El coleccionista

Adrian le da la bolsa y ella saca lo que hay dentro y lo dispone todo sobre la cama que tiene al lado. Además del antiséptico hay más ungüentos, vendas, gasas, esparadrapo, un imperdible, pastillas, cremas y unas tijeras. Adrian no les quita el ojo de encima a las tijeras. Quiere quitárselas, pero al mismo tiempo no desea que ella se lo tome mal. Necesita quitárselas sin que parezca como si no confiara en ella. Realmente empieza a pensar que sería una lástima ofrecérsela a Cooper.

—?Esa gasa está pegada a la herida? —pregunta la chica mientras se inclina hacia delante para verla mejor. El pelo le cae por detrás abierto como unas cortinas, a través de las cuales Adrian puede verle la columna vertebral, que parece una fila de nudillos que le baja por la espalda, suave y pálida. La piel del cuello es tersa y hay gotas de sudor en la superficie. A Adrian le apetece pasarle un dedo por encima y hacer que esas gotas se le escurran por el cuerpo.

—Sí —se oye decir a sí mismo.

—Tenemos que deshacernos de ella.

—?De la pierna? —pregunta él, y de repente vuelve a verse a sí mismo dando vueltas por su habitación, acabando los pasos en números impares y siente que la sangre desaparece de su rostro. Tiene ganas de vomitar.

—No, la gasa —responde ella—. Sería horrible tener que cortarte la pierna —dice, y lo hace de manera que él no se sienta estúpido por haberse equivocado. Adrian no sabe qué le ha hecho pensar que se refería a la pierna, no tiene sentido. Se siente idiota. En el pasado, la gente se habría reído de él por el hecho de haber malinterpretado algo tan simple.

—Esto te va a doler —le advierte—. Pero tengo la sensación de que no tendrás ningún problema. Mira, la empaparemos bien antes. Así debería salir más fácilmente.

—De acuerdo. Gracias.

Ella empapa uno de los trapos en agua y él le contempla los dedos, la manera como el pelo se le pega a la cara. Tiene el corazón acelerado. Ella escurre el trapo y a él le encanta el sonido del agua cuando vuelve a caer en el cubo. Hace que le vengan ganas de salir a nadar, algo que no ha vuelto a hacer desde que era ni?o. Emma le sostiene el trapo sobre la gasa del muslo, mira a Adrian y le sonríe. A él, las piernas se le están convirtiendo en gelatina. Ojalá estuviera sentado. Ella levanta una esquina de la gasa. Está pegada, pero tampoco tanto como parecía.

—Solo un poco más —dice ella—. Aunque también puedo sacártela de un tirón. ?Lo prefieres así?

—Sí —dice él, y en menos de medio segundo desde que la palabra ha salido de sus labios y ?zas!, ya se la ha arrancado del muslo—. Ay-dice él—, ay, eso…

—Has sido muy valiente —dice ella con una sonrisa.

él le responde con otra sonrisa para intentar ocultar el dolor. Le recuerda a Katie, la chica de la que se había enamorado, aunque Emma es mucho más simpática que Katie. Mucho más bonita y agradable. Y a pesar de que es mucho más joven que Adrian, se da cuenta de que se está enamorando. Es como si volviera a tener trece a?os. Por supuesto, su madre diría que se está obsesionando, pero su madre se equivocaría.

—Vamos a ver cómo está eso —dice Katie. No, Katie no, Emma. Cuando en el futuro se sienten en el porche para ver cómo amanece tendrá que tener cuidado para no cometer ese error—. Uf, tiene mal aspecto. Deja que te la limpie —dice mientras empapa un poco de algodón en antiséptico.

—Es viejo —dice Adrian, y asiente en dirección al mismo antiséptico que ella se ha puesto en las mu?ecas y los tobillos.

—Estas cosas no caducan —comenta ella—. Confía en mí, solo ponen fechas de caducidad para asegurarse de que vas a comprar más. Es completamente inofensivo.

—?Estás segura?

—Por supuesto que estoy segura. Yo también lo he usado, ?no?

Y así es, pero cuando ella lo ha usado no sabía que era viejo y Adrian se siente mal porque no se lo ha dicho antes de que se lo pusiera. Tiene que tomar una decisión: ?la cree o no? ?Confía en ella? Al final decide que sí. Es buena persona, eso es evidente, y en la buena gente se puede confiar.

—De acuerdo —asiente Adrian—, pónmelo.

Ella sonríe. Adrian quiere que no pare de sonreír. Emma le pone dos trozos de algodón en el muslo y frota con ellos hacia abajo.

—Te estás portando como un campeón —dice ella—. Ya falta poco.

—De acuerdo.

—Deberían suturarte la herida, Adrian.

—No puedo.

—Entonces haremos lo que podamos. Ahora tengo que cortar una gasa para taparlo.

—Lo haré yo. —Adrian se inclina hacia la cama y coge la gasa y las tijeras—. ?De qué tama?o?

—Solo un poco más grande que la herida.

—Ah, claro. —Adrian corta la gasa, se la da a Emma y se guarda las tijeras en el bolsillo de atrás. Ella coloca la gasa en su sitio y luego un poco de algodón encima para protegerla.

—Ahora necesito que cortes unas tiras de esparadrapo.

—?Cómo tienen que ser de largas?

—Solo un poco más que la gasa.

Ella le pasa el esparadrapo. Le resulta difícil cortarlo porque aún tiene la pistola en la mano, pero se las arregla para conseguirlo. Corta un trozo cada vez, se los va dando y ella los pega por el borde del parche, de manera que se adhieran a la piel. Cuando ya las ha puesto las cuatro, lo deja y se incorpora.

—Tiene buen aspecto —comenta ella—. ?Cómo te lo notas?