El coleccionista

—Mucho mejor —dice él. Le sonríe y ella le devuelve la sonrisa, Adrian piensa que es perfecto, simplemente perfecto.

—Bueno y ahora, ?dónde están las vendas? —dice ella mientras se vuelve para mirar lo que hay encima de la cama—. Ah, aquí están —dice antes de cogerlas—. Ahora voy a ponerte esto y voy a tener que tensarlo un poco, aunque no mucho, ?de acuerdo, Adrian? Si te duele, dímelo.

—No me dolerá —responde él, a quien el corazón le late con fuerza cada vez que oye cómo suena su nombre pronunciado por los labios de esa mujer. Se da cuenta de lo que Cooper vio en ella, pero lo que iba a hacerle está mal. Muy mal. No dejará que Cooper le haga da?o. Jamás.

—Pero dímelo si te duele —dice ella—. No quiero hacerte da?o, Adrian.

—Yo tampoco quiero que nadie te haga da?o a ti.

Ella le pone una mano en el interior del muslo, Adrian nota un atisbo de excitación y se incomoda por la vergüenza que siente. Ella sujeta la venda por detrás de la pierna con la otra mano y le da la vuelta. Repite el movimiento una y otra vez, cruzando el vendaje hasta que queda bien firme y le cubre la mitad del muslo.

—Esto deberías hacerlo otra vez esta noche. Si quieres, a mí no me importa quedarme a pasar el día, y por la noche, cuando te lo haya vendado de nuevo, me llevas a casa. ?Te parece bien, Adrian? Necesito ver a mis padres. Los quiero mucho y los echo de menos.

—?Claro! Claro —dice, entusiasmado.

—?Qué tal lo notas?

—Bien.

—Ahora tendrás que sujetarte el vendaje con las dos manos —explica ella—. Una aquí, en este lado, y la otra en el otro, para que pueda sujetártelo con el imperdible. Ten cuidado con la pistola, no vayas a dispararte en un pie. No me gustaría que te hicieras más da?o, Adrian.

—De acuerdo. —Adrian baja la mano que le queda libre y sujeta la venda, luego baja la mano de la pistola y hace lo mismo para agarrarse la venda, presionando el lateral del arma contra la venda, apuntándose hacia el pie.

—?La tienes?

—Sí —dice, deseando que las cosas hubieran sido así de sencillas con Cooper.

—Pues no la sueltes. Mantenla bien tensa.

—De acuerdo.

—A ver qué más tenemos aquí —dice ella mientras se vuelve hacia la cama para coger el imperdible—. Déjame que te lo sujete con esto.

Adrian piensa en el amanecer, en cómo, si ella le dejara, la tomaría de la mano mientras estuvieran sentados en el porche y soplara un viento cálido, bebiendo zumo de naranja. Piensa en un futuro con ella, en el sol apareciendo por encima de las copas de los árboles y reflejándose en el pelo de ella y piensa en lo guapa que estaría. Ya se ve en el porche al otro extremo del día, contemplando la puesta de sol tras las monta?as que hay a lo lejos, Emma acurrucada junto a él para no pasar frío. Piensa que debe sujetar el vendaje bien tenso y no puede pensar en muchas cosas al mismo tiempo porque acabará olvidándose de algo.

Las manos de ella rozan las de Adrian, que observa cómo Emma manipula el imperdible, cómo hunde solo la punta para meterlo por debajo de la tela. Sus manos vuelven a tocarse, ella se mueve para poder cerrarlo mejor, pone una mano encima de la de él y entonces…

La pistola se dispara. Con su índice, Emma ha abrazado el de Adrian, que reposaba sobre el gatillo. El ca?ón sigue apuntando a su pie. Dos dedos del pie han desaparecido completamente y han quedado sustituidos por un revoltijo carnoso con aspecto de tomate triturado. Adrian ni siquiera siente el dolor, no tiene tiempo de notarlo antes de que Emma lance el brazo hacia arriba con el imperdible abierto, Adrian lo ve perfectamente porque lo dirige directamente a su cara. Continúa con las manos sobre el vendaje, aún con la pistola agarrada, y no las aparta, tal como ella le ha dicho que haga, al menos hasta que el imperdible le alcanza, le pincha y se hunde completamente en su ojo, hasta la peque?a bisagra en forma de O. Entonces sí, suelta las dos manos y grita.