El coleccionista

—?Una de mis víctimas? ?De qué diablos estás hablando? —pregunta Cooper.

—?De qué estás hablando tú? —pregunta Adrian.

—?Por qué estoy aquí? ?Vas a matarme?

—Yo …

—Déjame salir —le repite Cooper—. Sea lo que sea, esto tiene que terminar ya. Tienes que dejar que me marche. Sea lo que sea lo que has planeado, no es posible. No sé lo que quieres. No soy rico, no puedo darte dinero. Por favor, tienes que dejarme salir de aquí.

—Yo… —empieza a decir de nuevo, pero algo le obstruye la garganta y no consigue continuar.

—?Qué piensas hacer conmigo?

—Mmm…

—Me has dado la bienvenida a tu colección. ?Eso es lo que es todo esto? ?Eso es lo que soy? ?Una pieza de coleccionismo? —pregunta Cooper, con una voz que suena más furiosa que asustada.

—Haces demasiadas preguntas de golpe —dice Adrian, cada vez más confuso. Se lleva las manos a la cara y se presiona las mejillas con las palmas.

—?Soy una pieza de coleccionista?

—No, no, seguro que no —responde Adrian, contrariado por el hecho de que Cooper pudiera pensarlo—. Eres más que una simple pieza. Eres… lo eres todo.

—?Todo?

—Eres una colección.

—Así que todo esto —dice Cooper, y Adrian imagina que extiende los brazos, aunque no puede saberlo con certeza porque lo único que llega a ver es la cara de Cooper—, ?es una especie de zoo?

—?Qué? No, esto no es ningún zoo —dice mientras aparta las manos de la cara para se?alar las paredes—. Habría animales por aquí si lo fuera, como monos y pingüinos… y apestaría. Habría jaulas y… ?sigues pensando que esto es una jaula? Esto es una colección y tú eres la principal… la principal atracción.

—?En virtud de qué? ?De profesor de criminología?

—En parte por eso y en parte por las historias que puedes contarme. Y el hecho de que seas un asesino en serie te hace aún más valioso.

Cooper palidece de repente. Frunce el ce?o, las arrugas son lo suficientemente profundas para parecer largas cicatrices.

—?Qué? ?Qué acabas de decir?

—Las historias que cuentas. Estás aquí para contarme historias sobre asesinos, ya sabes. Me interesan muchísimo.

—Has dicho que soy un asesino en serie. Explícate.

Nunca había tenido que explicarse con su colección de casetes, ni con la colección de cómics que tenía cuando era ni?o. Le parece muy difícil.

—Un asesino en serie es una persona que…

—Sí, vale, ya sé lo que es un asesino en serie, cernícalo, pero yo no soy un asesino.

Adrian no sabe lo que es un cernícalo, pero sabe que no le gusta que lo llamen así.

—?No lo entiendes? —pregunta, encantado de saber algo que Cooper ignora, porque Cooper es una de esas personas que lo saben todo. Su madre solía llamar a ese tipo de personas ?inútiles sabelotodos?. Aunque, por supuesto, Cooper no es un inútil, más bien todo lo contrario—. Estudias a los asesinos, conoces a asesinos y eres un asesino. Eres una colección completa en una sola pieza.

Cooper llena los pulmones de aire y exhala lentamente. Cierra los ojos unos segundos y se frota la sien con los dedos. Adrian piensa que aquel hombre o bien está intentando ordenar sus ideas, o se está quedando dormido de pie. Se decide por la primera de las dos opciones porque aún no es lo suficientemente tarde como para ponerse a dormir. Luego decide que el truco de ordenar las ideas podría funcionarle también a él, por lo que cierra los ojos, respira hondo unas cuantas veces y se da cuenta de que funciona, al menos un poco.

—No soy ningún asesino en serie —dice Cooper.

Adrian vuelve a abrir los ojos.

—Sí lo eres. Sé que lo eres. Por eso estás aquí.

—No, estoy aquí porque tú me has secuestrado. Y porque deliras.

—Yo no hago eso.

—?Cómo te llamas?

—?Qué?

—Tu nombre. Seguro que tienes nombre.

—La primera regla de un…

—?A la mierda la regla! —dice Cooper con un golpe en la puerta—. Dime cómo co?o te llamas —le ordena.

—Pero…

—?Tu nombre! ?Dime cómo te llamas! —grita.

—Adrian —responde. No quería responder, se había propuesto no revelar su nombre a nadie, pero no soporta que le griten, nunca lo ha soportado, por lo que pronuncia su nombre antes de conseguir reprimir el impulso.

—Y además de llamarte Adrian, ?tienes apellido?

—Para ya —dice, y empieza a perder los nervios—. Basta, basta de preguntas. —Se tapa los oídos y cierra los ojos, pero aún oye cómo Cooper sigue haciéndole preguntas. Se aparta unos pasos de la puerta. Un minuto después, Cooper se tranquiliza y Adrian separa las manos de la cabeza.

—Te he preparado algo para comer.