El coleccionista

Cierra los ojos e intenta recordar el momento en el que vio al tipo por primera vez. Se aferra a esa imagen y está completamente seguro de que no se trata de nadie a quien hubiera visto anteriormente. ?A cuántas personas más debe de haber enviado ese pulgar para luego secuestrarlas? Menuda rúbrica. Menudo modus operandi. Tendrá que explicarlo en sus clases, si es que algún día consigue salir de allí.

Camina por la celda, explorando detenidamente los muros con las manos. El fondo de la celda está casi a oscuras. El olor pestilente de su vómito queda encerrado en la habitación, no tiene por donde irse y le revuelve el estómago de nuevo. Unos pernos sobresalen del suelo y de las paredes. Se da cuenta de ello cuando tropieza con uno de ellos y cae sobre otro. En otro tiempo debió de haber algo grande dentro de esta habitación. Hay unos tubos cortados que desaparecen por el techo, donde ve una plancha de acero atornillada, probablemente para tapar un agujero. Si el agujero no es mucho menor que la plancha de acero, quizá sería posible colarse por él. Sube encima de la cama pero no llega a alcanzarlo. Levanta la cama y la apoya sobre uno de los lados, se encarama a ella y cuando consigue acceder a los tornillos se percata de que los han limado hasta hacer desaparecer la ranura que permitiría sacarlos. Incluso si tuviera la fuerza necesaria para aflojarlos con los dedos, no conseguiría agarrarlos lo suficiente para aplicarla. Intenta pasar los dedos por debajo de uno de los bordes de la plancha, pero es en vano. Vuelve a bajar y coloca la cama tal como la ha encontrado. En otra pared hay un anillo de hierro soldado a otro de los pernos, a medio metro del techo. En las paredes hay un par de agujeros rellenados con cemento. Fuera lo que fuese lo que sacaron de esta habitación, lo hicieron para convertir este lugar en una celda y realmente lo consiguieron, eso es exactamente lo que es. Dios, es como si lo hubieran sacado de un libro de texto. Algo que entraría en su temario de clases.

?Es ese el objetivo? ?El motivo por el que está allí?

Busca en sus bolsillos. Hay un par de monedas que recuerda haber guardado allí, pero también un trozo de papel de aluminio que no ha metido él. Lo desenvuelve y encuentra un par de calmantes para el dolor. Los envuelve de nuevo. Examina el techo en busca de algún indicio de que lo estén vigilando, pero no encuentra ninguno. Tiene dos opciones: seguir esperando o empezar a dar golpes y a gritar.

Decide aporrear la puerta.

—?Eh! ?Eh! ?Hay alguien ahí? ?Eh! ?Dónde demonios estoy?

Nadie responde. Prueba a empujar el cristal, sin esperanzas de que ceda y, efectivamente, no cede, ni se rompe ni estalla. Lo golpea con la base del pu?o y cada impacto vibra también dentro de su cabeza y empeora algo más el dolor. Se saca un zapato e intenta aporrear el cristal con el talón, pero el resultado es el mismo. Observa la estantería. Cuanto más la mira, más le duele la cabeza, pero se da cuenta de que puede distinguir algunos de los objetos, aunque cuando lo intenta se funden con la oscuridad. Antes de que desaparecieran, está seguro de que lo que estaba viendo eran armas, cuerdas y prendas de ropa que él mismo ha ido coleccionando con los a?os.

Vuelve a golpear la puerta. Lo hace con los ojos cerrados e ignorando el dolor que le martillea el cerebro. Empieza a dolerle también el brazo, de tanto aporrear la puerta con el zapato. Cambia de mano y cinco minutos después, cuando está a punto de abandonar, la luz procedente de la puerta que queda en lo alto del rellano disminuye en intensidad: se da cuenta de que hay alguien ahí arriba. Deja de golpear la puerta y su dolor de cabeza se lo agradece. Cuando el tipo baja por las escaleras, lo hace rodeado de un resplandor azulado. Cooper lo ve por etapas. Primero los pies, lleva zapatos de piel marrón, ajados por el uso. Unos pantalones raídos en las costuras, con un par de agujeros del tama?o de una moneda, y no ese tipo de agujeros deshilachados que están de moda, sino los que se producen tras a?os y a?os de uso intensivo. Luego las caderas, la parte superior de los pantalones entra en su campo de visión y distingue un cinturón de piel antes de ver la linterna, una linterna a pilas para acampada cuyo haz de luz no es lo suficientemente brillante para obligarlo a apartar la mirada. El tipo luce una camisa blanca de manga corta y una corbata estrecha de piel, pero los pantalones de pana son los mismos de antes. Acaba de bajar las escaleras y se vuelve hacia él. La linterna confiere un brillo pálido a su piel. Lleva el pelo alisado por los lados, con las marcas de un peine de púas anchas, y un mechón generoso le cae sobre la frente. Tiene los ojos casta?os, saltones, los labios agrietados y docenas de cicatrices de acné. Se acerca a la puerta de la celda con la linterna a un lado de una bandeja con comida que Cooper no consigue oler.

El tipo le sonríe.

—Bienvenido a mi colección —dice.





7