El coleccionista

La granja es más extensa que Grove. Hay mucho más terreno, con portones de poca altura construidos con vigas de madera para permitir el paso entre los cercados de alambre que delimitan los prados. Muchas clases distintas de malas hierbas están devorando el paisaje, no hay animales por ninguna parte, tan solo un millón de bichos que llenan la noche con sus sonidos. Se pregunta qué debían de cultivar aquí, si jamás llegaron a haber vacas, ovejas y gallinas. Se imagina creciendo en un lugar como este, asistiendo a una peque?a escuela de una de las peque?as poblaciones vecinas, en las que un autobús recoge a los ni?os que viven en granjas cinco veces por semana. Los inviernos alrededor del fuego y los veranos montando a caballo, se imagina tendido bajo los árboles comiendo fruta recién recogida. Cuando lo de Cooper haya terminado, conseguirá un caballo y plantará unos cuantos manzanos. Y naranjos, también. Cualquier cosa que sea capaz de plantar.

A posteriori se da cuenta de que podría haber sido mejor haber traído a Cooper a este lugar desde el principio. No hay motivo alguno por el que alguien tuviera que acercarse por aquí, solo los Gemelos, pero ellos ya no se acercarán más a ninguna parte. Debe de haber más tumbas allá fuera, entre el césped alto, otras víctimas de la Sala de los Gritos que construyeron aquí, una sala con las paredes acolchadas y aislamiento acústico, donde podrías gritar con todas tus fuerzas durante mil a?os sin que nadie llegara a oírte. Puestos a considerar las cosas en retrospectiva, debería haber encerrado a los Gemelos en la Sala de los Gritos de Grove y simplemente haberlos dejado allí. Y que murieran de hambre. Podría haberlos abandonado ahí abajo para que se dejaran la garganta gritando sin que nadie los oyera, hasta que finalmente uno se comería al otro para seguir viviendo un poco más. Ojalá se le hubiera ocurrido. Tuvieron suerte de morir a martillazos. Por todo lo que le hicieron a él y a los demás, por todo lo que hicieron en la Sala de los Gritos que hay aquí, merecían una muerte mucho peor.

La llave de la granja cuelga ahora del mismo manojo de llaves que la del coche robado. Saca a la madre del maletero, la deja frente a la entrada y luego saca a la chica. Tiene que arrastrarla porque le duele demasiado la pierna para llevarla en brazos. Sigue dormida, pero su expresión no es precisamente plácida. Seguramente no debe de haberle gustado mucho tener que viajar apelotonada con el cadáver de la chica que ha desenterrado. Llega con ella hasta el porche y una vez dentro la tiende en el vestíbulo. Va a buscar un vaso de agua y vuelve para acercárselo a la boca, pero el líquido se derrama por encima de la cara de la chica y acaba mojando la moqueta. A Cooper no le servirá de nada tal como está. ?Y qué anfitrión sería si se la ofreciera de este modo? La chica gime un poco y Adrian no está seguro de si está dormida o medio despierta. Se la lleva a rastras hasta uno de los ba?os, donde la temperatura es mucho más fresca, le duele demasiado la pierna para cargar con ella. Llena una de las ba?eras con agua fresca y la mete dentro. Ella parpadea y lo mira, pero sigue sin decir nada.

—Voy a conseguir que te pongas mejor —dice Adrian mientras intenta recoger algo de agua con los dedos para metérsela en la boca a la chica. Esta vez, ella se traga el agua y Adrian sonríe. Pero enseguida pierde la sonrisa. No encuentra el pegamento. Se lo había sacado del bolsillo de los pantalones manchados de sangre, en la casa de la madre de Cooper, y se lo había guardado en los pantalones limpios, ?no? Desde la paliza que le dieron de ni?o, Adrian es consciente de que cuando deja algo fuera de su lugar habitual es posible que no vuelva a encontrarlo. Es capaz de quitarse el reloj, dejarlo sobre una mesa y no volver a encontrarlo hasta dos días más tarde, bajo la cama o fuera, en el jardín. Puede dejar una llave en algún sitio, darse la vuelta y que esta haya desaparecido. Destornilladores, monedas, libros, incluso zapatos… lo que sea. Y es muy frustrante. Lo enfurece. Debería haberse hecho prestidigitador.

Y ahora le ha tocado el turno al pegamento. Sabe que lo llevaba encima, pero no lo encuentra. ?Cómo se supone que va a mantenerle la boca cerrada a la chica?

El pegamento era algo que su madre, la de Grover Hills, solía utilizar con él. Cuando estaba en el sótano y gritaba muy fuerte era porque tenía miedo de estar allí, pero entonces ella iba a verlo con un par de camilleros que no siempre eran los Gemelos. A veces era uno de ellos, otras los dos y algunas veces dos camilleros distintos. Entonces lo agarraban, le metían pegamento entre los labios y se los mantenían cerrados. La mayoría de las veces, cuando le sellaban los labios con pegamento intentaba despegárselos con los dedos. Se los humedecía en un cubo de agua y poco a poco iba frotándoselos hasta que conseguía separarlos, intentando no desgarrarse la piel, aunque pocas veces conseguía evitarlo. En un par de ocasiones le habían puesto demasiado pegamento, o un tipo de pegamento distinto, pero por algún motivo no había podido abrir la boca solo por más que lo intentara y, cuando finalmente lo habían sacado de la celda, tuvieron que frotarle los labios con alcohol o trementina, algo que tenía un sabor realmente asqueroso, hasta que se iba abriendo un orificio cada vez más amplio. Le dolía mucho, sabía aún peor y encima le dejaba la piel irritada durante varios días. Lo de la pajita había sido idea suya. Sabía lo que se sentía cuando tenías sed y no podías beber.

Adrian piensa hacerle lo mismo a esa mujer. En cuanto haya encontrado el pegamento.