La cama no es cómoda. Uno de los Gemelos, no está seguro de cuál de los dos, dormía en esta cama y esa es otra imagen que no puede quitarse de la cabeza, la de que un hombre que lo trataba tan mal viniera aquí por la noche, que se envolviera en esas sábanas, que su piel se escamara y los minúsculos restos quedaran presos entre las arrugas de las sábanas, entre los pliegues de la funda de la almohada y que ahora esos restos de piel se le están pegando a su propia piel y le provocan picores.
Al final, todo acaba siendo demasiado para él. La ventana está abierta y las cortinas se mueven ligeramente mecidas por la brisa, rozando el alféizar. Enciende la luz. Tiene los pantalones del pijama empapados en sudor y una mancha de sangre en la pernera derecha. Se los quita. La venda se le ha aflojado y le queda holgada. La tiene a medio muslo, a la misma distancia de la rodilla que de la cintura. Se la sujeta con la mano cuando sale fuera para que no se le deslice pierna abajo. No sabe a qué temperatura están, pero sigue haciendo calor. Sabe que es más de medianoche, pero tampoco muy tarde. Hace mucho más calor de lo normal para ser de noche, o al menos eso le parece, no es que suela salir habitualmente a estas horas. Cuando estaba en Grove lo encerraban en su habitación y eso resulta muy duro si tienes que usar el ba?o, porque lo obligaba a esperar. En el centro de reinserción, los dos únicos motivos por los que podías salir una vez había oscurecido eran si querías cometer un delito o si querías que lo cometieran contra ti.
Se baja la venda. Se rasca la pierna. Sale más sangre, siente más dolor y ve que supura algo amarillo, pero también nota el alivio de esos segundos en los que sus dedos ara?an la superficie. Podría intentar que la madre de Cooper lo ayudara de nuevo, pero está bastante seguro de que no querrá hacerlo por más que intente convencerla. De todos modos está enfadado con ella porque no le ha creído. Era su hijo el que iba cubierto de sangre, el que había hundido el cuchillo en el cuerpo de la chica, pero aun así ha quedado como el bueno. Eso lo enfurece. No creía que Cooper fuera capaz de hacerle algo así. Se suponía que eran amigos, ?no?
Ojalá pudiera curarse la herida él mismo. Tiene que limpiársela, eso lo sabe. Se le podría infectar. A veces, cuando una extremidad se infecta te la tienen que amputar. Eso también lo sabe.
No puede hacerlo él solo. Se echa a llorar con solo pensarlo. Se da la vuelta y solloza agarrado a la almohada, en ese momento no le preocupa quién pudiera ser la última persona que la utilizó para dormir, solo piensa en un futuro con una sola pierna, caminando por la habitación, en el tremendo esfuerzo que debe de suponer acabar los pasos en un número par cuando tienes un número de piernas impar. Cuando consigue controlar los sollozos, va cojeando hasta el ba?o y revuelve el botiquín. Hay muchas cosas, pero después de observarlo mejor ve que hay fechas impresas . Esas fechas deben de dar alguna información, deben de ser las fechas de caducidad de las medicinas. Muchas de las cosas que encuentra están caducadas desde hace bastantes a?os. Adrian no sabe si el hecho de que una medicina esté caducada significa que no funcionará o que no funcionará tanto o que puede empeorar el da?o. Hay una crema antiséptica que caducó hace solo dos meses, seguro que aún está bien. Los calmantes caducaron todos hace a?os. Las vendas no cree que caduquen y también hay una especie de gasas que tal vez le sirvan. Unas tijeras afiladas para cortarlo todo a la medida necesaria y un imperdible para fijar la venda. Cierra el armario del cuarto de ba?o y se mira en el espejo. Está pálido y descubre un ligero sarpullido que aflora cerca del nacimiento del pelo. Espera que sea debido al calor y no porque algún tipo de infección esté apoderándose de su cuerpo. No quiere morir. Ahora que la vida es tan bonita, no.
Se toca la frente con el dorso de la mano como le ha visto hacer tantas veces a la gente y nota que está caliente. ?Tiene fiebre? ?O no es más que el resultado del estrés y del tremendo calor que hace? Ahueca las manos bajo el grifo, se las llena de agua y se moja la cara. Enseguida se siente mejor, pero al no sujetarse la venda con la mano, esta se desliza por su pierna y acaba alrededor de su pie. Sus lágrimas se confunden con el agua que le moja el rostro. Ojalá su madre estuviera aquí. Cualquiera de las dos.
Enciende la ducha. Entra y deja que el agua corra por su pierna. Nota cómo se le limpia la infección de la superficie, pero al mismo tiempo tiene la sensación de que el picor se extiende poco a poco por todo su cuerpo. No necesita verlo para saber que está ahí. Se frota la herida con una toalla. El corte es tan largo como uno de sus dedos y casi igual de profundo que de ancho. Un par de centímetros más a la izquierda y la bala habría pasado sin tocarlo. Un par de centímetros más a la derecha y se habría hundido en el fondo de su pierna, le habría cortado una de esas venas gruesas que hay allí y habría muerto desangrado. Ya no sangra tanto como antes, a pesar incluso de lo mucho que se rasca, pero tampoco se ha cortado la hemorragia. La ducha le sienta bien. Ha ajustado la temperatura del agua de manera que sea fresca, pero no demasiado fría. Pasa bajo el agua el tiempo suficiente para que se le arruguen las yemas de los dedos, luego sale y se seca. El picor ha desaparecido, pero aún tiene que hacer algo con la herida.
No quiere perder la pierna.
No quiere morir.
El coleccionista
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