El coleccionista

El ordenador sigue encendido. Paso veinte minutos consultando el resto de los nombres a través de la base de datos en línea, junto con los que he reconocido. Hay nueve nombres y todos tienen su historia. Nueve hombres que desaparecieron después de la época en la que, según Botones, los Gemelos se largaron de Grover Hills. Nueve hombres a los que jamás llegaron a encontrar. Otro tipo de hombres, padres de familia, hombres solteros, un abogado, un fontanero, un par de tipos en paro. El más joven tenía diecinueve a?os; el mayor, cuarenta y cinco. Todos tienen en común un mismo destino fatal de acuerdo con la caja de cartón oculta tras las tablas del suelo del armario.

Botones ha dicho que los Gemelos se dieron cuenta por primera vez de lo que eran capaces de hacer cuando ese hombre acudió a ellos buscando venganza. Desde entonces pasaron varios a?os en Grover Hills utilizando la Sala de los Gritos como válvula de escape. Hasta que un día se largaron de repente. Debieron de construir una Sala de los Gritos propia. Seguro que tenían una, pero ?dónde? Sin duda, aquí no. En esta parte de la ciudad, no. Ninguna de estas habitaciones podría evitar que un grito llegara a oírse desde fuera, y en un barrio como este, alguien habría llamado a la policía.

Entonces, ?dónde? ?Dónde diablos tenían la cámara de tortura? Y en caso de que estuviera dentro de una casa, ?por qué no se trasladaban a vivir allí? ?Por qué tendrían que traerse los recuerdos aquí? Porque esta es su casa. Tal vez estuviera más cerca de donde trabajaban. Y necesitaban tener los recuerdos cerca cuando no podían visitar su segunda residencia.

Vuelvo a repasarlo todo. Busco en su libreta de direcciones. Me detengo ante un nombre que reconozco. Edward Hunter. Fue a su padre, a quien apu?alaron mientras estuve encarcelado. Edward también era un recluso, pero no duró mucho más después del incidente. Edward fue sentenciado por haber matado a dos tipos. Su padre Jack había sido condenado veinte a?os antes por haber matado a once prostitutas. ?Tanta relación tienen con Ellis y Murray? ?Hay algún rasgo familiar que hiciera que esos hombres desearan hacerle da?o a la gente?

Reviso el resto de la libreta de direcciones. Salgo a inspeccionar el coche del garaje y miro a ver si tiene GPS, por si tiene alguna ubicación marcada, pero no hay más que un mapa y no tiene ni círculos ni cruces dibujadas. Busco por unos archivadores y cajas llenas de facturas. Encuentro declaraciones de renta, pero solo consta esta dirección. Si tienen alguna otra propiedad en algún otro sitio, aquí no hay constancia de ello. Si están pagando la electricidad de otra casa, las facturas deben de mandarlas ahí.

Hay una Sala de los Gritos en alguna parte, tal vez en una caba?a en medio del bosque, tal vez es una casa con un sótano insonorizado. En cualquier caso, no hay nada aquí que pueda indicarme dónde se encuentra.

Tiene que estar en alguna parte. Es inherente a ellos. Una Sala de los Gritos es lo que los hizo ser lo que eran.

Y me pregunto si Edward Hunter podría haber sabido dónde está.

De repente me enfrento a un muro de agotamiento. Son casi las seis y media y cuando me marcho de la casa de los Hunter ya está amaneciendo. El trayecto de vuelta a casa es lento. La culpa no es del tráfico, las calles están vacías, sino de la fatiga, que intenta convencerme de que lo mejor que podría pasarme es que chocara contra una farola y me quedara dormido.

Hay coches patrulla y precinto policial fuera de mi casa, olvidé por completo que se suponía que no podía volver. Cambio de coche, vuelvo a coger el de alquiler y me dirijo al motel más cercano que encuentro, un lugar que parece aceptable a la tenue luz del amanecer. Puesto que el rótulo de neón que anuncia que hay habitaciones disponibles solo tiene dos letras estropeadas, no creo que sea un mal sitio. El empleado que hay tras el mostrador está dormido cuando entro por la puerta, pero se despierta enseguida para atenderme. Le tiendo la tarjeta de crédito y cinco minutos más tarde me encuentro en una habitación que huele a cera para muebles. Llamo a casa y compruebo los mensajes del contestador. Tengo cuatro. Uno de mis padres, los otros tres de Donovan Green. Me dice que ha estado intentando ponerse en contacto conmigo toda la noche pero el teléfono móvil que me dio está desconectado. Imagino que Schroder debe de estar durmiendo, por lo que en lugar de despertarlo llamándolo al móvil, llamo a la comisaría de policía y dejo un mensaje para él. Le doy la dirección de los Hunter y le hago un peque?o resumen de lo que encontrará allí. También le digo que mande a alguien a vigilar a Jesse Cartman. No llamo a Donovan Green.

Pongo el despertador a las ocho en punto, para lo que falta poco más de una hora. No me molesto a desnudarme. Simplemente me quito los zapatos, me tiendo en la cama y miro hacia el techo mientras pienso en lo que debe de estar haciendo Emma Green en este mismo instante.





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