El coleccionista



Mi abogado se llama Donovan Green. Tenemos más o menos la misma altura y complexión y lo conocí a finales de invierno, el a?o pasado, la tarde después de que me emborrachara y atropellara con mi coche a Emma Green, su hija. Yo no sabía quién era cuando pagó mi fianza y se ofreció para representarme. Acepté su ayuda porque en realidad no tenía alternativa. Treinta minutos después de conocerlo, resultó que ayudarme consistía en arrastrarme inconsciente por el bosque. Me puso una pistola en la cabeza y no tuvo agallas de terminar el trabajo. Acabó por soltarme, no sin antes prometer que si llegaba a ocurrirle algo a su hija, volvería. Tengo la mano sobre la puerta y se me encoge el estómago. Si ha venido a matarme es que su hija ha muerto debido a las heridas. Lo que significa que ni siquiera llegaré a ver a mi esposa de nuevo por última vez. Significa también que tendré que acceder a lo que él quiera que haga. Así es como funcionan las cosas en mi mundo. El a?o pasado quería que apretara el gatillo, pero ahora no.

—?Se acuerda de mí? —pregunta.

Tiene el mismo aspecto cansado y abatido que la última vez que lo vi, como si el calor le hubiera afectado del mismo modo que ha afectado a los árboles que hay frente a mi casa. Lleva el pelo revuelto y la ropa arrugada, hace varios días que no se afeita y huele como si tampoco se hubiera duchado desde entonces. Se me seca la boca y tengo que esforzarme para poder responder. Debe de ser obvio que sí lo recuerdo. Es imposible olvidar la clase de tiempo que compartimos. Suelto la mano de la puerta y doy un paso atrás.

—Puede entrar, si quiere.

—Sé lo que está pensando —dice, y su voz suena cansada—. Recuerdo lo que le prometí. Pero no he venido por eso. He venido a pedirle que me ayude.

Para que venga a pedirme ayuda, debe de haber pasado algo muy malo. Tan malo como para que alguien acuda a ver al tipo que más odia en el mundo. Me aparto y entra en casa. Camino delante de él y no hace ningún comentario acerca de los muebles o la decoración. El equipo de música está en función de repetición y el disco de los Beatles ha vuelto a empezar desde el principio. Salimos a la terraza, donde los muebles de exterior están algo oxidados y llenos de telara?as tras cuatro meses de abandono. No le ofrezco nada para beber. El sol nos da de lleno, calculo que no querrá quedarse mucho rato e imagino que querría quedarse aún menos tiempo si le mostrara el DVD que acabo de ver. Nos sentamos uno frente al otro con la mesa de por medio, para equilibrar la composición y dotar a la terraza de un buen feng shui.

—Quiero contratarle —dice.

Empieza a sudar y tiene que entrecerrar los ojos para mirarme, porque el sol le da en la cara y a mí en el cogote. Viste camiseta y pantalones cortos y no un traje, por lo que no ha venido en calidad de abogado, lo que significa que no tendré que pedir una segunda hipoteca para hablar con él. Parece como si llevara varias noches durmiendo con esa camiseta puesta.

—No necesito el trabajo —le digo.

—Sí que lo necesita.

—Eso es discutible. Perdí mi licencia de investigador privado, por lo que no puedo ayudarle.

—Eso está bien, porque no pienso pagarle. Hará este trabajo gratis, por lo que no se tratará de un asunto profesional. No necesitará ningún tipo de licencia porque querrá hacerlo gratis de todos modos. Me debe una.

—Gracias por dorarme la píldora de ese modo. ?Quiere contarme qué es eso tan malo que lo ha llevado a venir a verme? Supongo que sabe que he salido de la cárcel hoy mismo.

—Lo sé. Y si hubiese dependido de mí, habría estado encerrado mucho más tiempo. Estuvo a punto de matar a mi hija.

No le respondo. Ya me disculpé por ello y podría disculparme mil veces más, pero el resultado sería el mismo. Lo sé porque he estado en su situación. Me llevé a rastras al tipo que mató a mi hija y dejó gravemente herida a mi esposa al bosque y le di una pala. Intentó decir muchas cosas. Intentó contarme que sentía mucho haber estado bebiendo tanto, que sentía mucho las otras condenas que había cumplido por conducir borracho. Se disculpó por haber atropellado a mi esposa y a mi hija y no haber hecho nada para socorrerlas. Lloró mientras cavaba el hoyo y acabó con la cara y la camisa sucias. Estaba hecho un asco. Tenía la cara llena de mocos y lágrimas y no paraba de balbucear que lo sentía, hasta que me harté de oírlo. Yo no lo veía como un accidente. Lo veía como un asesinato. Un tipo con tantas condenas a sus espaldas, tantas advertencias, un tipo así que sigue bebiendo y conduciendo, solo es cuestión de tiempo antes de que mate a alguien. No había ninguna diferencia entre él y alguien disparando una pistola cargada contra una multitud.

Le metí una bala en la cabeza y rellené la tumba que él mismo había cavado.