El coleccionista

El expediente que me dio Schroder contiene información que Donovan Green no tenía. La policía estuvo registrando el aparcamiento que hay detrás de la cafetería y encontró una polvera de maquillaje y una peque?a mancha de sangre fresca con algo de piel y pelos adheridos. La compa?era de piso reconoce la polvera; es la de Emma. El color del pelo coincide con el de Emma y la sangre también es del mismo grupo sanguíneo de Emma. Tendrán que esperar varias semanas para obtener un análisis de ADN, pero apuesto a que también coincidirá. Todo hace pensar en un forcejeo. A Emma se le cayó el bolso y la polvera quedó allí tirada. Se golpeó la cabeza contra el suelo, o alguien se la golpeó contra el suelo.

Se tomaron muestras de los restos de pintura que había en el lateral del contenedor que estuve mirando y que algún coche había abollado. Eran de color rojo, pero el coche de Emma era amarillo. Si alguien salió a toda prisa del lugar con Emma dentro del maletero, ?por qué tendría que haber regresado para llevarse su coche? No, lo más probable es que quienquiera que hubiera golpeado el contenedor no tuviera nada que ver con la desaparición de Emma. Podría haber sucedido ayer del mismo modo que podría haber sucedido hace tres días. No aporta nada. Se han recogido recibos de consumiciones de la cafetería, poco a poco están elaborando una lista de las personas que estuvieron allí ese día, pero el problema es que la mayoría de la gente que se gasta cinco o diez dólares en café y magdalenas no suele pagar con tarjeta de crédito. Si el sospechoso se llevó el vehículo de Emma, ?cómo llegó hasta allí? ?En autobús? ?En taxi? ?Vive lo suficientemente cerca como para haber ido a pie?

En el piso no han tenido visitas fuera de lo habitual, ni operarios de mantenimiento, ni jardineros, ni un casero inquietante, no recibieron llamadas extra?as, no vieron a nadie merodeando por los alrededores. La compa?era de piso me deja echar un vistazo en la habitación de Emma unas doce horas después de que ya lo haya hecho la policía. Todo está desordenado a causa del registro de esta ma?ana y se habrán llevado cualquier cosa que les pareciera relevante. Me paso una hora en el piso haciendo mis propias preguntas y salgo de allí más frustrado de lo que había entrado.

Llego a casa justo antes de las nueve. Ha sido un día muy largo; de hecho, me he despertado en la cárcel. En la calle hay chavales con monopatines, otros jugando con un balón de fútbol o al corre que te pillo. Faltan apenas unos minutos para que el sol se esconda tras el horizonte, pero ahora mismo su reflejo resplandece en las ventanas, es una abrasadora bola de fuego anaranjada que intenta fundir los cristales. Es la primera vez en cuatro meses que veo ponerse el sol y jamás me había parecido tan fantástico. Durante cuatro meses, entre el día y la noche no había habido más que el ?clic? de un interruptor. Me cuesta imaginar que ma?ana me despertaré en mi cama. Me cuesta imaginar también que Emma Green pueda estar viendo esa puesta de sol. Es una noche perfecta para tomar una cerveza, pero he prometido no volver a beber cerveza en mi vida.

Me quedo fuera hasta que el sol ha desaparecido completamente y ya no oigo a los chavales de la calle. La temperatura ha bajado hasta unos agradables veintidós grados. Miro las noticias de la noche y no mencionan en ningún momento ni a Emma Green ni a Melissa, pero las noticias tampoco son muy distintas de las que había visto antes de que me encerraran durante cuatro meses: gente mala haciéndole cosas malas a gente buena por toda la ciudad, por todo el país, por todo el mundo. Las noticias se vuelven borrosas a medida que empiezan a pesarme los párpados. Hay una breve mención del incendio que ha tenido ocupado hoy a Schroder. La víctima que han tenido que desincrustar del suelo era una enfermera llamada Pamela Deans. Muestran una foto de Pamela vestida de enfermera. Por un momento me hace pensar en Melissa, pero todas sus víctimas han sido hombres y lo del fuego no encaja. En la foto, que debe de tener ya unos a?os, aparenta unos cincuenta a?os por las mechas negras y grises del pelo, bien recogido en un mo?o, su sonrisa alicaída puede que sea el resultado del peso de la papada que le cuelga bajo sus labios.

Preparo café y repaso el expediente que me ha dado Schroder. Lo llamo para ver si hay novedades, pero me responde el buzón de voz. Dejo un mensaje. Algunos de los hechos que se describen en el dossier de Emma son cosas acerca de ella de las que me enteré el a?o pasado, cuando me crucé en su vida. Su cumplea?os era el día después del accidente. Este a?o cumplirá los dieciocho y tiene un hermano mayor, Jason, que vive en Australia. Tiene el pelo rubio, los ojos color avellana y un aspecto que hacía volver la mirada a los hombres allí donde iba. Podría ser que la hubieran secuestrado por eso.

Oigo mi móvil y tengo la esperanza de que sea Schroder, pero resulta ser Donovan Green. Quiere que lo ponga al día. Le digo que he hablado con el novio, el jefe y la compa?era de piso de su hija y que ma?ana por la ma?ana hablaré con algunos de sus compa?eros de clase. Le digo que habrá mucha gente que no querrá hablar conmigo y me dice que les recuerde el motivo de mi presencia: intentar encontrar a Emma. Me recuerda en un tono casi suplicante por qué ha recurrido a mí. No le cuento nada acerca de la sangre y del pelo. Cuelgo y un minuto más tarde me llama Schroder.

—Estamos trabajando en algo —dice—. Alguien vio a un coche saliendo del aparcamiento a toda prisa justo después de que Emma terminara su turno. Otro conductor tuvo que pegar un frenazo para evitar chocar contra él.