El coleccionista

—?Qué demonios haces, Tate?

Saco una cartera y se la doy a Tracey probablemente una o dos horas antes de lo planeado, pero no hay tiempo que perder en protocolos. No hay dinero, ni tarjetas de crédito, ni carnet de conducir. Me acero a la segunda fosa. Hago lo mismo con los vaqueros. El mismo truco. Consigo llegar al bolsillo trasero del mismo modo y saco una cartera igual de vacía.

—Genial —dice ella—. Gracias por ayudarme tanto.

Cerca del lateral de la fosa, me fijo mejor en los cuerpos.

—?Te das cuenta de lo mucho que se parecen? —pregunto.

—?En qué sentido?

—La misma altura, el mismo color de pelo, la misma estructura ósea —digo. La podredumbre y la descomposición han borrado algunos detalles, pero todavía queda mucha piel y carne que permiten apreciar las similitudes. Tracey se agacha y enciende una linterna con la que apunta a la cara de uno de ellos y luego a la cara del otro. Los ojos son de un blanco lechoso y marrones en el centro.

—Es difícil precisarlo a estas alturas —dice—, pero no se puede negar que se parecen mucho. Es posible que fueran hermanos.

—?Hermanos?

—Sí. Parientes.

—Ya sé lo que quieres decir —digo mientras me levanto. Hermanos. Gemelos. Camilleros—. ?Cuánto tiempo llevan enterrados?

—No más de una semana —dice ella—. ?Por qué? ?Te dice algo todo esto?

—Es posible. Debo irme.

—Sabes quiénes son, ?no?

—Estoy trabajando en ello —digo, pero no estoy seguro de que me haya oído porque ya he salido corriendo a buscar un coche que pueda llevarme prestado.





48


La puerta de la celda está abierta y el aire que entra es ligeramente más fresco que el que hay dentro. Adrian está en la entrada con una pistola y la Taser y Cooper tiene a su madre a su lado. Cooper puede ver el pasillo que hay detrás de Adrian y esto no es ni Sunnyview ni Eastlake; no sabe dónde demonios está.

—?De qué habla? —le pregunta su madre.

Cooper se vuelve hacia ella. Desde el pasillo que hay detrás de Adrian llega la suficiente luz artificial como para ver el lugar claramente. Estén donde estén, tienen electricidad. Esto podría ser una casa. ?En algún lugar de la ciudad? No hay manera de saberlo.

—No lo sé —responde Cooper. Su madre, aparte de parecer asustada, de repente aparenta cada uno de los setenta y nueve a?os que tiene, incluso unos cuantos más. Durante los últimos a?os, se había instalado en su rostro una expresión angustiada, como si se pasara el día sorbiendo limones. Ahora parece que le hayan metido el limón entero en la boca. Lleva el pelo canoso hecho un desastre e incluso si Adrian la ha disparado con la Taser, a Cooper le sorprende que haya podido sacarla de su casa sin que haya intentado lo imposible por peinarse y pintarse los labios antes. Lleva puesto un camisón rectangular que le regaló él mismo hace dos a?os por Navidad, porque lo encontró de rebajas por diez pavos—. No hagas caso de lo que dice. Está absolutamente loco.

—No estoy loco —dice Adrian—. Mira, mira las manchas de sangre de su ropa. Es un asesino.

—No soy un asesino —replica Cooper. Hace dos minutos que su madre ha entrado en la celda a punta de pistola y él no ha podido hacer nada al respecto, aparte de retroceder hasta el fondo de la celda y limitarse a observar para no recibir un disparo. Ella ha salido corriendo hacia él y a punto han estado de fallarle los dos tobillos, pero Cooper la ha agarrado antes de que cayera sobre el suelo acolchado. La ha abrazado con fuerza, no quería tenerla allí, pero de algún modo agradecía poder verla, lo que le ha hecho sentirse culpable inmediatamente. Por su parte, ella también agradecía poder ver que su hijo seguía con vida. De algún modo, Adrian ha conseguido una pistola además de la Taser. Con una Taser no podía hacer gran cosa contra dos personas, pero con una pistola sí. Una pistola podía servirle para enfrentarse a diez personas, si ninguna de estas iba armada. Por eso Cooper se ha quedado en el fondo de la celda en cuanto se ha abierto la puerta y mientras entraba su madre. La quiere con locura, pero tenerla allí ha complicado las cosas. Y mucho.

—?Por qué sigues mintiendo? Ya no es necesario —dice Adrian—. Esta es tu oportunidad de descargar todo tu odio, ese odio que te ha llevado a matar a otras personas. Siete, de momento.

?Dos?, piensa Cooper, aunque en realidad solo había sido una. Pero sin duda serán dos en cuanto consiga salir de esta celda. Joder, el hijo de puta se ha puesto ropa de su padre, ropa que su madre tendría que haber tirado hace casi cuarenta a?os, cuando su padre los abandonó, pero por algún motivo decidió guardarla.

—No soy un asesino.