Me he acostumbrado un poco a estas carreteras y solo me equivoco un par de veces durante el camino de vuelta desde Grover Hills. Llego a un punto en el que decido detenerme y trasteo el ordenador portátil del coche patrulla de incógnito. Mientras el polvo del camino pasa flotando por el aire consulto la dirección que busco y cuando la encuentro subo el volumen de la emisora de radio y escucho los informes de las diferentes partes de la ciudad. Unos vecinos de la madre de Cooper Riley han descrito el coche de Adrian Loaner y Emma Green como el que han visto frente a la casa de la anciana. Ha sido uno de los vecinos el que ha llamado a la policía al ver que la metían en el maletero. En la escena del crimen se han encontrado ropas ensangrentadas, además de vendas, esparadrapo y trapos manchados de sangre sobre la mesa del comedor. Adrian obligó a la se?ora Riley a ayudarlo. Voy recibiendo más información a medida que conduzco. Se ha encontrado una fosa vacía en Sunnyview, lo más probable es que sea el lugar en el que había permanecido enterrada Jane Tyrone. Dentro de una de las celdas acolchadas se han encontrado huellas dactilares que coinciden con las del cepillo del piso de Emma Green. El fondo de las imágenes que había tomado Cooper coincidía con una de las habitaciones acolchadas de Sunnyview. Los perros de rescate están rastreando el terreno mientras esperan que llegue el georradar.
Cuando llego a la ciudad quedo atrapado en un atasco. Son casi las once y centenares de adolescentes que no tienen nada mejor que hacer han salido con sus coches tuneados a recorrer las cuatro avenidas que rodean el centro, para demostrarles a sus amigos y al resto de conductores que tienen todo un volcán de testosterona esperando a ser liberado, demostrándoles al consistorio y al gobierno que no les importa que sea ilegal circular a baja velocidad y en grupo en sus coches modificados, con lo que me están demostrando a mí que los adolescentes con esa mentalidad de capullos no son más que borregos que ansían desesperadamente sentirse aceptados. Escucho la frecuencia de la policía en el coche del inspector y descubro que según las estimaciones son mil quinientos los vehículos tuneados que circulan por las calles de la ciudad. Luces de neón en los bajos, carrocerías de colores chillones, muchos cromados y altavoces enormes, los cruces están bloqueados y la policía está demasiado atareada porque tiene otras cosas de las que ocuparse. Los pasajeros del coche que va delante de mí me saludan con el dedo corazón. Los miro fijamente mientras pienso en el tipo que mató a mi hija y en la cantidad de espacio libre que queda en el bosque para cavar más tumbas. La cola del tráfico pasa por delante de un coche aparcado ardiendo. Veo las luces de los camiones de bomberos unas manzanas más allá, incapaces de acercarse. Consigo torcer a la izquierda por una calle adyacente un minuto más tarde y me libro de todo eso.
Sigo conduciendo en dirección a Brighton, donde las casas tienen un aspecto más abandonado y donde hay menos gente a la que le preocupe ese hecho. Esta parte de la periferia cercana a la playa está pidiendo a gritos que llegue un maremoto medio decente y haga limpieza. Detengo el coche frente a la dirección que buscaba. Es una casita desvencijada que no debe de tener más que un par de habitaciones, ese tipo de lugar en el que te están tomando el pelo si el casero te reclama una suma de tres cifras a la semana. Las luces están encendidas, por lo que no despertaré a los inquilinos, pero cuando llamo no responde nadie. Vuelvo a llamar varias veces más y espero otro minuto antes de rodear la casa andando para echar un vistazo por las ventanas.
Jesse Cartman está sentado en el salón con la mirada fija en un televisor apagado. Va completamente desnudo a excepción de un álbum de fotos que descansa sobre su regazo y de dos sombrillas de cóctel que tiene sobre la barriga. Tiene los ojos muy abiertos y no parpadea. Doy unos toquecitos en la ventana y me mira. Se levanta lentamente, con lo que el álbum de fotos cae al suelo, y se acerca a la ventana lo suficiente como para que ciertas partes de su cuerpo queden aplastadas contra el cristal. Aún lleva las sombrillas de cóctel en la barriga, pegadas por el sudor y enredadas en el vello del vientre.
—Inspector —dice Jesse. Las palabras salen tan lentamente de sus labios que parece que esté hablando debajo del agua.
—Necesito hablar contigo —digo.
—Inspector —repite con la misma lentitud.
Voy hacia la puerta trasera. Está cerrada con llave, pero no ofrece mucha resistencia y una patada es suficiente para abrirla. Imagino que el propietario ni siquiera se dará cuenta de que le he reventado la jamba de la puerta, del mismo modo que no se ha dado cuenta de que el resto del edificio está a punto de derrumbarse. La casa huele a pis de gato pero no veo a ninguno. Cartman sigue de pie en el salón, de cara a la ventana, mirando en dirección a su descuidado jardín.
—Eh, Jesse —digo, pero no se da la vuelta—. ?Te has olvidado de tomar la medicación?
—La medicación —dice, sin dejar de mirar hacia fuera.
—?Dónde la tienes?
No responde. La casa es tan peque?a que no tardo ni cuatro segundos en encontrar el ba?o. Las juntas del alicatado están llenas de moho, el espejo está resquebrajado y plagado de motas de óxido. Abro el botiquín y encuentro un par de recipientes de píldoras. Leo las etiquetas y no tengo ni idea de qué son.
Cuando vuelvo al salón, Jesse sigue mirando hacia la ventana. Está tan cerca del cristal que ni siquiera puedo ver su reflejo.
—Deberías tomarte estas pastillas —digo.
—Tengo hambre.
—Vamos, Jesse, te ayudará.
—No quiero ayuda. Solo quiero olvidar.
—Necesito tu ayuda, Jesse.
No responde. Me acerco a él, le pongo una mano sobre el hombro y golpea el cristal de la ventana con la cabeza. No lo rompe, más bien rebota hacia atrás. Este no es el mismo tipo con el que he estado hablando hace unas horas. Ese hombre quería tomarse la medicación para mejorar. A ese hombre se le podían recordar cosas, mientras que este no consigue recordarlas. Lo ayudo a volver a su silla esperando que ofrezca resistencia, pero no es así.
—Escúchame, Jesse, es muy importante que me escuches.
El coleccionista
Paul Cleave's books
- The Whitechapel Conspiracy
- Angels Demons
- Tell Me Your Dreams
- Ruthless: A Pretty Little Liars Novel
- True Lies: A Lying Game Novella
- The Dead Will Tell: A Kate Burkholder Novel
- Cut to the Bone: A Body Farm Novel
- The Bone Thief: A Body Farm Novel-5
- The Breaking Point: A Body Farm Novel
- El accidente
- Alert: (Michael Bennett 8)
- Guardian Angel
- The Paris Architect: A Novel
- ángeles en la nieve
- Helsinki White
- Love You More: A Novel