El coleccionista

También tendrá que encontrar las pajitas.

Adrian le sonríe, por primera vez se da cuenta de lo atractiva que es y se sonroja con solo pensarlo. Intenta meterle más agua en la boca antes de sacarla de la ba?era y, sin secarla, atarla a una de las camas. A continuación, sale a buscar a la madre de Cooper, que ya se ha dado la vuelta sobre sí misma y está intentando ponerse de pie.





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Schroder se dirige a la casa de la madre de Cooper Riley con la esperanza de que a Adrian se le haya caído un mapa del bolsillo con un círculo rojo alrededor del lugar en el que se esconde junto a Cooper y su madre. Y tal vez con Emma, también.

Mientras tanto, uno de los agentes me lleva en su coche a Grover Hills. Imagino que podré hacer más por Emma allí de lo que pueda hacer desde una habitación de motel. El agente no me da precisamente mucha conversación por el camino. Aún no estaba en el cuerpo hace tres a?os, cuando yo lo dejé, por lo que no sabe nada sobre mi historial y me parece bien. Además, no se pierde. Ya ha cubierto ese trayecto dos veces en el mismo día y sabe diferenciar entre dos caminos de tierra distintos. Tal vez creció en una granja, o la instrucción de hoy en día es mejor que la que recibí yo. Nos hemos equivocado con Sunnyview y Eastlake, pero de todos modos han mandado a los forenses a los dos edificios para que comprueben las huellas dactilares y los restos de sangre y para sondear los terrenos en busca de cuerpos.

Cuando conducimos por el perímetro en el que están instalados los medios de comunicación alrededor de Grover Hills, estos no hacen más que gritarnos preguntas y apuntarnos con focos, el agente queda cegado por una de las cámaras y golpea a una de las periodistas con el lateral del parachoques. La mujer cae aparatosamente al suelo y empieza a insultarnos a gritos y a amenazarnos con demandas judiciales antes de darse cuenta de su error, de que cuanto más herida, mejor es la historia y mayor será la compensación, por lo que decide callarse y dejarse caer al suelo desplomada. Todas las cámaras la iluminan y ella se queda ahí quieta, convertida en una caricatura del dolor. El agente detiene el coche, sale y da un par de pasos hacia ella, pero las cámaras no le permiten avanzar y ya son aún más numerosos los focos que apuntan en su dirección. él levanta las manos para protegerse los ojos. Dejo que se encargue del asunto y mientras me acerco a pie al edificio me cruzo con un par de polis que acuden a ayudar a su colega.

Se han encontrado dos cuerpos más desde que me he marchado, los dos en la misma fosa. Al parecer no hay rasgos comunes en la manera de enterrar los cuerpos, probablemente porque los que cavaron las fosas estaban locos. Nadie repara demasiado en mí cuando me acerco para echar un vistazo. Los dos cuerpos parecen recientes, tienen la piel retraída y las venas oscuras, muy marcadas, como si los gusanos las estuvieran recorriendo en busca de alimento y cobijo. Por segunda vez en la noche se me revuelve el estómago. Un hombre lleva vaqueros y el otro pantalones cortos, los dos con camisetas manchadas de fluidos que han supurado de sus propios cuerpos.

Una de los forenses, una mujer que responde al nombre de Tracey Walter, se acerca a mirar. La última vez que la vi estaba trabajando en el caso del Asesino Enterrador. Por aquel entonces llevaba el pelo negro y recogido en una cola de caballo. Ahora va te?ida de rubio pero el peinado es el mismo. Siempre viste de forma deportiva, como si fuera a echarse unas carreras en cualquier momento.

—?Quién te ha dejado entrar? —pregunta, aunque tiene la delicadeza de acompa?ar sus palabras con una sonrisa.

—Schroder me ha pedido que lo ayude.

Me tiende la mano.

—Está limpia —dice. Parece incómoda mientras le doy la mano. El a?o pasado se enfadó bastante conmigo y no la culpo. Casi consigo que la despidan, robé unas pruebas del depósito de cadáveres en el que ella trabajaba.

—Bueno, ?qué puedes decirme sobre estos tipos? —pregunto.

—Nada —responde—. No me creo por nada del mundo que Schroder te pidiera ayuda.

—Pues así es. Aunque no en este caso —admito—. Vamos, Tracey, estoy intentando encontrar a Emma Green.

—Y nada va a detenerte.

—?Eso es malo?

—Lo es para cualquiera que se interponga en tu camino, da igual si se trata de alguien inocente.

—?Tienes alguna idea de quiénes eran? —pregunto mientras asiento en dirección a los dos cadáveres.

—Todavía no —dice—. Aún no hemos tocado los cuerpos.

—Vamos a tocarlos, pues —digo. Me agacho a un lado de la fosa y tiro de los pantalones cortos de la víctima que tengo más cerca. Le doy la vuelta hasta que consigo llegar a su bolsillo trasero.