dentro de la bolsa de alguno de los chicos que solían hacerle la vida imposible. Una vez, cuando llevaba una semana haciéndolo, tuvo que verterla dentro de su propia bolsa para que los demás no sospecharan que era él quien lo hacía, pero lo diluyó en tanta agua que el desastre fue menor y además había sacado de su bolsa todas las cosas que no quería que se le estropearan. Si no podía echárselo en las bolsas, se lo echaba por encima de las mesas o sobre los uniformes mientras estaban en clase de gimnasia siempre que podía. Estuvo haciéndolo durante un mes entero, hasta que perdió el valor necesario para mantener la regularidad. A esas alturas ya había demasiada gente buscando al ?Orinador?, que es como lo llamaban, y el director ya había prometido expulsarlo en cuanto lo encontraran. Pero no tenía importancia, puesto que las clases estaban a punto de terminar ante la inminente llegada de las vacaciones de Navidad. Continuó haciéndolo a la vuelta, siete semanas más tarde, aunque no tan a menudo, solo una o dos veces por trimestre. Jamás mojó la bolsa de Katie, pero sí las de otras chicas. Cada vez dejaba pasar más tiempo entre una ocasión y la siguiente, de una vez al mes pasó a hacerlo una cada tres meses y luego un par de veces al a?o.
Todo terminó tres a?os más tarde, cuando Adrian tenía dieciséis a?os. No sabe cómo se llamaba el chico que lo pilló con las manos en la masa mientras vertía su orina por los agujeros de la taquilla de otro chico, uno que el día anterior se le había acercado en el pasillo y lo había abofeteado sin motivo aparente. En el momento en que se vio atrapado vio pasar su futuro frente a sus ojos, empezando por su madre, que lo descubriría. Vio que lo expulsarían, que tendría que acarrear el nombre de ?Orinador? allí donde fuera. Ya era lo suficientemente mayor para saber que sus fantasías de convertirse en astronauta no llegarían a hacerse realidad, pero aún era lo suficientemente joven para no tener ni idea de lo que quería hacer en la vida y lo suficientemente mayor para saber que cualquier sue?o que pudiera tener se acababa de ir al garete. El chico miró a Adrian sin decir nada y se marchó.
El coleccionista
Paul Cleave's books
- The Whitechapel Conspiracy
- Angels Demons
- Tell Me Your Dreams
- Ruthless: A Pretty Little Liars Novel
- True Lies: A Lying Game Novella
- The Dead Will Tell: A Kate Burkholder Novel
- Cut to the Bone: A Body Farm Novel
- The Bone Thief: A Body Farm Novel-5
- The Breaking Point: A Body Farm Novel
- El accidente
- Alert: (Michael Bennett 8)
- Guardian Angel
- The Paris Architect: A Novel
- ángeles en la nieve
- Helsinki White
- Love You More: A Novel