El coleccionista

El móvil ha quedado en el suelo, junto a la mano de Tate. Aún está encendido y quienquiera que esté al otro lado sigue escuchando. Intenta aplastarlo de un pisotón y nota una punzada de dolor que le sube por la pierna en el momento del impacto. No acaba de romperse con el primer golpe, más bien queda algo hundido en el suelo. Lo pisotea por segunda vez y ahora sí, se rompe en dos trozos y el dolor en la pierna se vuelve más intenso.

El zumbido que notaba en los oídos empieza a remitir y es capaz de oír voces. Mira hacia las casas que tiene a su alrededor y ve que se han encendido luces que antes estaban apagadas. Hay gente mirándolo desde una de las ventanas. Los apunta con la pistola y se escabullen enseguida. Han oído el disparo y han llamado a la policía. Se agacha para agarrar a Tate y subírselo al hombro, pero solo consigue dar un paso antes de que le ceda la pierna derecha y caiga al suelo con Tate encima de él. Se revuelve sobre sí mismo para apartarse del peso muerto que lo apresa, pero cuando intenta levantarse nota cómo vuelve el dolor, el mismo dolor que ha sentido cuando ha aplastado el móvil. Se toca la pierna y se mancha la mano de sangre. Se arremanga la pernera y ve que tiene un surco en la carne del exterior del muslo, producto de la bala que Tate le ha disparado. No para de salirle sangre. No ha notado cómo ocurría, pero ahora que ha visto la herida, empieza a dolerle de verdad. No puede llevarse a Tate y llegar hasta el coche rápidamente y además la policía está en camino porque esos malditos vecinos metomentodo deben de haber llamado ya.

—No es justo —exclama cuando llega a la puerta lateral. ?La justicia solo es para los ganadores?, solía decirle su madre. No su verdadera madre sino la otra, la que murió calcinada. Supone que tampoco fue justo que le prendiera fuego de ese modo y también supone que eso significa que ella no era una ganadora. Avanza por el jardín hasta la calle apretando los dientes mientras recorre la distancia que lo separa del coche. Con una mano se presiona firmemente la herida mientras conduce, y ya se ha alejado varias manzanas cuando oye la primera sirena.





43


Durante los primeros treinta y ocho a?os de mi vida nadie llegó a dispararme con una Taser. Esta es la segunda vez en un a?o. No sé si eso significa que pasarán treinta y ocho a?os más antes de que vuelvan a dispararme dos veces más, o que me van a disparar una vez al a?o hasta que cumpla los setenta y seis. La última vez fue mi abogado y esta, un antiguo paciente mental. No sé qué es peor, pero sí sé quién tiene la minuta más alta.

Puedo ver las estrellas y sentir el suelo debajo de mí, pero no puedo mover nada y tengo que concentrar todas mis fuerzas para poder mantener los ojos abiertos. Oigo unas cuantas voces y alguien pronuncia mi nombre un par de veces, pero parece como si todas las palabras procedieran de las estrellas. Unas formas se desplazan por encima de mí pero no se quedan quietas el rato suficiente para poder enfocarlas, aunque creo que son caras. Finalmente, me mueven de sitio. Lo sé porque las estrellas se arremolinan un poco y luego veo pasar los aleros de mi tejado antes de que mi campo de visión se limite al techo de una furgoneta. Cierro los ojos y noto que la cabeza me da vueltas. Creo que me duermo durante un rato y cuando abro los ojos no estoy seguro de cuánto tiempo ha pasado, pero noto los brazos y las piernas a pesar de que apenas puedo moverlos.

—Fue un error dejar que te marcharas —dice Schroder, inclinado sobre mí.

—Empiezo a pensar lo mismo —digo.

—?Eh?

—Digo que empiezo a pensar lo mismo.

—Sea lo que sea lo que dices, puede que a ti te suene comprensible —dice Schroder—, pero yo solo oigo uobuobuobuobuob.

—Lo siento.

—?Qué? Mira, tú relájate. Volveré dentro de unos minutos, espero que entonces te encuentres mejor.

Noto un sabor raro en la boca, como si hubiera mordido un trozo de bistec muy crudo. Noto un sabor de algo que podría ser cobre o sangre, pero que es el producto químico que Adrian ha utilizado para dejarme inconsciente. Cierro los ojos e intento centrarme en cada una de las extremidades. Puedo mover los dedos de las manos y de los pies, pero nada más. Vuelvo a intentarlo, intento mover cada extremidad, una a una. Puedo cerrar las manos para formar pu?os. Puedo mover los pies. Sigo intentándolo hasta que soy capaz de doblar los brazos y luego las piernas. Me incorporo hasta quedar sentado, la cabeza me da vueltas y pierdo el conocimiento de nuevo.

Cuando recupero la conciencia, Schroder vuelve a estar allí.

—?Cómo te encuentras?

—Hecho una mierda.

—Eso te va a juego con la cara. Dios, Tate, ?es que no hay nadie en esta ciudad a quien no hayas cabreado?

Estoy empezando a dudarlo seriamente. Me incorporo hasta quedar sentado, solo que esta vez más despacio. Estoy mareado, hambriento, sediento y no recuerdo la última vez que me sentí tan cansado. Tengo un dolor de cabeza que me sobreviene en agudas oleadas, una detrás de otra, y con cada una de ellas tengo la sensación de que mi cerebro está mordiéndome la parte trasera de los ojos. La ambulancia está llena de cosas y me parece un milagro que los operarios sepan dónde está todo. Bajo los pies por uno de los lados de la camilla y las cosas parecen desenfocarse durante unos segundos, aunque vuelven a la normalidad al cabo de un momento.