El coleccionista

Una hora más tarde no queda espacio libre en mi mesa y he tenido que poner el ventilador en punto fijo para que no se llevara mis papeles. Al cabo de dos horas, parte del suelo está cubierto de papeles y algunas de las imágenes están pegadas con cinta adhesiva a una pizarra que tengo en el estudio, mientras que el ventilador vuelve a estar dentro del armario. Tengo todas las ventanas de la casa abiertas. Puedo oír un equipo de música a todo volumen y a alguien cantando, viene de una de las casas vecinas. Querría poder pensar en silencio, pero decido encender mi propio equipo de música, porque prefiero escuchar mi música que la de otra persona. Escucho un disco de los Beatles y pienso que antes las cosas eran más sencillas, pero enseguida me doy cuenta de que nunca lo fueron. Durante estas dos horas he creado monta?as de caos y no he conseguido hacerme una idea clara de quién es esa mujer.

El guardia de seguridad del campo de golf fue el último cadáver que encontraron, de eso hace tres semanas. Me pregunto para qué debe de querer Melissa sus uniformes. Sin embargo, tantas especulaciones me dejan agotado y cuando ya son tres las horas que han pasado empiezo a andar por la casa, intento poner algo de distancia entre mí y toda esa recopilación de pruebas. Hago una pausa en la cocina y me preparo un bocadillo. Al llegar a casa tenía previsto encontrar la manera de ir a ver a mi esposa, pero por algún motivo han transcurrido ya tres horas y ni siquiera he pensado en ella un solo instante. Me apetece tomarme una copa. Una cerveza para empezar y ver qué ocurre, pero no hay ni una gota de alcohol en la casa. Acabo sentado en la mesa del comedor con mi almuerzo y un vaso de leche, igual que cuando era ni?o.

Hay todo un mundo esperándome en el estudio, un mundo del que creía haber escapado. Termino de comer y ya he recorrido la mitad del camino que separa el comedor de ese mundo cuando de repente alguien llama a la puerta. Mis padres habían dicho que telefonearían primero, por lo que no deben de ser ellos. En cualquier caso, a través del cristal borroso solo veo una figura. No me apetece abrirle. Sea quien sea, lo único que quiero es decirle que se vaya, pero sigue llamando y me dirijo hacia allí y abro la puerta. Es mi abogado. Hace un a?o, mi abogado quería matarme. Me ató y me llevó al bosque. Me tiró al suelo y me obligó a mirar fijamente el ca?ón de una pistola mientras decidía si debía apretar el gatillo o no. Solo se me ocurre que haya venido a terminar lo que no pudo terminar entonces.





6


Cooper nota un olor a moqueta, a polvo y un sabor metálico, junto con algo más que no acierta a ubicar, algo que le hace pensar en viejas películas en blanco y negro en las que abren féretros medio podridos y ven que hay ara?azos en la parte interior de las tapas y que los muertos tienen las u?as gastadas y rotas. Los ojos le pesan y le escuecen demasiado para abrirlos. La oscuridad está conectada ópticamente a una mente que se siente desnuda. Tiene la cabeza a punto de estallar y se pregunta qué clase de resaca es esa, antes de decidir enseguida que debe de ser de las peores, de esas que te hacen desear estar muerto en lugar de borracho. Nota un zumbido en los oídos y le escuece el pecho.

Lo primero que le viene a la cabeza es la ola de calor, una ciudad asediada por el sol. Podría ser el motivo por el que había empezado a beber. Joder, es una buena razón para que empiece cualquiera. Ha bebido cuanto ha podido y luego ha perdido el conocimiento en algún lugar fresco, porque sea cual sea el lugar en el que está en ese momento, fresco lo es. Apuesta a que su esposa está igual de borracha en algún lugar, pero luego recuerda que ya no tiene esposa, que se separaron hace tres a?os, aunque no consigue recordar por qué, tendría que esforzarse para ello, y puesto que no ha tenido ninguna relación más después de su esposa, o al menos ninguna relación seria, y que actualmente no hay nadie en su vida, llega a la conclusión de que probablemente ha empezado a beber solo. Claro que había dejado de beber, o eso creía. En el pasado, la bebida le había traído problemas. Se apoya en un costado y la cama cruje y rechina bajo su peso. No es su cama, no reconoce ninguno de esos sonidos. Entonces piensa: ?Estoy en el hospital. He sufrido un accidente, sea lo que sea lo que me ha ocurrido, no tiene nada que ver con un exceso ocasional de whisky?. Aguza el oído, pero no consigue oír ninguna charla entre pacientes, ni pasos, o el bing bong del intercomunicador llamando a código azul o código rojo en la habitación ciento y algo. La última vez que puso los pies en un hospital fue hace dos a?os, cuando su tío cayó enfermo, cuando descubrieron que un cáncer se estaba comiendo a su tío por dentro. Recuerda que otro anciano de la misma habitación tenía que cagar en un recipiente de plástico dispuesto bajo el asiento de una silla que tenía junto a la cama. El olor fétido que llenaba la habitación era suficiente para alejarlo de allí. Pero no hay nada de eso donde está en este preciso instante, ni los sonidos ni los olores. Eso no es un hospital.