El coleccionista

Las lágrimas empiezan a remitir y la presión que siente en el pecho de tanto sollozar, también. Le cuelgan los mocos de la nariz y se los limpia con la mano, olvidándose de la sangre por un momento hasta que se mancha la cara. Empieza a llorar de nuevo. La vida no es justa. Nunca lo ha sido y nunca lo será.

Le duele la pierna, pero ya no sangra tanto. Tiene los pantalones completamente empapados de sangre. No puede quedarse en esa cuneta toda la noche. Se seca las manos en la tapicería del asiento del pasajero, arranca el motor y empieza a conducir, despacio pero no demasiado, porque no quiere atraer la atención de la policía. La sangre se ha encharcado en el interior de su zapato y se oye una especie de chapoteo cada vez que pisa el acelerador. La herida es seria, pero sabe que si fuese muy seria ya habría perdido el conocimiento o habría muerto desangrado. No tiene ni idea de lo que debe hacer con la herida, ni cómo curársela. Hasta el momento, cuando se había hecho un corte serio se lo había vendado una de las enfermeras o su madre, y desde que había salido de Grove no había tenido la necesidad de que lo visitara un médico o una enfermera. A quien necesita es a su madre, cualquiera de ellas, pero una está muerta y la otra también. Nunca ha sentido esa pérdida tanto como ahora. Está solo de verdad, no tiene a nadie que lo cuide, se ha quedado sin madres, sin gente mayor, su mejor amigo lo dejó por una chica que ni siquiera es real y a los del centro de reinserción nunca llegó a caerles simpático, del mismo modo que al noventa y nueve por ciento de la gente tampoco conseguía caerles simpático.

Incluyendo a Cooper.

La amistad es algo muy simple para los demás, pero no para él. Y se estaría comportando como un ingenuo si creyera que Cooper realmente quiere ser amigo suyo. Aunque Cooper ha acertado con lo de la policía. Empieza a conducir, se dirige a casa, sin estar muy seguro de si Cooper lo ayudará, intentando desesperadamente pensar en otra opción. Cada giro le provoca dolor al cambiar el pie del acelerador al freno. No hay mucha gente por la calle, al menos no en los barrios residenciales de la periferia. La gente no sale mucho de noche. él aprendió que no debía hacerlo. Por la noche, no quería salir por nada del mundo fuera de las paredes del centro de reinserción. Podría ir al hospital. No podría entrar, pero sí conseguir que una de las enfermeras saliera a atenderlo. Al principio no querría, pero conseguiría que lo hiciera. Podría apuntarla en la cabeza con la pistola y ella no se negaría. El problema es que alguien podría verlo. El hospital es un lugar público. Entonces, ?qué?

—?Por qué no quisiste ayudarme? —dice, dirigiéndose a su segunda madre. Si lo hubiera ayudado desde el principio, nada de esto habría sucedido. Se hace a un lado de la carretera, detiene el coche y piensa, piensa que la única persona que lo ayudaría es alguien que no lo conozca ya, alguien que todavía no se haya formado una opinión respecto a él.





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